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domingo,
22 de
abril de
2007 |
[Nota de tapa] - Poesía madre
El sentido de una búsqueda rigurosa
El Museo Diario La Capital homenajeó a Beatriz Vallejos por su trayectorias artística. Aquí se incluyen las intervenciones de Celia Fontán y Sonia Scarabelli, y un texto de Javier Cófreces
Celia Fontán
Hace ya varios años, al iniciar la presentación del libro “Donde termina el bosque”, en el Museo de la Costa de San José del Rincón, Marta Rodil se refirió a la poesía de Beatriz Vallejos como poesía madre, frase que retomo, con el sentido con que fue dicha en ese momento, lejos de todo sentimentalismo o lugar común y dejando de lado, también, las ideas de paternidad o parentesco textual, porque Marta empezaba a hablar de algo que estaba ocurriendo desde cierto tiempo, entre la obra de Beatriz Vallejos y varios poetas de otras generaciones, puesto que el acercamiento a sus poemas, iba dejando en muchos de nosotros una forma diferente de concebir el hecho poético, forma que se iría acentuando con el paso del tiempo.
“Arboles de entreluces / el jardín cotidiano /guardan /También aquel verano sonreías, / ¿veladamente para ahora? cuando/ el peso de la lluvia / inclina las hojas/ como otro / resplandor furtivo”. Muchas veces he vuelto a leer este poema, llamado “Los fundados senderos” pensando en el sentido último que encierra el acto de escribir, pues toda poesía verdadera realiza su propio intento fundacional, y, como dice el poema, lo que hacemos es para otros, el instante es para el mañana, y el pasado siembra, veladamente, un resplandor para el futuro.
Recorrer esos fundados senderos es, sin duda, una experiencia inolvidable, que nos acerca al sentido de la búsqueda rigurosa, pero también de la inocencia para aceptar el hallazgo, la espera paciente de la revelación, y la certeza de que escribimos porque oímos, porque cada uno de nosotros es entrecruzamiento de voces que vienen desde lejos, de otras culturas, de otras vidas y otros esfuerzos, voces que no van a evidenciarse en el poema sólo a través del rescate evocativo, sino por su propia y justa vibración.
En ese sendero, la poesía es música y tiempo, pero también espacio. Pablo Gianera afirmó en una oportunidad que los poemas de Beatriz no se leen, se miran. Y es esa la lectura especial que proponen sus textos, donde la contemplación es tan importante como la lectura misma y donde el espacio en blanco remite al silencio, que no debería ser llenado —como señaló Rubén Sevlever— con palabras, sino con una meditación profunda. De allí que no sea fácil la lectura de los poemas de Beatriz, porque demandan interioridad y compenetración.
También en esos senderos accedimos a la convicción de que la plástica y la escritura se funden en un punto luminoso y que la poesía desecha lo obvio y lo novedoso, a favor de lo nuevo y lo evidente, y celebra la universalidad de nuestras aldeas, el misterio, el asombro, la intemperie, porque la lectura de los poetas exige comunión, demora, tiempo a entregar, silencio a compartir y las palabras son el soporte hacia un ahondamiento del sentido como señaló alguna vez Rosa Gronda y que escribir es estar en el mundo y por lo tanto, también es compromiso, no sólo con las palabras y el oficio, sino también con la realidad y con la historia.
La poesía de Beatriz nos acercó a los poetas chinos, que ya habíamos leído, pero que no habíamos visto así, tan próximos, tan nosotros, bebiendo el vino de sus copas, sintiendo frío por debajo de sus pantuflas. Y a Felipe Aldana en su lucidez rigurosa, y en sus irreverencias casi inocentes.
Leyendo su obra aprendimos que todo cabe en el poema y , a través de él, en un mismo libro: los estados subjetivos, la reflexión, el registro del acontecer, la trasmutación del paisaje, pero también el padecimiento de los inundados, la humillación del vecino, los problemas de la física, porque el poema es el universo mismo, y que deberíamos apresar entre los dedos los instantes de felicidad, y buscar un mensaje luminoso, pese a toda adversidad, y aunque fracasemos en el intento, porque toda armonía es difícil y entre todas las esperanzas, también está la esperanza de una poesía por venir, puesto que somos parte del cosmos y del mundo natural y nos sostenemos en ramas, como las flores, y en el mismo camino podemos sentir la intensidad y la tensión que une lo disperso, y nos hace sensibles y pacientes ante todo advenimiento, porque nada se encuentra tan cerca como la lejanía, y la paradoja somos nosotros mismos.
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Fotos
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Poesía con arte. Betariz Vallejos fue la protagonista del homenaje brindado poor el Museo Diario La Capital.
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