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domingo,
05 de
noviembre de
2006 |
Tema de la semana
La encrucijada del crecimiento nacional: precios e inflación
En su último relevamiento en profundidad sobre la economía de la región, el FMI dio a conocer con certeza impar, lo que seguro se transformará en un mal trance para el gobierno nacional: no alcanzará la meta deseada de culminar el año con una inflación de un dígito.
La conclusión está en el tramo final del documento producido por el organismo multilateral y que fuera enviado a los más importantes hombres de finanzas, la industria y el comercio de nuestro país sobre el fin de esta semana. El trabajo se llama “Perspectivas Económicas de las Américas” y refleja las indagaciones y perspectivas que elaboraron los economistas coordinados por el director para el hemisferio occidental del organismo, Anoop Singh.
La desazón para las huestes de Felisa Miceli no tendrá como única motivación estos números. Para el año 2007, el Fondo calcula que los precios minoristas subirán el 12 por ciento. El gobierno para el mismo ejercicio había estimado una inflación del 7 por ciento. De todos modos el rostro de la ministra que sonríe, habrá tenido una oportunidad más para ejercer dicha condición, al momento de repasar el capítulo sobre las perspectivas de América Latina.
Allí se destaca que todos los países de la región tendrán un notorio crecimiento el año entrante. Es más, la Argentina —dice el mismo informe— podría liderar la escala con un crecimiento del PBI del orden del 6 por ciento. En sintonía con esta descripción del momento económico de América Latina, se concluye que —en contraste con situaciones anteriores— esta vez, este rincón del mundo cuenta con menores niveles de endeudamiento, tipos de cambio flexibles y una interesante cantidad de superávit fiscales y comerciales.
Sin embargo, no todo lo que brilla es oro. En este caso, la entidad con sede en Washington solicita en términos más políticamente correctos no confundir hinchazón con gordura. Prueba de ello es que, por ejemplo, parte del capital político y económico acumulado podría pulverizarse en tanto y en cuanto “no se tomen medidas correctoras respecto del gasto público tanto como del crédito, ya que ambos factores están multiplicándose con singular rapidez”. Tras cartón, se recomienda allanar el camino a una “política fiscal más restrictiva”, sobre todo “en lo que respecta al gasto, ya que ayudaría a disminuir una posible tendencia inflacionaria” y además podría “coadyuvar a mantener los niveles de inversión actuales”.
Casi como un clásico a la hora de las advertencias y premisas señeras que de no cumplirse generarían escollos al gradual movimiento de expansión económica nacional, la entidad mantiene su fijación en los perjuicios ínsitos en la actual legislación laboral argentina. Desde el prisma de Anoop Singh, tanto “los montos estipulados para hacer frente a las indemnizaciones por despido, los salarios mínimos y los derechos de la seguridad social son sumamente elevados”. No sólo eso sino que tachan como “altamente proteccionistas” —y por ende perniciosas para aumentar la capacidad competitiva nacional— las horas de carga laboral así como el pago de horas extras. Para ello, plantean un movimiento en doble juego: desregulación del mercado de productos a través de la adhesión a tratados de comercialización internacional y luego producir una verdadera reforma laboral.
El texto que firma además Caroline Atkinson, una de las más respetadas economistas norteamericanas, a modo de ampliación del concepto anterior consigna que “una sana apertura hacia el comercio exterior podría lograr el abaratamiento de algunos precios internos que alcanzaron niveles desaconsejables”. Al caer estos precios, “el salario real tendría una recuperación acorde a las expectativas de los trabajadores” y allí podrían impulsarse “las modificaciones que se requieren en materia laboral”.
Ciertas bravatas dialécticas del presidente Kirchner contra el organismo encontraron respuesta en este estratégico pronunciamiento. Tanto es así que se destaca que “a diferencia de Argentina, en otros países la inflación se ha mantenido controlada toda vez que existe una mayor credibilidad a las políticas monetarias orientadas a contener las presiones de precios, la flexibilidad de los tipos de cambio y las brechas del producto que aún subsisten”.
Para disparar debates que seguramente comenzarán a ganar espacio en el escenario político y periodístico se consigna que “la economía argentina hoy parece operar por sobre la capacidad instalada, lo que de hecho genera un negativo impulso inflacionario”. El gobierno nacional, en parte, ha tomado apunte de la situación, que el Fondo plantea a modo de análisis proyectivo. Está claro que la política de acuerdos con empresas líderes se direcciona en ese sentido. Pero en los bolsillos de las amas de casa se siente también el efecto inflacionario “tipo hormiga”, los impactos leves y constantes sobre lo que alguna vez Juan Domingo Perón denominó “la víscera más sensible”. La Asociación de Consumidores Libres ya denunció que 38 productos que debieran estar congelados en sus precios subieron un 7,8 por ciento. La luz amarilla está encendida.
Al fin de cuentas, la sonrisa de Miceli, de no mediar medidas correctivas, podría trocar en poco tiempo en una mueca nerviosa como las que los argentinos desafortunadamente estamos acostumbrados.
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