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domingo,
05 de
noviembre de
2006 |
[Primera persona]
La memoria en movimiento
"No hay monumento que garantice que la historia no se repita", ADVIERTE el artista
que propuso derrumbar la Puerta de Brandeburgo
Lisy Smiles / La Capital
Dijo Marcel Proust: "La memoria es como un obrero que trabaja para establecer cimientos duraderos sobre las olas". Esa frase, escrita sobre una de las paredes de la sala central del Museo de la Memoria, ofició de pórtico involuntario a la conferencia que dictó el artista Horst Hoheisel sobre la lógica de los monumentos o mejor dicho sobre cómo construir memoria sin monumentos. Es que su mirada prefiere formas menos contundentes, intervenciones más sutiles, ligadas al concepto que propone que "el mejor monumento de recordación es el ser humano".
Sus obras provocan por lo despojadas y también por la polémica que arrastran. No son inertes, ni perennes, luchan contra el olvido desde la discusión.
Por eso Hoheisel se animó a plantear demoler la Puerta de Brandeburgo o esparcir restos de oficinas de la Gestapo para presentar el predio como "La historia molida" o instalar una placa de metal con la temperatura del ser humano en un gélido lugar que había sido tomado por los nazis. "Los monumentos tradicionales son invisibles", quedan atrapados en la trama urbana y, aunque impresionen por su tamaño, pasan desapercibidos en la vida cotidiana de los habitantes de una ciudad, advierte el artista enrolado en el antimonumentalismo.
Hoheisel nació en Polonia, en 1944, y reside en Alemania. Estuvo en Rosario invitado por el Museo de la Memoria y recorrió la ciudad buscando huellas. Quedó asombrado por la memoria activa que leyó en los graffitis, y se mostró expectante por la tensión que puede generarse en torno a la recuperación del edificio de Moreno y Córdoba, hoy bar, ayer sede del II Cuerpo del Ejército y en el futuro espacio para la memoria. En diálogo con Señales opinó que los edificios rosarinos que fueron sede del terror durante la dictadura deben ser señalados como tales e incluso debe mostrarse la red que conformaron.
-¿Cuál es para usted el mejor monumento de memoria?
-El ser humano es el monumento ideal, porque toda la memoria está en en ellos, en las discusiones, en las interacciones entre esos seres. El arte sólo puede ofrecer un acceso a esa memoria. Es como que abre una puerta. La memoria sólo sirve cuando hay un futuro, entonces ese proceso apunta a cambiar la sociedad, para que nunca más ocurra un Holocausto o una dictadura, aunque este pensamiento es una utopía. Veo el caso de Jorge López, y eso significa que la historia se repite, algo que los monumentos no pueden impedir. Sólo los seres humanos pueden lograr que no se repita. No hay monumento que garantice que la historia no se repita.
-¿Cómo se traslada ese concepto a una propuesta artística?
-Es clave involucrar a mucha gente en un proceso de memoria. Yo trato de imaginar cómo eso se puede vehiculizar por medio del arte, pero creo que se debe recurrir a medios sociales más que a medios artísticos. Para mí la memoria funciona, por ejemplo, a través de los eventos, como la conferencia que dicté, donde se pudo discutir. La mejor manera de transportar la memoria es a través de una red compuesta por seres humanos, que discuten sobre lo ocurrido y también sobre la vida cotidiana, porque es imposible despertarse todas las mañanas y que el primer pensamiento sean los desaparecidos o el Holocausto, no se puede vivir con ese trauma. Por eso me gustan los graffitis o las pintadas. Uno pasea por la ciudad y de pronto aparece una pintada. Por ejemplo, en Rock & Feller's está escrito "Just let's make it happen" ("Sólo dejemos que ocurra"), y eso es lo más cínico que leí; es el monumento más duro que conozco.
-¿La construcción colectiva es clave en su concepto de monumento?
