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 domingo, 04 de marzo de 2007  
Le Marche: la terra del mio nono

Silvina Saltiveri

La Primera Guerra Mundial dividió geográficamente a la familia de mi abuelo materno. Cinco de seis hermanos escaparon a la Argentina en busca de paz y trabajo. Sin embargo, y aunque consiguieron, lamentablemente nunca tuvieron los medios suficientes para volver a su Italia natal, aunque más no fuera, para volver a ver a sus padres y su hermana menor. Apegada como era a mi abuelo, la idea de conocer a “la familia de Italia” así como calzare la terra del mio nono era un sueño para mí. Fue así que decidí cambiar un ofrecimiento de mis padres para viajar a Inglaterra, luego de recibirme como profesora en inglés, por un viaje a la región de Le Marche en Italia, donde mi abuelo Genaro, el italiano más simpático y optimista que conocí, había nacido.

   Una familia que apenas conocía (a través de historias familiares y nombres, poco más) comenzó a cobrar vida y a volverse tangible, así como inmensamente valorable. Fueron ellos, y en especial mi tío Giovanni quienes hicieron posible que, más allá de conocer la tierra donde efectivamente vivió mi abuelo, pudiera conocer buena parte de ese país, muchos lugares que don Genaro, mi abuelo, ni soñaba en visitar, inmerso en una infancia de duro trabajo en el campo.

   Fue entonces Giovanni quien —tanto, o más entusiasmado que yo— organizó un verdadero rally de un mes de duración para julio y agosto, pasando por los lugares que nos parecieron de mayor interés. Al tocar tierra romana, en Fiumicino, y luego de conseguir orientarme en la estación Términi de Roma (lo que encontré difícil, parte por la emoción y parte por la inexperiencia ya que era mi primer viaje sola al exterior), tomé un tren a Jesi donde me encontraría con Giovanni.

   Fue un viaje de cuatro horas atravesando los montes Apeninos, descubriendo laderas cubiertas de un verde intenso y parejo y con pintorescos grupos de casas aquí y allá sobre y a media montaña, así como en los valles (algo que en principio me sorprendió y que luego asimilé como algo que se repetiría en todas las partes de Italia que visité).

   Luego del esperado encuentro que reuniría a la familia físicamente después de 26 años (la última visita de Giovanni a la Argentina había sido para cuando mi mamá estaba embarazada de mí), partimos para Rímini en su auto para luego recorrer Italia siempre en el mismo medio de transporte. En Rímini, famosa por sus playas y mariscos y por ser una especie de Mar del Plata, no sólo de Italia sino de prácticamente toda Europa, visité a las hermanas de Gío, Giuliana y Vittoria, y sus familias en Rivazzura.

   Playas amplias, mar tranquilo, templado, apacible y de aguas claras; costanera repleta de negocios que venden recuerdos, pizzerías, restaurantes, las tradicionales trattorías y, sobre todo, muchos turistas alemanes. La cercanía con el mar provee a estos lugares de comidas con gran variedad de pescados y mariscos presentados de las más variadas maneras y que sorprenden la vista y el paladar maravillosamente. Fue también allí que probé mi primer expresso —café fortísimo y servido a la mitad en una tacita de café tradicional—, para en sucesivas meriendas preferir caffelatte, lo que sería nuestro café con leche.

   La incomparable Venecia no puede dejar de mencionarse. Navegar por sus canales y perdernos en sus intrincadas y mágicas callecitas constituyó una experiencia más que enriquecedora en lo que entrar en contacto con formas de arquitectura y expresiones artísticas se refiere, especialmente en lugares que impactan la vista y se tornan inolvidables como la basílica de San Marcos, el Palacio Ducal, el puente de los suspiros, la cárcel y el puente de Rialto.

   
Retroceder en el tiempo
Sin embargo, y a pesar de haber recorrido luego Milán y su imponente y espiritualmente cautivante Duomo, San Marino y su deslumbrante porte de ciudad fortaleza, con sus museos de armas, sus torres de vigilancia, sus túneles subterráneos; y la impresión que nos imprime a fuego de haber retrocedido cientos de años en el tiempo. Roma y su historia religiosa y milenaria en iglesias, foros y arcos de triunfos; una Florencia que se impone con su Plaza del Señorío y su increíblemente interesante Palacio Uffici (museo de arte pictórico y escultural); una Nápoles ruidosa, inquieta, superpoblada, pero cercana a paraísos como la costa de Sorrento y la isla de Capri, elijo detenerme en un lugar mucho menos conocido, una pequeña ciudad de la región de Le Marche. Específicamente en San Severino Marche.

   San Severino es una de las tantas poblaciones que nacieron en lo alto de colinas debido a la necesidad de sus pobladores de defenderse, en tiempos de antaño, de los ataques de poblaciones cercanas. Rodeada por murallas y extendida fuera de esos límites debido al crecimiento demográfico, esta ciudad mantiene sus construcciones, sus techos de tejas (usan las tejas de construcciones demolidas para los techos de casas nuevas, a precios altísimos, dada su durabilidad), sus calles estrechas y sus plazas secas a fuerza de un profundo respeto por los edificios antiguos.

   La Plaza del Popolo constituye un centro importante de reunión. De forma oval y rodeada por pintorescos negocios y cafeterías, la plaza también está embellecida por una antigua iglesia, lugar donde fue bautizado mi abuelo Genaro. Al igual que las demás ciudades rodeadas por murallas, San Severino Marche posee puertas de acceso que son altos en la monotonía de las mencionadas murallas.

   El cuidado de las líneas arquitectónicas y de las costumbres a través, por ejemplo, de la conmemoración de fiestas gastronómicas de diferentes áreas, mantienen viva la identidad de la región. Conocer Le Marche fue volver a la raíz de mi familia, fue buscar en cada esquina la figura joven de mi abuelo y ver su andar a través de recuerdos narrados por mi tío Giovanni. Fue volver en el tiempo para reconocer una vez más el valor de su vida, sus esfuerzos y amor por nosotros.
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De visita en Capri.


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