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 domingo, 01 de julio de 2007  
[Nota de tapa] - Eichmann, caso abierto
El criminal de guerra en su laberinto
El escritor Alvaro Abós rastrea los pasos del jerarca nazi en Argentina en una minuciosa investigación. Una historia cuyos polémicos interrogantes se mantienen en pie

Rodolfo Montes / La Capital

“Larga vida a Alemania!, ¡Larga vida a Austria!, ¡Larga vida a la Argentina!” Fueron las últimas palabras que pronunció Adolf Eichmann en los instantes previos a morir en la horca, el 31 de mayo de 1962, luego de un juicio en Israel. Álvaro Abós, periodista y escritor, se sintió atraído por esas últimas palabras para indagar en la historia del más macabro burócrata nazi, responsable de miles de muertes, que vivió diez años proletarizado en la Argentina con el nombre de Ricardo Klement.

Con “Eichmann en Argentina” (editorial Edhasa), Abós despeja ese período oscuro en base a una investigación exhaustiva, que sostiene en una narración que acude a la intriga y la tensión de la novela política. Nacido en Buenos Aires, abogado laboralista, dice que “fue” periodista y luego se convirtió en escritor. Además militó en el peronismo desde la juventud hasta 1984, cuando escribió una recordada columna a modo de despedida, “Adiós”, en el semanario político El Periodista.

Luego publicó más de una decena de libros de investigación: entre otros “El poder carnívoro” (1985), “El simulacro” (1993) y “Cinco balas para Augusto Vandor” (2005). En su café preferido de Avenida Córdoba esquina Jean Jaures, de Capital Federal, Abós contó a Señales todos los detalles sobre cómo construyó su pieza de investigación histórica.

—¿Cuál fue el peso de Eichmann en la cúpula nazi? Hannah Arendt, en su obra “La banalidad del mal”, no parece darle un rol tan central.

—No hice un ensayo de interpretación sobre el mal. Yo diría, en cambio, que a sesenta años, la importancia de Eichmann en la maquinaria de muerte nazi va creciendo. El tema fue así: a Eichmann le plantean que hay una política de Estado que consiste en eliminar a todos los enemigos de la raza aria, unos seis millones de judíos en Alemania y países vinculados. Y fue Eichmann el que creó la idea económica de la muerte.

—La mecánica de cómo eliminar tantas personas.

—Claro, ante la pregunta de cómo matar y cómo eliminar los cadáveres, Eichmann creó el sistema de las cámaras de gas seguidas de los hornos crematorios. Digamos, una idea industrial, económica. Eichmann fue un burócrata, de enorme importancia y oscuro a la vez. Un burócrata, luego buen padre de familia y trabajador. Tal vez más peligroso que el propio Hitler, un personaje que puede surgir una vez cada tres siglos; en cambio burócratas como Eichmann pueden aparecer con mucha más frecuencia. A propósito, y sin ánimo de comparación, ¿Bush no es un buen padre de familia? (risas).

—Otra investigadora, Gaby Weber, escribió en “La conexión alemana, el lavado del dinero nazi en la Argentina”, que en la captura de Eichmann estuvo la CIA, además del Mossad. ¿La empresa Mercedes Benz Argentina sabía que el electricista Ricardo Klement que tenía entre sus empleados era Eichmann?

—Eichmann ingresó a la Mercedes Benz en 1959, a la nueva planta de montaje de camiones, en González Catán. Se presentó en una convocatoria junto a decenas de otros electricistas argentinos, mostró sus antecedentes en el rubro, le hicieron una prueba y lo tomaron. Fue en el marco de un reclutamiento, y mi impresión es que llegó ahí en busca un trabajo fijo, sin protección y sin que se conociera su verdadera identidad. Desde mi punto de vista, la hipótesis de la protección a Eichmann no está acreditada.

—¿Cómo fue que el Mossad termina descubriendo a Eichmann?

—La clave fue Simón Wiesenthal, el cazador nazi que tenía su sede en Viena y que con un paciente sistema de correo —en papel, no electrónico?— se contactaba con víctimas de todo el mundo que pudieran delatar a represores nazis que vivían con identidad cambiada. Wiesenthal y otros cazadores hicieron artesanalmente lo que no hizo el Estado Alemán: buscar a los nazis por todo el mundo.



Noticia de un Secuestro

—¿Cómo fue el operativo de captura?

—Enorme, entraron veinte personas a la Argentina, construyeron veinte identidades falsas, con enorme paciencia y tiempo. Fue un operativo perfecto. Además, contaron con centenares de apoyos en el país. El objetivo fue engañar al Estado argentino —se trató de un operativo completamente ilegal, violatorio de las mínimas normas internacionales— y también buscaron dar un golpe de efecto mundial, que lograron.

—¿El operativo ilegal del Mossad se hizo porque el Estado Argentino era reticente a extraditar nazis?

—En 1959 —durante el gobierno de Arturo Frondizi— el procurador general de la Nación había denegado la extradición de Joseph Mengele, que también estuvo en la Argentina. Y fue con el argumento de que no había tratado de extradición. Con este antecedente, Israel decidió armar el secuestro ilegal, sacar a Eichmann del país sin que nadie lo supiera, y luego reinstalar el tema del Holocausto con un juicio ejemplar. Eichmann fue condenado a la horca, el único condenado a muerte en la historia de Israel.

—Los argentinos se enteraron por los diarios de la historia oculta en el caso Eichmann.

