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 sábado, 24 de febrero de 2007  
Para los antiguos mexicanos, las prostitutas eran mujeres respetables
Las comunidades consideraban necesario su rol. “La Malinche”, la más famosa

Rocío Ramírez

Las “tlatlamiani” o “alegradoras”, mujeres que ejercían la prostitución en el México prehispánico, no sufrían discriminación pues se las consideraba “respetables porque cumplían una labor dentro de su comunidad”, aseguró ayer un especialista en arqueología. La más famosa entre ellas fue quizás Marina, también conocida como “La Malinche”, la mujer que fue amante y traductora de Hernán Cortés a su llegada a las costas de Veracruz en 1521, indicó el arqueólogo Eduardo Merlo.

  El experto, quien ha realizado diversos estudios sobre la mujer en el México prehispánico y es comisario de la exposición “Diosas y mortales”, que se exhibe en el Museo Regional de la ciudad central de Puebla, destaca el papel crucial que tuvieron antaño.

  “Las alegradoras eran muy importantes sobre todo en la guerra, porque acompañaban a los soldados, de esa manera evitaban que violaran o raptaran a las mujeres de los pueblos conquistados. Si lo hacían, eran castigados terriblemente, porque para eso llevaban a su contingente”, precisó Merlo.

  La exposición que ha dirigido, que se exhibe en Puebla, 125 kilómetros al sureste de la capital mexicana, contiene un centenar de piezas entre esculturas, figurillas de barro, joyería e instrumentos de cocina que dan cuenta de la vida cotidiana de las mujeres desde el año 500 antes de Cristo hasta el 1521 de nuestra era, cuando llega Hernán Cortés a México.

  Merlo dijo que las prostitutas recibían dobles honorarios pues “eran pagadas por el Estado por su servicio y también por los propios usuarios”.

Pulcras. El cronista Fray Bernardino de Sahagún las definía en sus escritos como mujeres “que se bañaban todos los días, se vestían elegantes, se adornaban con flores el cabello, se pintaban el cuerpo” y “masticaban su chicle”.

  “Diosas y mortales”, después de exhibirse en Puebla, viajará a los estados mexicanos de Yucatán y Chiapas, y en 2008, a Nuevo México y Nueva York (EEUU).

  Merlo señala que las “alegradoras”, como las deidades, eran las únicas que usaban sandalias y siempre llevaban el cabello lacio, como se representó en los códices a “La Malinche”.

  Incluso el muralista mexicano Diego Rivera (1886-1957) la representó en uno de los murales sobre la vida del México prehispánico.

  El especialista dijo que las “tlatlamiani”, vocablo en lengua náuhatl que quiere decir “la que hace feliz”, nunca se casaban, y si alguien les faltaba al respeto podía ser castigado.

  “Las mujeres del pueblo no las veían mal pero había otras que practicaban la prostitución a escondidas, a las que les llamaban huilas (palomas), que iban de aquí para allá y eran mal vistas y criticadas”, detalló.

  Otra peculiaridad de la época era el elevado estatus social de las mujeres que morían dando a luz a sus hijos, un símbolo de buena suerte para la guerra.

  “Los guerreros irrumpían en la casa de la muerta para arrancarle el cabello o una extremidad porque era uno de los amuletos de la guerra. Mientras, los familiares se armaban para defender el cuerpo”, aseguró.

  Otro de los apartados de la exposición muestra las vestimentas, orejeras y collares que usaban las mujeres del México prehispánico y sus distintos peinados.

  Las que se rizaban el cabello “lo hacían con piedras calientes” con la pretensión de verse más hermosas, pues el cabello ondulado no existía en las razas de entonces, hasta la llegada de los esclavos negros de Africa siglos más tarde.
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Una de las estatuillas que integra la muestra "Diosas y mortales", en el museo de Puebla.

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