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 miércoles, 27 de junio de 2007  
Una retirada sin el karma de la derrota

“Todas las carreras políticas terminan en una derrota, pero no todas las derrotas son iguales”, dijo alguna vez Harold Wilson, aquel primer ministro laborista que captó el espíritu joven y cambiante de los dorados 60, algo parecido a la imagen que trató de transmitir Tony Blair en la última década. Es un hecho: Blair dejó el poder debido a un gran desgaste político, una falta de credibilidad galopante y algunas manchas de corrupción que salieron a la luz en sus últimos días. Sin embargo, es muy probable que la influyente figura de Blair proyecte una gigantesca sombra en la Gran Bretaña de los próximos años. Todos y cada uno de sus rivales, los que lo combatieron en silencio y los que gritaron sus errores a los cuatro vientos, van a ser inexorablemente comparados con él, y les va a ser muy difícil salir ganando.

Cuando Blair asumió su último mandato, en mayo de 2005, no había ningún clima de fiesta en Downing Street. La sensación de soledad era palpable. El premier reelegido por segunda vez no había terminado de ganar las elecciones que los medios y los analistas políticos ya estaban arriesgando fechas sobre cuándo tendría que abandonar el poder.

Sobran los motivos.
¿Por qué Blair ganó los comicios de 2005, mientras las falsas excusas para invadir Irak le explotaban en la cara y su prestigio se desplomaba? Más allá de la pobrísima campaña de la oposición conservadora, la respuesta puede resolverse ahora, dos años más tarde, con otra pregunta: ¿quién está mejor hoy: Gran Bretaña después de una década de Blair, Francia tras 12 años de Chirac, EEUU en el séptimo año de Bush o la Alemania que siguió a los ocho años de Schroeder?

Es muy sencillo (decirlo, no lograrlo). Según el último informe de la Organización para la Economía, la Cooperación y el Desarrollo, la economía británica registró este año uno de los crecimientos más rápidos entre los países del G7, y se espera que para el año que viene crezca más que cualquiera de las grandes economías europeas. Su tasa de empleo sólo es superada por los países nórdicos, y está muy por encima de las de Alemania y Francia.

Blair cuestionó con hechos estructuras vetustas. Por un lado combatió el lastre de su propio Partido Laborista, asociado a gestiones ineficientes, temeroso de la inversión privada y pegado a las burocracias sindicales. Por otro lado dejó sin salida a la oposición conservadora, empeñada en su obtuso neoliberalismo desdeñoso del espacio público.

Desde que el laborismo tomó las riendas del gobierno hace 10 años se duplicó el presupuesto en Salud, y se estima que se triplicará para 2008. Los fondos destinados a la Educación también crecieron ostensiblemente: entre 1997 y este año la inversión por alumno subió en un 48%. Aquella Inglaterra de las escuelas y los hospitales de aspecto ruinoso es ahora sólo un recuerdo para los británicos que vivieron en las décadas de los 70 y 80.

Camino marcado.
Blair tampoco renuncia al cargo de premier dejando al frente a esas segundas líneas que sólo sirven de títeres que aplauden en los actos. Todo lo contrario. Deja a Gordon Brown, eterno rival partidario, sí, pero a la vez arquitecto de los logros económicos de su mandato. Brown compite en las encuestas con el líder de la oposición, David Cameron, un carismático político de tan sólo 39 años, una suerte de clon del Blair modelo 97, pero con formación tory. Por cualquiera de los dos frentes, Gran Bretaña deberá seguir un mismo camino: el que marcó Tony Blair.
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