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 domingo, 12 de noviembre de 2006  
Italia > Calabria
Un culto al ají más picante
En esa región del sur hay un museo que le rinde homenaje. Mar, montañas, historia y sabores. A descubrirlos

Pablo R. Procopio / La Capital

"Para su majestad el peperoncino, un museo único en el mundo". Así se promociona un reducto irrepetible que le rinde culto al pimiento picante (picantísimo de color rojo intenso) que se cultiva en la más sureña región continental italiana, Calabria.

Una zona donde, además, se realiza anualmente el Peperoncino Festival (este año tuvo lugar entre el 6 y el 10 de septiembre); la oportunidad de homenajearlo incluso colgando cientos de racimos para embellecer balcones que, a su vez, compiten por un premio.

Si en Argentina al más ardiente de los pimientos se lo llama Puta Parió, es difícil encontrar una expresión similar ante la ingesta de su par italiano, mucho más potente. Una especie de deidad que en Calabria (específicamente en Diamante, provincia de Cosenza) se venera con pasión. Y la puerta de acceso a un lugar que merece todos los calificativos (y más) que lo realcen.

Pero Calabria no es sólo eso. Es una región dividida en 5 provincias, tres históricas (Reggio Calabria, Cosenza y Catanzaro) y dos recientes (Crotone y Vibo Valentia). La capital es Catanzaro (que también es la capital de la provincia homónima). Tiene una extensión de 15.080 kilómetros cuadrados y su población era de 2.050.478 habitantes en 2000.

Constituye la punta de la península italiana; limita al norte con la región de Basilicata, al oeste con el mar Tirreno, al noreste con el golfo de Tarento (Taranto), al este con el mar Jónico y al sur con el estrecho de Messina que la separa de la isla de Sicilia. Desde el punto de vista geográfico presenta una individualidad muy precisa, debida a su posición periférica y casi de aislamiento respecto al resto de Italia, a su forma característica y a su estructura morfológica.

Llegar hasta el Palazzo Ducale di Maierà (donde funciona el museo del peperoncino) es una aventura o, al menos, una experiencia simpática. Claro, si no se cuenta con auto, hay que tomarse un trencito que irá, desde Diamante, pocos kilómetros hasta el extremo de una montaña. Una guía marcará, entonces, cada punto de atracción hasta el arribo al lugar de veneración al ají picante (tiene productos de todo el mundo, incluso la versión en polvo rosarina Alicante de La Virginia).

El tren, del estilo La Merenguita, hace que los pasajeros se sientan como en un cumpleaños disfrutando del show de los Cabezudos.

Sin embargo, esa situación risueña no será nada en comparación con el paisaje del lugar: una con junción perfecta de aguas turquesa hacia abajo (las del mar Tirreno) y vegetación montañosa (la cadena de los Apeninos) en derredor; plantas de olivas, tunas, higos, cedros (una especie de limón más grande) y de otras frutas exquisitas. De repente, un teatro griego recuperado hace algunos años obligará a un alto en el viaje. El anfiteatro de Cirella es utilizado hoy para que actúen allí las más importantes figuras peninsulares.

Demás está decir que el recorrido mostrará aquellos pueblitos típicos calabreses donde aún hoy se conservan tradiciones como las de anunciar con afiches en la calle el velorio de los vecinos; lugares con casas de frentes muy angostos pero con todas los servicios e infraestructura propios de un país desarrollado, aunque a veces las costumbres demuestren lo contrario. Un atractivo turístico en sí mismo.

Así es el sur de Italia. Una mezcla perfecta entre aceitunas, limoncello (licor de limón), mozzarella, vinos, pasta (casi siempre fideos con salsa natural de tomate), mariscos, jamón crudo y, por supuesto peperoncino. En definitiva, el mar, la montaña, la historia y los sabores.

Hay dos lugares clave para alojarse en ambas costas (del Tirreno y del Jónico). El primero es Diamante. Un pueblo de poco más de cinco mil habitantes que se convierte en atracción durante septiembre al acercarse el festival del peperoncino. Pero no es lo único para destacar. Sus aguas transparentísimas dieron origen al nombre de la población marina. Como para pedalear una y mil veces hacia la isla rocosa de enfrente (Cirella) con una miniembarcación conocida como pedallo que, al tiempo que pone las piernas en forma, sirve para admirar desde el mar un ambiente soñado y, al llegar, largarse a nadar entre peces y grutas fabulosas. Para los amantes del shopping, la venta en la playa tiene un atractivo especial, fundamentalmente por los buenos precios aún en euros.

Pero si de comprar se trata, el sitio ideal es la feria de los viernes de Soverato, sobre el mar Jónico, el otro sitio de alojamiento básico. Es una de las localidades balnearias más renombradas de ese sector. Una población donde la movida nocturna se siente los fines de semana a orillas del agua. En cada parador hay música en vivo; algunos se transforman en discotecas al aire libre donde los jóvenes hacen de las suyas.

Estos dos poblados (Diamante y Soverato) son equidistantes para hacer excursiones hacia las ciudades imperdibles de Calabria y Sicilia.

Por ejemplo, Reggio di Calabria. Gabrielle D'Annunzio llamaba a su costa "el kilómetro más bello de Italia", y la hermosura del estrecho al atardecer, cuando el sol se refleja sobre los edificios Liberty color pastel del Corso Garibaldi, no pueden menos que confirmar sus palabras (ver aparte).

Y ni hablar de Consenza. Una anciana que observaba desde la ventana en lo alto de una casa del centro histórico preguntó de dónde eran tantos turistas juntos. "De la Argentina", se le respondió. Seguro que algún familiar o conocido suyo habría emigrado a este país. En Italia no es difícil hallar gente con familiares aquí.

Cosenza no permite olvidar nada. Por ejemplo, el teatro comunal que genera un impacto visual espléndido, como el duomo o la tradición de ir al Caffè Renzelli, donde Ruggero Leoncavallo escribió una ópera que Rosario pudo ver hace poco en El Círculo, "I pagliacci". Quien la haya observado y escuchado se transportará de inmediato a las callecitas de Cosenza. Qué más.

Como por casi toda Calabria, atravesando los característicos puentes con arcos (legado del duce Benito Mussolini), por qué no llegar hasta Pizzo Calabro (provincia de Vibo Valentia), ver el castillo de Gioacchino Murat y adentrarse en el silencio de la Chiesetta di Piedigrotta, una iglesia dentro de una gruta que, en invierno, se cubre de agua. Sin embargo, la imagen de la virgen, pintada en un cuadro que persiste de un naufragio, se mantiene desde el 1600 prácticamente inalterable. Pero que nadie olvide el tartufo, el helado más rico del planeta.
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