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 domingo, 05 de noviembre de 2006  
Panorama político
La piñata y la piña de Piña

Mauricio Maronna / La Capital

"A (Néstor) Kirchner le entraron las balas", "le picaron el boleto", "se comió un piñazo", "es el fin de la hegemonía", "nace un nuevo país". Sentencias, chicanas y pronósticos que no hacen más que confirmar el profundo exitismo de la dirigencia y del periodismo.

Cualquier extranjero desinformado que haya llegado al país hace 20 días estará más perdido que la defensa de Newell's. Si Néstor Kirchner se "comía a los chicos crudos" antes del capítulo misionero, para algunos analistas ahora es un león herbívoro que permanece en su jaula con los colmillos limados. Ni una cosa ni la otra.

Al jefe del Estado le costó menos tiempo imponer en la Nación que en Santa Cruz su estilo caudillesco, centralizado, radial, casi autoritario. Creyó que la sociedad le permitiría gozar de una luna de miel imperecedera. Que, con tasas chinas de crecimiento macroeconómico, la alfombra roja jamás tendría basuritas. Que el pobre seguiría en su pobreza, el rico en su riqueza y el señor cura volvería a la misa.

Carlos Rovira, un personaje que calza como un flan en la flanera de lo peor de la política había sido nominado para arrojar los primeros fuegos de artificio desde el techo de un tren que conduciría a la reforma de la Constitución nacional, parando en casi todas las provincias.

Si la oposición había logrado que el obispo emérito Joaquín Piña actuara como caballo de Troya, llevando en su panza los deseos de venganza de Mariano Grondona y Bernardo Neustadt (parte de la derecha más retrógrada), en la vereda oficial se jactaron hasta la impudicia de hacer uso y abuso de la piñata clientelar.

Esa era la ecuación que se hacía en el campamento rovirista, protegido por el silencio cómplice de los medios misioneros, alimentados a base de pautas publicitarias. Las burbujas del poder embriagan, pero las del poder absoluto hacen perder los límites. No lo tuvo en cuenta Kirchner a la hora de imaginar el burbujeante tubo de ensayo mesopotámico: una especie de Perico menemista anfetaminizado que alfombraría el camino hacia la perpetuidad.

Hasta que llegaron las luces de la televisión porteña con vía libre para hacer periodismo en serio merced al coyuntural cortocircuito entre la Casa Rosada y los grandes medios por megafusiones de empresas periodísticas puestas en el freezer y negocios no concluidos. "Las cámaras (de TV) le cambian la cabeza a la gente", suele decir, con razón, un émulo del Peludo Yrigoyen, que se debate entre romper su abulia o convertirse definitivamente en una sombra estrujada por el temor.

Y así fue. Los camarógrafos se deleitaban con el festival de la corruptela rovirista repartiendo subsidios, bolsones de alimentos con la boleta de Viviana Rovira abrochada, el testimonio de paraguayos insólitamente habilitados para votar y el paso de camiones frigoríficos regalando pedazos de carne en el interior más profundo y careciente. El espejo que devolvía el rostro de los marginados era una pantalla de televisión. Y los misioneros se plantaron en nombre de la dignidad.

¿Fue un arrebato de Kirchner? ¿Una jugada clave que no había pasado por el tamiz del ejercicio de prueba y error? Nada de eso. Para comprobar esta aseveración hay que recurrir a los archivos. No hacerlo conlleva el riesgo de creer que, para Kirchner, el trauma misionero se convertirá en una pesadilla.

La cultura re-reeleccionista tiene padres compartidos. Si bien es políticamente correcto sindicar a Carlos Menem como el mentor de la jugada, Kirchner fue el que superó (y con creces) la idea de que la alternancia es una distracción de los sociólogos. "Una jactancia de los intelectuales", diría con brutalidad el filósofo Aldo Rico. Para imponer su segunda reelección en Santa Cruz (a la que gobernó durante 12 años), Kirchner hizo una libre interpretación de la Constitución provincial, estableciendo una consulta obligatoria y vinculante para forzar la necesidad de otra reforma a la Carta Magna pingüina.

En septiembre del 98, el oficialismo logró la mayoría absoluta y habilitó la reelección indefinida del gobernador. Los cuadros técnicos del menemismo comenzaron a ver en Kirchner el modelo a seguir para bloquearle a Eduardo Duhalde la chance de competir con la Alianza en el 99. Pero no lo lograron. Esa vez, Menem no lo hizo. O, mejor dicho, no lo pudo hacer.

