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 domingo, 18 de marzo de 2007  
Rosa Roisinblit: una abuela no detiene su marcha
Recuperó a su nieto nacido en la esma, y lucha por los chicos todavía no hallados

Después de una hora y media de charla, Rosa Tarlovsky de Roisinblit sigue adelante con su perfecta crónica autobiográfica. Memoriosa, elige con rigor de eximia narradora lo más relevante. Ni melancólica, ni eufórica, ni resignada al dolor, ni fría, ni distante, para regocijo del cronista, ofrece mostrar, generosamente, cada tramo de sus 87 años de vida. En la oficina de unos 30 metros cuadrados que comparte con Estela de Carlotto, la histórica vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, da por iniciada la entrevista. Se sienta ante su escritorio y desde allí habla, atiende algunas llamadas, da instrucciones, chequea agendas con entrevistas pactadas y horarios de charlas que ofrecerá como única oradora.

Rosa nació en zona rural de Moisés Ville, en 1919. “Iba a la escuela en sulky, desde el campo en que vivíamos hasta el pueblo, a siete kilómetros. Mi padre fue un gran agricultor y ganadero, llegó a tener tres mil cabezas de ganado y también caballos, pero se fundió con la gran depresión de 1930”, recuerda. Cuando terminó sexto grado, un médico amigo de su padre la llevó a Rosario para que estudiara obstetricia. Vivió hasta 1944 en la ciudad, donde trabajó en la Facultad de Medicina.

Lleva 29 años de militancia con las Abuelas de Plaza de Mayo. Su única hija, Patricia, embarazada de 8 meses, y su yerno José Manuel Pérez, militantes peronistas montoneros, fueron secuestrados en octubre de 1978, y se presume luego asesinados por el Estado terrorista. Uno de sus dos nietos, Guillermo, nació en cautiverio y fue apropiado por una pareja de miembros civiles de la Fuerza Aérea. Hasta que en el año 2000 fue recuperado por las Abuelas.

“Inmediatamente después del secuestro de mi hija salí a buscarla. No fue que yo me convertí en revolucionaria pero salí a buscarla, incluso un poco ingenuamente al principio. Como Patricia estaba embarazada de 8 meses, yo pensaba “bueno, tiene que volver pronto a casa porque tiene que tener a su bebe”, recuerda Rosa.

—¿Y qué fue la primero que hizo?

—Me presenté ante la justicia para denunciar la privación ilegítima de la libertad de Patricia, fijate qué ingenua. Podría haber desaparecido yo también. Al cabo de los días di con la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.

—¿Cómo fue aquel primer día?

—Llegué, toqué timbre, me abrieron y subí. En el final de la escalera, en un primer piso, habían colocado varias mesitas con una persona atendiendo en cada una. Me acerqué, me presenté y resulta que todas las mesitas estaban para atender casos como el mío. Allí me escucharon y me dieron una cita para reunirme con otras abuelas que tenían hijas o nueras secuestradas y embarazadas. Yo estaba desesperada y confundida.

—Pero fue a la cita con las otras abuelas.

—Me la jugué y fui, sin poder consultar con nadie. Estaba sola (su esposo falleció en 1972) y no quise involucrar a mis hermanas, que por entonces tenía cuatro, ni a mi madre, que era una señora muy mayor. Desde entonces fui Rosa Roisinblit. Silencié mi apellido de soltera, Tarlovsky, para proteger a mis hermanas.

—¿Cómo fueron aquellas primeras reuniones de las Abuelas?

—En confiterías, no teníamos sede. Simulábamos que se trataba de una reunión de maestras celebrando un cumpleaños. Ni el mozo se tenía que enterar de nada. Así que charlábamos muy animadas y por debajo de la mesa nos pasábamos los papeles con cosas escritas, los datos. Ninguna estuvo preparada y no había nada escrito ni a quién pedirle consejos porque nunca en la historia universal se había dado el robo de bebés por razones políticas. La nuestra fue una atrocidad sin precedentes. Apelamos a una creatividad increíble y con los años aprendimos todo.

—¿Se integró a Abuelas antes de que se constituyera como Asociación?

—Claro, y nos autodenominábamos “Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos”. Un nombre un poco largo. Después quedó el nombre actual, con comisión directiva y personería jurídica. A mí durante ocho años me tocó ser la tesorera. Después me pasé a la vicepresidencia, hasta hoy.

—Por Abuelas, le tocó viajar por el mundo, ¿cómo fue?

—El prestigio que tenemos en el mundo, lo digo sin falta modestia, es muy importante. Nuestra causa sensibiliza de un modo excepcional. Aún ahora, 30 años después, seguimos encontrando gente que no puede creer lo que sucedió en la Argentina: “¿cómo, también secuestraban a los chicos?”, nos siguen diciendo en algunos lugares.

—Cuando secuestraron a su hija Patricia, embarazada de su nieto Guillermo (nació en la Esma), usted se quedó con su otra nieta, Mariana.

—Sí, Mariana tenía quince meses, y de pronto, de un día para el otro, se quedó sin el padre y sin la madre. Ella aún no sabía hablar, y no pudo expresar lo que sintió en aquel momento. La tenencia de Mariana quedó en manos de los otros abuelos (paternos), pero yo la visité lunes, miércoles y viernes, con lluvia, frío o calor infernal. Estuve siempre ahí, con ella. Tengo que reconocer que si me hubiese tenido que ocupar día a día de Mariana, de lo doméstico, cuando fue pequeña, tal vez no hubiera podido desarrollar la búsqueda militante de mi otro nieto y de mi hija.

—A diferencia de otras abuelas, usted encontró a su nieto, ¿sintió una recompensa a tanta dedicación?

—Y, de algún modo soy una privilegiada. Otras abuelas ni siquiera saben el sexo de sus nietos. Yo supe por ex presas liberadas de la Esma que mi nieto nació el 15 de noviembre de 1978 en la Esma y que mi hija fue llevada a la Esma, desde otro campo de concentración, por 4 o 5 días, sólo a los efectos del parto.

—Cuando recuperó a su nieto, ¿sintió que su tarea llegaba a su fin?

—Para nada, para mí sigue todo con la misma fuerza. Falta mucho por hacer, muchos nietos por recuperar. Además, recuperar una relación con un nieto puede llevar años, como en mi caso, que no fue nada fácil.
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Incansable. Rosa Roisinblit lleva 29 años en las Abuelas de Plaza de Mayo, entidad en la que ejerce la vicepresidencia.

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