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 domingo, 03 de junio de 2007  
Un crimen que agita en un barrio los fantasmas de muertes recientes

Leo Graciarena / La Capital

“Queremos menos gatillo fácil y más justicia”. A una semana de la muerte de Pablo Espíndola, el muchacho de 25 años asesinado de un balazo en la cabeza por un policía tras una discusión en Uruguay y Magallanes, los vecinos del Fonavi de Rouillón y bulevar Seguí recobraron su tensa normalidad. Siete días atrás, la muerte del pibe obró como un disparador. En una primera reacción, sus vecinos ajustaron cuentas destruyendo los bienes del policía matador, quien vivía a sólo dos escaleras de la víctima. Una postal, tan sólo, de un barrio estigmatizado como parte de una zona roja e insegura que clama Justicia por la muerte del Rusito Espíndola.

   Ante la muerte violenta de un ser querido, la ecuación más compleja quizás sea transformar el dolor. Aquel viernes por la noche, cuando 300 vecinos quisieron quemar el departamento del policía Juan Marcelo Galmarini, lo que les nació fue bronca.

    “Fue una reacción por indignación. Al Rusito lo mató este cana hijo de puta, al que se le paga el sueldo para que cuide a los vecinos. No para que los mate porque no está de acuerdo con el noviazgo”, explicó uno de los vecinos de la familia Espíndola, que habitan el Fonavi desde su inauguración, en el mes de enero hace 24 años. “Los vecinos no tienen nada contra la policía. Y es más, en este Fonavi viven muchos y nadie tiene problemas con ellos porque no son como Galmarini”, relató el hombre.


Punto en el mapa
Todos en la ciudad lo conocen como “el Fonavi de Seguí y Rouillón”. Territorio embromado para propios y extraños. Estigmatizado hacia afuera como tierra de choros, los vecinos padecen ese descrédito todos los días. “Al Fonavi no te puedo llevar. Vos no me vas a chorear, pero después de que te deje a vos me roban seguro”, dijo tajante un taxista al cronista el martes pasado al anochecer.

    “Hay mucho rastrero. Mucho pibe que arrebata carteras o bicicletas, pero choros, choros ninguno”, explicó un comerciante que pidió la reserva de su identidad, como el 90 por ciento de los vecinos que hablaron. “El Rusito era un buen pibe, gasista, laburante, eso tiene quedar claro. Mi nombre no importa”.

   “Este barrio se pobló muy rápido y hay muchos que chorean en el Fonavi y no son del barrio. Pero qué dice la gente: «Me chorearon los del Fonavi de Seguí y Rouillón». Y nada que ver”, relató Pablo. Este Fonavi está ubicado en la zona sudoeste, uno de los extremos donde la ciudad aún tiene espacio para expandirse.




Geografía
 Además del complejo de viviendas (un rectángulo delimitado por calles Calchaquí, Solís, Seguí y Biedma), hay otros importantes núcleos urbanos: el Fonavi Verde (Biedma al sur), barrio Bolatti e Hipotecario (Solís al oeste) y la villa de la Vía Honda (paralela a Felipe Moré). Pasando Garzón al oeste se formaron arrabales que mantienen los nombres originarios de sus vecinos: Tablada, Empalme Graneros y Las Flores.

   “Sólo en este Fonavi hay 784 viviendas (dividas en escaleras, cada de una de ellas compuesta por una planta baja y tres pisos de un departamento). Y acá una familia tipo tiene cuatro hijos o más. Sacá la cuenta. ¿Cuántos choros puede haber? ¿Cien? ¿Y el resto? Somos todos laburantes”, explicó Mary, que tiene su granjita desde que nació este Fonavi. “En el barrio todos hablan mucho. Boquean y por ahí dos taraditos gritan: «Vamos a quemarle la casa al cana». Y todos se suman, como pasó el viernes, pero ojo, acá nadie le quemó la casa. Si no se habría quemado toda un sector del Fonavi, cosa que no pasó”, dijo otro joven.


Los caídos
 Los vecinos van recordando la línea cronológica de crímenes que tuvo como escenografía las calles del barrio. Gustavo Pastor Pipi Aguirre, el verdulero asesinado por un pibe de 15 años el miércoles 23 de junio de 2004 en Seguí y Rouillón. Rubén Darío Oliva, el agente del Comando Radioeléctrico muerto a tiros en Biedma al 5600 el 6 de mayo de 2006. Jonathan Fontana, el muchacho de 17 años con antecedentes policiales acribillado en un presunto enfrentamiento con la policía en Biedma al 5700 el 23 de abril de 2006.

   “A los vecinos lo del Pipi nos mató. Y ahora pasa esto con el Rusito”, contó angustiada una muchacha cuando hace ocho días el Fonavi esperaba por los restos del pibe muerto. “No queremos que esto quede en la nada como pasó con el Pipi. Conozco a sus familiares y esto les revolvió la herida”, contó Claudio. “Desde la muerte del policía Oliva el barrio estaba más tranqui ”, contó otro vecino. Una hipótesis sobre las que trabajó la Justicia en este caso fue un crimen por venganza. “Después de la muerte de Fontana, se oía que iban a matar a un cana. Todo saben que el pibe tenía antecedentes y que cuando lo mataron se estaba entregando, no tirando como dicen”, explicó un chico de unos 18 años, oculto tras una gorrita de lana.

   Y desde hace una semana por la casa de los Espíndola en el Fonavi peregrinan familiares, amigos y vecinos para ofrecer contención. “Al padre del Rusi lo vi ayer y me agradeció por el apoyo que le dio todo el barrio. «Nunca pensé que en este momento iban a estar todos. Gracias», me dijo. Para nosotros es muy doloroso porque el Rusi estaba trabajando en mi casa con el papá cuando lo llamaron y salió a buscar a Gustavo. Fue la última vez que lo vimos vivo”, comentó Noelia, quebrada por la pérdida de un “gran pibe” por el que el Fonavi pide Justicia. Y por él, sus vecinos marcharon el viernes y ayer.


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Una foto del Rusito en un negocio de Rouillón y Seguí.

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