-Creo que cuando un artista hace un monumento siempre es una obra contemporánea y también es una obra de arte o arquitectura que representa el trabajo y la personalidad del artista. Estos monumentos, como el museo judío de Berlín o el monumento del Holocausto, hablan mucho más del tiempo del artista que de la memoria y la historia. El Monumento de la Bandera habla de cuando se construyó, es la representación del poder en ese tiempo, siempre son espejos de la historia contemporánea. Mi propuesta desafía la de este tipo de artistas o arquitectos. La gente debe crear su propia memoria, como cuando traen objetos privados que representan su memoria. Yo apuesto más por la diversidad. No hay una sola historia.
-Pero este tipo de monumento puede ser tomado como efímero, ¿qué pasará con el a futuro?
-Yo creo en cambio que los grandes monumentos no sirven para el futuro. Un escritor alemán dijo que no hay nada más invisible que los monumentos en las grandes ciudades, porque sus habitantes pasan cada mañana frente a ellos y casi no los ven. A veces se les pregunta cómo son y no pueden describirlos. Son sólo muebles que amueblan las ciudades. Yo creo que hay que crear sitios vacíos, que perturben la belleza de un centro de una ciudad, eso provoca pensar por qué hay ese vacío, ese hueco.
-¿Qué impresión le causó visitar la ahora denominada Plaza Cívica?
-Pude ver las celdas por una ventana, no pude entrar, estaba cerrado. Es un espacio en el centro de la ciudad que ofrece diferentes maneras y vías para acercarse a la memoria. Este edificio ya está marcado como un lugar del terror, hay carteles que así lo indican. Quizá se pueda crear una red con líneas que indiquen justamente esa trama de terror que hubo durante la dictadura y que se esparció por la ciudad y alrededores, y tomar esta Plaza Cívica como centro. En Alemania, además de los cuarteles centrales de la Gestapo había centros de detención dispersos por todas partes. Acá también hubo una red, que hay que reconstruir. Ahí es donde los artistas deben crear la forma para hacer visible esa red, dentro de la trama urbana. Quizá tendrán que hacerlo de una forma subversiva, que de vez en cuando aparezca, porque no sirve forzar un sentido negativo sobre la ciudad de la gente. Esa red sería como una gran telaraña.
-En esta propuesta, ¿qué valor le otorga a los edificios?
-Tienen un valor muy fuerte. Hay que marcar los sitios, y no sólo los que quedaron evidentes sino aquellos que fueron tomados y cambiaron su significación. En San Pablo montaron una oficina de administración carcelaria en lo que era la Facultad de Filosofía, en Chile transformaron un centro de intelectuales en un lugar de tortura. Eso hay que marcarlo. Acá en Rosario hay un hard rock café en donde era un centro de represión y tortura. Entrar hoy ahí, sentir ese ambiente, produce un shock. Recuperar estos sitios es tan importante como las discusiones que esto genera, es una oportunidad para que se genere un proceso de memoria.
-¿En Rosario no existe la posibilidad de demoler edificios como propuesta artística?
-No, no se deben demoler. En Alemania se demolió un centro de la Gestapo porque allí funcionaba un archivo y querían construir uno nuevo. No debería haberse demolido si existía la posibilidad de conservarlo. En Rosario estos edificios (por el de la ex Jefatura de Policía y la ex sede del Comando) tienen un valor muy importante, pertenecen a la ciudad, sólo hay que marcarlos en la red del terror.
-¿Pero usted en Alemania planteó demoler la Puerta de Brandeburgo? ¿Por qué esa propuesta sirve para Alemania y no para Rosario?
-La Puerta de Brandeburgo es un símbolo que cada alemán conoce, estos sitios rosarinos no son tan conocidos. Demolerlos sería limpiar la memoria. Para hacerlo debería deberían ser símbolos muy fuertes, imborrables. Se podría plantear demoler el Obelisco en Buenos Aires, hacer un hueco muy grande y enterrarlo con la punta para abajo, y que los ciudadanos puedan estar parados sobre su base y así pensar el país subterráneo, apuntar al centro de debajo de la superficie, ya que hay muchas cosas que ocurren allí.
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Una clave. "El arte sólo puede ofrecer un acceso a esa memoria", sostiene Hoheisel.
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