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 domingo, 13 de agosto de 2006  
[Huellas]
Ese río que une
La proyección de una película y un homenaje reunieron a Juan L. Ortiz y Juan José Saer, sus textos y sus universos

Lisy Smiles / La Capital

Coincidieron, y era lógico, o quizá más bien poético. El jueves pasado en el auditorio del Museo del Diario La Capital se proyectó "Homenaje a Juan L. Ortiz", y al otro día la librería Homo Sapiens convocó a especialistas, aunque amigos muchos de ellos, de Juan José Saer. Ambos escritores se cruzaron otra vez, como entonces cuando el Paraná los unía.

El corto "Homenaje a Juan L. Ortiz", de Marylin Contardi, comienza con la voz del poeta. Sobre los oídos de los espectadores suena su poesía, leída por su propia voz. Las imágenes se mueven y una legión de obreros gráficos apuran la impresión en el taller de la por entonces Biblioteca Vigil. Eran tiempos prósperos. En 1969 la editorial publicaba en tres tomos su poesía ("En el aura del sauce").

Impresiona. Después, tras la destrucción concretada por la dictadura militar, la cámara vuelve a ese taller, y un candado viejo y herrumbrado clausura el sitio. Abandonado, se ve vacío, inmóvil.

Pero la sensación de amargura se desplaza cuando la acción se centra en la casa de Paraná de Juan L., cuando se lo ve entrevistado, ordenando esos múltiples papeles que contenían su irresistible poesía.

Y entonces el testimonio, Juan José Saer habla de su amigo, de sus cruces, literales, reales y poéticos. De las cercanías y lejanías. Un placer que le gusta transmitir, y así se recibe.

Al igual que Hugo Gola, que también inquieta con sus apreciaciones sobre la obra de su colega. Son poetas, amigos, se leen mutuamente, se estudian y se intuye que, junto a Saer, se divierten.

Rubén Naranjo también brinda su testimonio, como editor. Aún puede verse en su rostro cierto gesto de enojo por la dificultad para reunir la obra de Ortiz, pero también su satisfacción por haber logrado por entonces su publicación.

El filme de Contardi acerca la mirada sobre el personaje de Juan L., es íntimo y en esa intimidad lo hace público. Por eso cuando termina la proyección llegan las preguntas sobre su experiencia, sobre cómo era ese universo. Mientras, es imposible no escuchar algún pájaro, sentir que hay un río y esos cielos.


Un territorio común
Justamente en ese territorio tan imaginario como real también se sitúan las palabras que desplegaron la propia Contardi, Raúl Beceyro, Roberto Maurer, Alberto Díaz, Osvaldo Aguirre y Roberto Retamoso, quienes delinearon un Saer, también en clave de homenaje, sin desperdicio.

La cita fue en una librería, como corresponde, y tras la idea de Humberto Lobbosco y Angel Oliva. Así, Beceyro, quien fue alumno de Saer en el ya mítico Instituto de Cine de Santa Fe, eligió abundar en la relación del escritor con las películas. Preciso, como si estuviera devolviendo a su maestro algo de lo que le enseñó, explicó la pasión de Saer como cinéfilo pero también sus incursiones como guionista, partícipe actoral y hasta sus intentos de dirección.

Contardi incursionó en la dimensión poética. En la poesía no sólo como texto en sí mismo escrito por Saer sino en su forma de concebirla y de extenderla a toda su creación. Claro, se evidenció el cruce con Juan L. Ortiz. Pero también la tensión entre lo real y lo imaginario, más como unión que como mundos irreconciliables.

Maurer prefirió hacer como si se alejara de la obra de Saer y sentarse en la mesa de los panelistas como lo hacía con su amigo en Santa Fe. El humor, la risa, las ocurrencias o la picardía cómplice ganaron lugar en su intervención que cerró nada menos que con un poema inédito que el propio Saer le había regalado y él descubrió tiempo después.

Díaz, el último editor del escritor, reveló su forma de encarar la escritura. Cómo eran sus tiempos, también sus enojos con los editores, y brindó detalles de un Saer empecinado en escribir "la" novela, esa que luego fue "La grande" y que quedó inconclusa ante su muerte.

Hasta ahí, el grupo se conformaba con quienes fueron amigos de Saer, algunos de ellos además seguidores de su obra. Pero el homenaje se completó con dos lectores del escritor: Retamoso y Aguirre.

Retamoso justamente se dedicó a "La grande" y en su análisis, tal como lo propuso el propio autor, fue más allá de la estructura en sí misma de esa novela para abundar en los distintos parajes del mundo sareano. Aguirre invitó a recorrer el camino de los lectores y de la crítica. Desde la protagonizada por Saer cuando el escritor reflexionó sobre literatura como la que muchos de sus lectores se vieron obligados a hacer al descubrir su obra.

Y ahí, otra vez el cruce de ese río literario que por lógica o poesía vuelve a unir a Juan L. Ortiz y Juan José Saer.
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Homenaje I. Un documental sobre Juan L. Ortiz abrió una puerta imaginaria hacia su poesía.

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