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domingo,
13 de
agosto de
2006 |
[lecturas]
Las reglas de la seducción
Leo Graciarena / La Capital
Novela. La gúia del picaflor, de Juan Claudio Lechín. Alfaguara, Buenos Aires, 2006, 340 páginas, $ 35.<
Todavía andan por ahí, contando sus andanzas. Aunque si uno agudiza el oído podrá escuchar a una generación de mujeres que dicen que ya no existen. Pero están, y sólo basta una bebida espirituosa para que suelten la lengua y cuenten. Son los seductores, esos "cínicos que deben romper la prohibición que existe en la mujer para aceptar una relación. Deben saber cómo derrotar en la psicología de la mujer esas prohibiciones, y cómo simular que le van a dar lo que ella necesita, que puede ser, por ejemplo, la propuesta de casamiento". Esta definición es del escritor boliviano Juan Claudio Lechín (1956), quien concentró en "La gula del picaflor" un congreso secreto de seductores que, en la tranquilidad de La Paz, cuentan sus andanzas plagadas de amor, desilusiones, estrategias con finales felices y de los otros. ¿Y eso para qué? Para ser la fuente de inspiración de un viejo Don Juan que quiere conquistar a una joven estudiante de periodismo y lograr simplemente un beso de la dama.
Tiempos difíciles para el amor los primeros años del siglo XIX. Al menos eso es lo que se puede escuchar, por sobre todo, de un espectro respetable de mujeres sub 30. "Ya no hay hombres", es el lugar común y desafiante. Y "La gula del picaflor", ganadora del VI Premio Nacional de Novela 2003 en Bolivia y finalista del Rómulo Gallegos en su edición 2005, es una buena oportunidad para recordar, o conocer, cómo eran las cosas en el terreno del amor antes de que la cáscara se convirtiera en lo más importante.
La clave
El nervio motor de las siete historias que componen "La gula" es la seducción. Como metáfora de la vida social, en algunas, y aportando reflexiones sobre el verbo amor, en otras. Y la historia transcurre en Latinoamérica, "lugar con una gran tradición sobre las estrategias del hombre para seducir a una mujer", como ha explicado el autor.
"Les agradezco a todos ustedes, compañeros", dice Don Juan en la apertura del evento. "Algunos comprendieron que el mote de compañeros era porque, con la transposición de la memoria, creía estar en un congreso obrero de hace años. Pero una mayoría se sintió halagada. El término les daba un sentido de cuerpo, de confabulación, de pertenencia a una fraternidad donde el seductor es, cuando no es un proscripto, un solitario", escribe Lechín en las primeras páginas de su libro.
"La gula" es conducida por Don Juan. Un viejo sindicalista que está en el ocaso de su vida. Un personaje inspirado en su padre, Juan Lechín Oquendo, fundador de la Federación Nacional de Trabajadores Mineros de Bolivia y de la Central Obrera Boliviana, quien falleció en agosto de 2001. Pero este Don Juan también tiene detalles de la figura creada por Tirso de Molina y recreada por José Zorrilla en su Don Juan Tenorio del siglo XIX. Como el Quijote tenía a Sancho, Don Juan tiene a Elmer. Y también tiene fama, lo que motiva la curiosidad de una joven aspirante a periodista que llega a entrevistarlo y enciende la chispa de su pasión heroica. El objetivo para el hombre, que tiene su memoria herida y su cuerpo que le responde de vez en cuando, es lograr un beso. Esa es la explicación de su existencia.
Siete días para el relato de los seductores. El representante de Tarija, Gajo Florido, cuenta como cautivó a una mujer mayor cuando él era joven. El capitán Mario (Pando) narra su historia, no apta para sensibleros y románticos, con una practicante de medicina. Armandito, de Cochabamba, explica cómo intentó seducir sin compasión a una mujer de una condición social diferente. Ricauter, indígena del Potosí, cuenta su romance prohibido con una dama de alcurnia.
Luego, El Duque de Chuquisaca detalla las consecuencias estremecedoras de la conquista de una mujer religiosa. Mauricio, "El Niño", de la capital boliviana, narra una lacrimosa historia de amor. La de un joven mancebo, aunque no tanto, con una casi niña de dieciséis años. Y por último, Falayán (Santa Cruz), comenta un "caso de sexos" que provocó una consternación general. También hay una mujer: Elizabeth, una venezolana que llegó desde París como invitada y le colocó "La gula del picaflor" al congreso.
Respetando las raíces idiomáticas bolivianas y sus modismos, vital para que "La gula" conserve su frescura, Lechín conduce el relato por senderos donde el amor, el engaño, la desilusión, la ternura, el romance y la crudeza se entremezclan. Hay para todos los gustos y no es complejo identificarse, total o parcialmente, para aprender o reflexionar, con lo contado por los siete picaflores. Al fin y al cabo, el calificativo de "Don Juan" es el máximo escalón al que aspira un seductor en cualquier época. Y ese es un saco en el que la gran mayoría de los hombres pretende caber.
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El convite. Lechín convoca en su novela a un sinnúmero de seductores.
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