—Fue muy grave, expulsaron al embajador de Israel y la Argentina hizo una presentación en Naciones Unidas contra Israel por violar normas internacionales, y pidió una indemnización.



Rutas argentinas

Antes de “Eichmann en Argentina”, el único material de investigación sobre la vida de Eichmann, traducido al castellano, “La casa de la calle Garibaldi”, fue escrito por el jefe del comando del Mossad, el Servicio Secreto Israelí, que lo capturó en el Gran Buenos Aires. Los demás trabajos de investigación sobre Eichmann no tuvieron nunca traducción.

—¿Qué otras fuentes destacaría entre las que consiguió?

—Lo más importante fueron las actas del juicio, que me hice traer desde Jerusalén. Están editadas por el Estado Israelí, en nueve tomos.

—¿Eichmann habló?

—Uh, habla y habla, demasiado, y se contradice. Al principio niega, pero luego cambió de estrategia y acepta que el Tercer Reich había decidido el exterminio de judíos, y que él fue el organizador. Entonces pretende escudarse con la teoría de la Obediencia Debida.

—Una teoría universal, y también argentina.

—Digamos que nada es nuevo en la vida, las dictaduras se repiten, las torturas, la policía. Eichmann fue un policía. En la Argentina, en los tiempos de la guerra, hubo una corriente nazi, pero nunca alcanzó relevancia. Caído el nazismo, los criminales y simpatizantes que vivieron en la Argentina apostaron a la inevitabilidad de la tercera guerra mundial. Pensaban sepultar sus responsabilidades criminales en el marco de una nueva guerra contra el comunismo que nunca sucedió.

—¿Con qué argumentos se defendió Eichmann en el juicio?

—Planteó que no tenía animosidad contra los judíos, que simplemente ejecutaba un plan que él no había decidido. Y que si no lo hacía, lo mataban a él. Además adujo que mantuvo contactos con líderes de la comunidad judía. Y es verdad, muchos líderes judíos, de los países ocupados, intentaban algún tipo de negociación para tratar de salvar vidas, otros directamente combatían y morían heroicamente. Eso remite a otra gran discusión, igualmente válida para la Iglesia Católica: ¿cuál es el límite entre negociar para salvar algunas vidas, y la complicidad con el régimen?

—Eichmann entró a la Argentina en 1950. ¿Hubo connivencia de parte del entonces presidente Perón para que un criminal de esa jerarquía llegue al país y nadie se entere?

—Es una pregunta recurrente, ¿Perón protegió a criminales del nazismo? Hay que ver que la guerra terminó en mayo del 1945, cuando Perón todavía no era Perón. Cuando ganó las elecciones de 1946, se volcó a una fuerte relación con Estados Unidos, buscó ayuda e inversiones. También es cierto que Perón buscó incorporar a científicos y profesores alemanes, nazis en muchos casos, para insertarlos en el proceso productivo nacional. Fueron miles que se quedaron al garete por Europa, muertos de hambre y perseguidos.

—La teoría del borrón, cuenta nueva y ninguna pregunta del pasado.

—Fue una política muy fuerte de captación. Estados Unidos e Inglaterra se disputaban a los científicos y la Argentina pretendió disputar también esa mano de obra calificada y vacante. Incluso Perón envió emisarios a Europa para contratar profesionales, con sus familias incluidas.

—Pero hay quienes postulan directamente que Perón conoció a Eichmann y que lo protegió.

—Sí, lo postula Uki Goñi, un investigador muy importante. Pero desde mi punto de vista no ha probado que Perón haya conocido a Eichmann. El episodio que plantea Goñi no es verosímil, entre otras cosas, porque Perón —como sabemos— fue un político muy hábil. ¿Por qué se habría de involucrar Perón con los jerarcas nazis a partir de 1946, cuando el nazismo estaba política y militarmente muerto en el mundo entero?

—Lo curioso fue que Eichmann y otros nazis obtuvieron documentos falsos con facilidad. ¿Los documentos fluían sin problemas en la Argentina de Perón?

—Mire, en todas las épocas los documentos argentinos fluyeron con facilidad. En la posguerra, los consulados argentinos en Europa estuvieron muy demandados. La gente hacía la cola todo un día, y lo que se preguntaba en la cola era cuánto costaba sacar la visa... Treinta mil marcos para algunos, 25 mil para otros, según las amistades y los contactos.

—Y está la hipótesis del oro nazi, que habría venido a la Argentina. De hecho hubo blanqueo de capitales de origen nazi y no sólo en la Argentina.

—Lo del oro nazi para mí es un delirio. Hay quienes sostienen que vino incluso un convoy, varios barcos, con el oro del Reich, pero es una fábula.

—¿Cómo logró Eichmann vivir diez años en la Argentina sin que lo descubrieran?

—Se proletarizó al extremo, se fue a vivir a una casita pobrísima en Bancalari ( un barrio del Gran Buenos Aires), y además fue reservado y de perfil bajo. Al cabo era un policía y armó una simulación que le dio resultado durante algunos años. De todos modos el Mossad lo buscó y lo fotografió en Buenos Aires antes de 1960. Luego en Israel cotejaban las fotos y decían: “este pobre infeliz, viviendo en la pobreza del Gran Buenos Aires, haciendo changas o trabajando de operario, no puede ser Eichmann”. Sin embargo era Eichmann, escondido en el paisaje de la pobreza.


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La historia sin la leyenda. Abós se preocupa por descartar los relatos no acreditados sobre su personaje.

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