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 jueves, 24 de agosto de 2006  
Reflexiones
El triste final de Emilio Salgari

Jack Benoliel

En nuestra niñez vivida en Empalme Villa Constitución, leíamos con pasión las aventuras de Sandokán y de Yañez, los inolvidables personajes creados por Emilio Salgari. Con el transcurrir de los años nos enteraríamos que quien nos dio tanta felicidad en nuestra infancia, el mismo que con sus libros hizo ganar fortuna a sus editores, tuvo un triste final. Sumido en la angustia de la pobreza, con una mujer loca y cuatro hijos casi en la indigencia, terminó quitándose la vida en un acto de desesperación y de amargura.

Jugábamos a los "piratas malayos" en la niñez inolvidable. Lectura anterior a los poetas que nos enseñaron en la escuela. La diferencia era fundamental. Con los héroes de Homero uno podía tomar partido e inclinarse por Eneas o Ayax, París o Ulises. Con los héroes del "capitán", la inclinación estaba de un lado solo. Los piratas malayos y el corsario negro no admitían elección alguna. La justicia, la audacia indómita, la lealtad eran virtudes atrapantes y conmovedoras, Sandokán y Yañez, no tenían rivales. La fidelidad que nos inspiraban, como a todos los pequeños lectores, tenía sabor a inmortalidad.

El 22 de abril de 1911, Emilio Salgari tomaba una decisión que calaría muy hondo en el corazón de la humanidad. Moja la pluma, una pajilla a la cual el plumín estaba atado con un hilo, en la tinta de producción casera que el "capitán" preparaba. No hay en su mente ninguna trama. Lo que hay en ella, es otra cosa: la decisión de decir adiós a sus novelas y lo que es más, la de decir adiós a su vida...

La pluma pasea por hojas de papel de carta. Es la misma pluma que por días y días, noches y noches, en medio del humo asfixiante de cientos de cigarrillos, diera vida a leyendas perdurables. Se trata de una carta para sus cuatro hijos, Fátima, Nadir, Omar y Romero.

La esposa de Salgari, Ida Peruzzi, había sido internada en el manicomio por una "forma de manía furiosa"; no había dinero para internarla en una clínica privada. El "capitán" escribe: "Queridos hijos míos, ya ahora estoy vencido. La locura de su madre me ha destrozado el corazón y todas las energías. Espero que mis millones de admiradores, a quienes durante tantos años he divertido e instruido, los ayudarán. No les dejo más que 150 liras, más un crédito de 600 liras. Háganme sepultar por la caridad dado que estoy completamente arruinado. Los besa a todos con el corazón sangrando, su desgraciado padre. Emilio Salgari". Sigue una posdata: "Voy a morir al Valle de San Martino, cerca del lugar donde íbamos a merendar. El cadáver se encontrará en uno de los barrancos que conocen, porque allí íbamos a recoger flores".

Otra carta dirigió a los editores, en un duro acto de acusación: "A ustedes que se han enriquecido con mi piel, condenándonos a mí y a mi familia a una continua semi miseria o aún más, sólo les pido que en compensación de las ganancias que les he dado, piensen en mis funerales. Los saludo quebrando la pluma. Emilio Salgari".

También deja una carta para los directores de los diarios de Turín: "Vencido por los disgustos de todo tipo, reducido a la miseria pese a la enorme cantidad de trabajo, con mi mujer loca, a la que no puedo pagarle la pensión, me elimino. Cuento con millones de admiradores en todas partes de Europa y también de América. Les pido, señores directores, que abran una suscripción para rescatar de la miseria a mis cuatro hijos y poder pagar la pensión de mi mujer en tanto siga en el hospital. Con mi nombre debía esperarme otra fortuna y otra suerte. Emilio Salgari".

¿Qué armas utilizó para eliminarse? La encontraron aún apretada en la mano derecha: una navaja de afeitar, afiladísima. La primera en ver el cadáver fue una joven lavandera, Luisa Quirico, que había ido a recoger leña al valle de San Martino.

¿Termina aquí la tragedia? ¡No...! Dos de los hijos de Emilio Salgari, Romero en el año 1933 y Omar en el año 1963, siguieron el camino del padre, suicidándose.

Cuando tuvimos el privilegio de dialogar en público con el filósofo Fernando Savater, el autor de "Etica para Amador", hizo referencia a un concurso realizado en España, hace muchos años con el auspicio del cuerpo diplomático y la organización de la Revista Lire, para elegir al mejor escritor de todos los tiempos. Los cuatro primeros clasificados fueron los cuatro escritores oficiales de sus respectivos países: Shakespeare por Inglaterra, Goethe por Alemania, Cervantes por España y Dante por Italia. Pero hubo una nota discrepante. La dio un niño español que propuso esta trinidad: Alejandro Dumas, Julio Verne y Emilio Salgari. Nadie en la dirección de la Revista Lire conocía a Salgari. Consultaron una enciclopedia y se encontraron con el autor de "Los tigres de Mompracen" y del "León de Damasco". El niño no había leído a Shakespeare, ni a Goethe, ni a Cervantes ni a Dante. A él le gustaba Salgari, y votó por él. Cabe una duda: ¿los miembros del jurado habrán leído a esos grandes escritores con la pasión que el niño leyó a Salgari? Dejamos la respuesta en nuestros estimados lectores. Lo que sí podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, es que el mejor homenaje que pudo recibir el sufrido Emilio Salgari, estuvo en ese niño español que ante los grandes de la literatura, él votó por quien le había ganado el corazón. Y ya lo dijo Samuel Smiles: "Tarde o temprano, es el corazón quien triunfa en la vida".


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