Meses atrás el mandatario tucumano, José Alperovich, consiguió que se estampara en la Constitución la reelección indefinida, modelo que el presidente instó a seguir a todos sus gobernadores. En Santa Fe, Carlos Reutemann se fue de pista cuando le dijo a algún interlocutor que "el candidato del justicialismo debería ser (Jorge) Obeid". Con acierto, el titular de la Casa Gris ni se ocupó de explorar esa posibilidad.

Fue un sacerdote el que hizo resucitar a la oposición, en este caso la misionera, no contaminada aún por el virus de la vanidad que consume a los políticos nacionales. Mientras Mauricio Macri, Roberto Lavagna y Elisa Carrió en vez de acercarse se alejan cada vez más, Ramón Puerta, la CTA, los socialistas, muchos peronistas y hasta las escasas referencias del PC se unieron detrás del "no".

El presidente cometió su máximo error al nacionalizar la campaña y ponerse a la Iglesia Católica en contra. Fue a Misiones para apoyar a Rovira y enfocó su discurso contra la curia. El cardenal Jorge Bergoglio demostró ser un sacerdote con visión política y no se lo perdonó. El prelado articuló desde Buenos Aires un conglomerado religioso de diferentes credos que ofició de paraguas protector para los desarticulados partidos políticos.

La Iglesia demostró ser el único grupo de poder que le hizo morder el polvo a Kirchner. Algo que no pueden conseguir los partidos, los empresarios o los figurones que, como espectros, se pasean por los canales de cable de la televisión porteña cerca de la medianoche.

La piña de Piña sacudió los cimientos de la Casa Rosada. ¿Cómo puede ser que un cura haya borrado los sueños de eternidad de Rovira, Eduardo Fellner y el mismísimo Kirchner? Las esquirlas de la batalla en el territorio de la tierra colorada también llenaron de dudas a Alperovich, quien, pese a tener habilitada su propia reelección, alertó que "hasta el año que viene" no volverá a hablar de política.

Las elecciones del domingo pasado también han servido para corroborar lo que muchas veces se escribió en esta columna: los encuestadores son lectores de manos que sesgan sus pronósticos según desde dónde proceda el cheque que engrosará sus cuentas bancarias. De ahora en más (por si alguien tenía dudas) no se los deberá tomar en serio. El mascarón de proa fue Artemio López, una caricatura de lo que debe ser "un experto en sociología electoral".

El emperador de Artemiópolis erró en 30 puntos su pronóstico. Si de lo único que jamás se vuelve es del ridículo, leer el blog del consultor preferido de la Casa Rosada es un ejercicio que se contrapone con la añeja cita de Ezra Pound. "Nos equivocamos, la chingamos, la pifiamos, se nos escapó la tortuga. En fin, amigos, consideren que errar es humano, pero claro, errar por mucho, no tanto, je...", juguetea Artemio, como jactándose de su vergonzoso sondeo. Ricardo Rouvier, Hugo Haime y Roberto Backman (encuestador de Clarín) no tienen el mismo humor que el Gordo pero han quedado en la línea de fuego.

El silencio de Kirchner agiganta la victoria opositora. Sin embargo, el día después de los comicios los radicales volvieron a sus internas, Carrió a reiterar que no quiere aliarse con otros que no piensen como ella, Macri y Lavagna a competir entre sí y los socialistas santafesinos a lidiar con sus ¿ex? aliados radicales.

La lectura final es clara: la única forma de desmoronar el tránsito K hacia la reelección es forzarlo a una segunda vuelta que, hoy por hoy, parece improbable sin una oposición unida. Tampoco se trata de mezclar el agua con el aceite (algo que hizo con total ineptitud la Alianza radical-frepasista en el 99) ni de creer (como Menem en el 92 con el mítico Perico) que los resultados de Misiones anticipan el final de la película.

Apenas es una foto que, eso sí, tendrá que ser observada con lupa por Kirchner, quien deberá aprender de la derrota, reducir la carga de soberbia y someterse a las reglas elementales de la democracia (por ejemplo, saludar al vencedor). La crispación, la devoción por mirar siempre por el espejo retrovisor y creer que el poder es eterno sólo conduce a un callejón de sueños rotos.

La oposición, si no cambia métodos y prácticas ombliguistas habrá gozado, apenas, una primavera que rápidamente pasará al olvido. No siempre tendrán a un monseñor.
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Fue un sacerdote el que hizo resucitar a la debilitada y anémica oposición.


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