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 domingo, 24 de septiembre de 2006  
Merlo, sonidos del silencio

La Villa de Merlo, en el piedemonte de las Sierras de los Comechingones, en San Luis, es famosa por su clima especial, una fama que se acrecentó cuando en 1974 el médico alemán Willen Berken asoció el clima merlino con su teoría de "la efectiva longevidad".

Nunca se comprobó si la teoría es cierta, pero el crecimiento de la villa fue y sigue siendo incesante. Actualmente tiene 22.000 habitantes estables, 10 mil plazas hoteleras registradas y un número no determinado de albergues para hoteleros.

La secretaria Municipal de Turismo, Stella Maris Cuello, dijo que "en enero y febrero llegaron 100 mil turistas", y estimó que "en todo el año pasan por la villa algo más de 300 mil personas". En estos días la funcionaria y su equipo están preparando el desfile cívico que tradicionalmente se realizaba el 9 de julio, y que desde este año se hará el 1º de octubre.

Cuello explicó que "el 1º de octubre de 1796 fue el día en que se firmó el acta de fundación de la villa, que finalmente quedó oficialmente inaugurada el 1º de enero de 1797".

Sobre el clima, los merlinos explican que la producción natural de ozono es la que le otorga al aire mayor densidad de oxígeno, un fenómeno que influye en el ánimo y la salud, y que se repite en la ciudad suiza de Lenk, en los Alpes del Cantón de Berna.

Este recurso le aportó a la Villa un atractivo que se difundió entre los viajeros, quienes regresan a recargar las pilas en este lugar que ya es un destino turístico de todo el año. Una buena manera de conocer la villa es subir hasta el Mirador del Sol, donde las nubes tapan y destapan las altas cumbres, y desde allí admirar el inmenso Valle de Conlara y ver los zorritos que merodean por el camino de ripio de la Damiana Vega.

La presencia de hombres viviendo en esas alturas ya figura en documentos de 1720, que además señalan que el primer asentamiento fue el paraje Piedra Blanca, la actual zona vieja de la ciudad, que nació en medio de un algarrobal.

Piedra Blanca es un barrio residencial y tranquilo donde están las casas de té y donde se venden artesanías y prendas tejidas. Por allí se cuenta la historia de Minerva, la extraña mujer vestida de negro que llevaba un loro verde en sus hombros.

A este barrio, en el que aún hay viejas taperas, llegaba en el verano el poeta Leopoldo Lugones, quién decía que allí "los ruidos se opacaban" y que "era muy fácil escuchar el silencio".

También es interesante conocer el Museo Lolma, en el que está el caparazón de un gliptodonte, mamífero prehistórico que una cuadrilla de trabajadores encontró casualmente hace diez años.


El sabor de los cumbreros
Muy cerca de allí viven las familias de cumbreros, que cocinan chivitos en hornos de ladrillos. Sus casas son bajas y rodeadas de molles y chilkas, donde es un placer ir a comer escuchando el murmullo del río cercano y el bullicio de los corrales.

Con el tiempo la villa se abrió al agroturismo, en fincas y granjas ecológicas, y se armaron circuitos de aventura como el avistaje nocturno de aves y las cabalgatas. Las caminatas llegan hasta los pozones naturales de aguas claras, donde se puede nadar, y hasta los mensajes secretos de los petroglifos, en la Quebrada de Cautana.

La historia del lugar se encuentra en el "Circuito de las casas antiguas", casas con historia que mantienen sus fachadas originales. "Con este paseo peatonal recuperamos nuestra identidad y nuestras raíces", afirma la secretaria de Turismo.

También hay un circuito religioso cuyo principal atractivo es la Iglesia Parroquial Nuestra Señora del Rosario, de anchas paredes de adobe, que es anterior a la fundación de la villa, cuyo santo patrono es San Agustín.

En las afueras está el viejo algarrobo de la familia Agüero, un inmenso algarrobo blanco que tiene más de 900 años. Junto al árbol está la casa en la que vivió el poeta Antonio Esteban Agüero, autor de la "Cantata del Abuelo Algarrobo", al que llamó "Padre y señor del bosque, abuelo de barbas vegetales".

La leyenda cuenta que el árbol era sagrado para los nativos, que lo rodearon de "conanas", morteros de piedra que señalarían la posición de los planetas y los tiempos de la siembra. El algarrobo no sólo daba sombra, también era "la catedral de los pájaros", posta de carretas, patio de bailes, lugar de meditación y promesas de amor, y plaza de armas para las tropas del Chacho Peñaloza.
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El camino de acceso a Merlo muestra paisajes cautivantes.



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