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 domingo, 04 de marzo de 2007  
Vínculos: de la admiración a la confrontación

Solemos escuchar lo difícil que se torna, “por momentos”, la relación entre madre e hija. Mucho se hace hincapié por parte de los adultos de los cambios que van dando en sus hijos, pero pocos se plantean qué efectos producen éstos en ellos mismos. Muchas de las instancias a las que los adolescentes exponen a sus padres hace que en ellos se puedan reactualizar vivencias, experiencias y conflictos propios de su historia.

   La adolescente comienza a preguntarse sobre su lugar en el mundo, sobre sus propios deseos, su elección sexual y sobre el camino que quiere construirse para sí. Cuando comienzan las preguntas, empiezan los movimientos que, a veces, son fuertes tormentas desoladoras.

   En la infancia son los padres quienes transmiten a sus hijos costumbres, valores, creencias, y el niño responde a esto con admiración, identificándose con ellos. Son mirados como fuente de saber, son “ los grandes”. La madre, en un comienzo, es mirada como modelo, es observada en sus aspectos femeninos, se empieza por jugar a ser mujer pintándose, poniéndose los zapatos y la ropa de mamá.

   Con la llegada de la pubertad, se manifiestan cambios en el cuerpo anunciando la posibilidad de la procreación, la asunción de la identidad sexual. En estos tiempos ya no se trata de jugar “a ser” sino que se ponen en juego otras instancias, en las que las hijas comienzan a plantearse cómo quiero ser, quién quiero ser, qué quiero ser y hacer. Por ello es que requieren tomar distancia de ese modelo para lograr construir su propia identidad. Estos tires y aflojes van midiendo la distancia que permite a la hija lograr acercarse de otra forma a su madre, cosa que a la madre le tomará tiempo elaborar.

   Comienzan los conflictos, los “no me entendés”, los gritos, los silencios. Aquellos quienes habían sido idealizados, ahora son descubiertos en sus fallas, grietas, errores, poniéndolos en tela de juicio, evaluándolos y criticándolos. No sólo se trata de lo que como madre quieren para sus hijas, sino darse lugar a escuchar lo que sus hijas quieren para sí. Suele ser difícil para la madre reconocer en su hija un sujeto diferente de ella, que piensa, que elige y opina.

   Todo este proceso es un tiempo de aprendizaje para ambas, que implica renuncias, la aceptación de diferencias, el paso del tiempo y el reconocimiento de los cambios en el modo de relacionarse de cada una. Ser madre es una función que muchas veces eclipsa a la mujer, cosa que en ocasiones descuidamos. Este descuido suele advertirse cuando en nuestras hijas vemos asomarse una mujer y esto nos retorna como preguntas hacia nosotras mismas.

   Entre los movimientos y vaivenes que conlleva la adolescencia en las hijas, sumado a las propias inquietudes, por momentos generan confusión o dificultades en la relación.

   El presente está teñido por el afán de la eterna juventud, lo cual genera que las diferencias generacionales se tornen difusas, complejizando la relación madre-hija, en la cual los roles se invierten creándose, en ciertas situaciones, un clima de competencia.

   Las adolescentes requieren de sus madres el acompañamiento en este tiempo de asunción de su sexualidad, de su identidad como mujer, reconociendo en ellas un lugar de referencia, a quienes poder confiar sus miedos, incertidumbres y dudas. Y, en cambio se encuentran, muchas veces, con madres que tomadas por sus propias incertidumbres e inseguridades poco lugar pueden dar para que en ese acto una mujer pueda arribar.

   Cuando la madre no sólo se presenta como madre sino siendo mujer, teniendo sus propios proyectos, sus propios tiempos y vivencias, puede transitar todo este camino con su hija de otra forma, pudiendo disfrutar con ella y viviendo, ambas, este despegue de una manera menos traumática.

   En estas situaciones de vida lo que hace la diferencia es la posibilidad de darse el tiempo para que, tanto madres como hijas, puedan elaborar aquellas cosas que las inquietan, tomándose el tiempo para pensarse con sus miedos, ya que a veces creyendo estar en lo cierto poco lugar damos a la pregunta.

Analía Sandra Piotto

Psicóloga

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