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miércoles,
25 de
octubre de
2006 |
"La adrenalina de la guerra
no me interesa para nada"
El periodista Gustavo Sierra, que cubrió los conflictos de Irak y Afganistán, dijo que sólo le importa dejar testimonio
Carolina Traffoni / La Capital
Gustavo Sierra fue un testigo privilegiado de la guerra de Irak. De hecho fue el único periodista argentino que informó sobre el conflicto desde Bagdad. Sin embargo, hoy asegura que no volvería al país donde los enfrentamientos sectarios dejan un baño de sangre todos los días. "Sé que en algún momento lo voy hacer, porque es parte del trabajo que elegí, y hay que dejar testimonio, pero a mí la adrenalina de la guerra no me interesa para nada", afirmó en charla con La Capital. Sierra pasó por Rosario para presentar su nuevo libro, "Kabul, Bagdad, Teherán", diez relatos que reflejan su experiencia como enviado de Clarín a las zonas más conflictivas de Afganistán e Irak, y que terminan con su acercamiento a Irán para tratar de comprender al país que simboliza hoy la mayor amenaza atómica.
-¿Qué prejuicios pudiste desterrar sobre estos tres países cuando llegaste a conocerlos?
-Bagdad resultó una ciudad mucho mejor armada, con más infraestructura y movimiento de lo que yo imaginaba. Si bien sabía que Irak era el país más laico de la región, en ese momento (2003) me sorprendió ver a las mujeres en la calle vestidas a la occidental, muy libres. Yo creía que era más árabe, más cerrado. Afganistán es fascinante, es como entrar en el túnel del tiempo, en el siglo XIII o XIV. Pero lo que más me sorprendió fue Teherán, una ciudad cosmopolita, dividida entre un norte pro-occidental y un sur más cerrado y shiíta. Hay un centro que divide estos dos lugares, como si fuese una frontera entre dos países distintos. También me llamó la atención la inteligencia de la sociedad en todos los sectores, hasta en los más conservadores. Hay clérigos con una preparación intelectual muy fuerte.
-Cuando tomás distancia de los frentes de conflicto, ¿cambia mucho la mirada con respecto al nivel de violencia o al drama humano?
-Uno trata de despegarse lo más posible, pero cuando pongo la CNN o la BBC y escucho noticias de lugares que conocí todavía me afectan. En el lugar es terriblemente difícil, y hay que buscar un equilibrio. Cuando uno va a un hospital de niños en Irak es mejor no tener una computadora cerca para mandar la nota en ese momento. Hay que salir, despejarse, pensar un rato. Es muy importante tener colegas de confianza, amigos, para poder charlar y confrontar estas cosas.
-¿Alguna vez sentiste el impulso de dejar una cobertura, aunque el trabajo no estuviese completo?
-No, pero no me gustaría ser un corresponsal fijo en Bagdad, por ejemplo. Las situaciones que viví en Irak fueron tan terribles que la última vez que fui solamente esperaba terminar y salir. La segunda vez, en marzo de 2004, entré con un dolor de estómago que no se me fue en el mes que estuve ahí. Hoy sé que en algún momento tengo que volver, pero no lo deseo. La adrenalina de la guerra no me interesa para nada. Creo que uno tiene que ir porque es el tipo de trabajo que uno decide hacer, y también para dejar testimonio. A Kabul, en cambio, me encantaría volver. Afganistán es un país que siempre te deja con ganas de saber más.
-La convivencia con los musulmanes, ¿te generó algún tipo de conflicto interno, desde tu formación occidental?
-Yo no soy un hombre religioso, no tengo prejuicios. Obviamente que entiendo mejor a un católico o a un judío que a un musulmán. Pero lo que sobresale allá es la guerra, por encima de todo. La guerra es sólo muerte y destrucción, y hace que la gente esté en ese estado límite, muy expuesta, con el alma abierta. Ahí aparece lo peor y lo mejor del ser humano, es un momento único para entenderlo. Y a mí me preocupa entender.
-¿Y llegaste a entender?
-Lo único que entendí es que la base de la violencia es la ignorancia. Lo que me he encontrado hablando con chicos muyaidines (guerreros islámicos) es una ignorancia infinita. Los violentos convencidos son muy pocos. Los dicen "escucho la palabra cultura y tengo ganas de sacar la pistola" son muy pocos en el mundo. Pero por otro lado hay muchos arrastrados por esas situaciones. Eso te crea impotencia. Y lo mismo me pasa con las convicciones ultrarreligiosas, con el extremismo. Que haya gente que puede llegar a matar en nombre de Dios es inexplicable.
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