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 domingo, 01 de julio de 2007  
El hombre que se hizo invisible

Alvaro Abós

En 1921 Robert Mertig, un alemán nacido en Dresde, había llegado a la Argentina, donde, como otros millones de inmigrantes, se abrió paso con dificultades pero con la tenacidad que en la Argentina todos reconocen a los alemanes, colectividad de la cual llegó a ser uno de los principales personajes en el campo de la industria. Patentó una marca, Orbis, y se dedicó a armar aparatos sanitarios y calefones a gas. La primera sede estaba en Callao 53.

(...) Orbis se expandió y abrió nuevas sedes. La primera fábrica estaba en la calle Muñecas, le siguió otra en Palermo. Tiempo después, su sede central ocupaba tres pisos en la Avenida Callao 66, mientras que por toda la ciudad y sus alrededores más de veinte sucursales vendían calefones y sanitarios de la ya popular marca Orbis. La expansión culminó con la apertura de una gran planta para la fabricación integral de aparatos, en Villa Adelina. Allí fue a trabajar Eichmann.

¿Era nazi Mertig, como lo señalan muchos relatos sobre los alemanes en la Argentina? Lo cierto es que Eichmann, bajo su seudónimo Ricardo Klement, trabajó 16 meses en Orbis Argentina.

En la siguiente etapa de su vida laboral, Eichmann intenta una sociedad con Franz Pfeiffer, de quien algunas fuentes señalan que podría tener un lejano grado de parentesco con Eichmann. Abren un criadero de conejos de Angora en el pueblo de Joaquín Gorina, a más de 600 kilómetros al sudoeste de Buenos Aires. ¿Quién era Franz Pfeiffer? Un antiguo SS —había pertenecido al Regimiento Brandenburgo de las Waffen SS y recibió la Cruz de Hierro por méritos en combate. Este Pfeiffer, tras la experiencia frustrada con Eichmann en un lejano pueblo perdido de la pampa, se habría trasladado a Chile, donde dejó fuerte huella ya que fue uno de los fundadores del partido neonazi chileno.

El criadero de conejos, a pesar del fracaso, grabó en Eichmann un recuerdo agradable: los conejos eran lindos y su piel muy suave la pagaban bien los confeccionistas de la industria peletera en Buenos Aires, pero el lugar estaba muy lejos de la calle Chacabuco, en La Lucila, donde Verónica y los chicos seguían viviendo.

Las huellas dejadas por Eichmann en este periplo argentino son tenues. Estaba realmente hundido en el anonimato de la urbe. La pobreza es anónima. Ese fue el hallazgo de Adolf Eichmann y su aporte al arte de pasar inadvertido y eludir a los captores: la clave del éxito para un perseguido que quiere desaparecer no es la distancia, sino la invisibilidad.



(Fragmento de

"Eichmann en Argentina")


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