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 domingo, 13 de agosto de 2006  
Panorama político
La debacle de la oposición

Mauricio Maronna / La Capital

El razonamiento es contundente: "Nadie le podrá ganar a (Néstor) Kirchner en el 2007. Con sólo ir al conurbano bonaerense cualquiera se da cuenta. No habrá segunda vuelta, porque si le faltara un poco para ganar en primera, con su estilo, fabricarán los números como hacen con las encuestas: ¿no se dan cuenta de que la política argentina cambió?". La sentencia es de Elisa Carrió, quien, aun con su visión recurrentemente apocalíptica, conserva una lucidez que escasea en el resto de la dirigencia.

La lucubración de la líder del ARI frente a un editor periodístico que intentó hacer de Celestina de cara a un acercamiento con Roberto Lavagna se consolida con el correr de los días y se hará gigante cuando a los gobernadores les llegue la hora de fidelizar su clientelismo en pos de conservar sus distritos.

La clase media observa entre encandilada y temerosa cómo el presidente traba con la cabeza cada uno de los conflictos que se generan y, a la hora de las prioridades, poco le importan los superpoderes, la baja calidad institucional, la cooptación de fuerzas opositoras, los desvaríos del oficialista Luis D'Elía o las "lloronas de los domingos", como un feroz kirchnerista de la primera hora denominó a los editorialistas de un matutino porteño y a los conductores y panelistas de programas periodísticos domingueros, fulminados en el rating por el regreso de Fútbol de Primera.

Lavagna (como queda demostrado en la entrevista exclusiva que hoy publica La Capital) está buceando, por ahora, en un océano. Su buena imagen se mantiene y se mantendrá en tanto y en cuanto sus pasos políticos sean coincidentes con lo que ha venido proyectando: una versión más reposada desde lo dialéctico de su ex jefe.

El ex titular del Palacio de Hacienda ocupa (en el imaginario colectivo no abonado al kirchnerismo militante) el lugar de una figura de reserva, para cuando el desgaste del almanaque y las cicatrices del poder hagan mella en el presidente. También para el tiempo en donde los superpoderes demuestren que son mucho más que una adjetivación y, en cambio, se conviertan en una peligrosa herramienta que pueda convertirse en boomerang.

No hay posibilidad de "Lavagna presidente" en lo inmediato, salvo un descalabro institucional que puede llegar por dos vías: una abrupta espiral inflacionaria o un desmadre en materia de inseguridad.

La formidable construcción de poder que el presidente formateó y luego consolidó no les deja espacio a los neutrales: y si no que lo digan los radicales que gobiernan provincias, municipios o comunas.

La transversalidad tiene su razón de ser, su pulpa, su abc: la frondosa caja del poder central. La llave está en manos del jefe del Estado. ¿Cómo contrarrestará la oposición esa vocación de poder que, como buen peronista, maneja con oficio el presidente? Si lo hace como hasta ahora, el resultado electoral para los opositores será patético.

Mauricio Macri, Elisa Carrió, Lavagna y Jorge Sobisch quieren ser candidatos a presidente. Kirchner se restrega las manos ante esa opción, escrita en la primera página del maquiavelismo más estridente: divide y reinarás. Los llamados a una coalición que mezcle la Biblia y el calefón (como pregonan los más virulentos voceros anti-K) no entusiasmarán más que a los convencidos si se mantienen las actuales condiciones macroeconómicas.

Y aquí viene la paradoja: la palabra "Alianza" genera urticaria en el cuerpo social de la República. Por culpa, desilusión o realismo la mayoría de la sociedad nada quiere saber de rejuntes partidarios que, a las pocas horas de tener porciones de poder, privilegian sus diferencias internas por sobre lo trascendente. La imagen del helicóptero yéndose por el techo de la Rosada está todavía demasiado fresca.

La excepción está aquí nomás, en la provincia de Santa Fe, donde, según todas las encuestas, el Frente Progresista, una remake con otro título de una película ya estrenada, va camino a convertirse en gobierno. ¿O será que al final del camino se repetirá esa frase que ronronea entre los políticos nacionales?: "Santa Fe es el lugar donde todos los encuestadores siempre pronostican que el peronismo desaparece pero, al fin, siempre está (Carlos) Reutemann para hacerles morder el polvo". La diferencia es que el Lole dijo "no".

Pocas cosas pueden resultar más inútiles que los sondeos cuando faltan dos septiembres para las elecciones. Sucede que los justicialistas locales tienen los reflejos adormecidos y se dejan arriar por esas ensaladas de números que sostienen que "Binner les gana a Rossi y a Bielsa". Es verdad que la sensación térmica indica que el socialista lidera la fila, pero un dato no fue "levantado" de los trabajos recientes elaborados por consultoras porteñas: cuando se consulta a qué partido votarán los santafesinos, una luz de ventaja aparece a favor del Frente para la Victoria.

Sin ley de lemas los muchachos peronistas están perdidos como Cecilia Pando en una marcha de la izquierda. El PJ solamente podrá invertir la tendencia si los derrotados en una interna, o los caídos en desgracia ante un eventual dedazo presidencial, acompañan y no conspiran. Y si, de una buena vez por todas, se dan cuenta de que ciertos ex gobernantes, como el caso de Víctor Reviglio la semana pasada, no pueden convertirse en los teóricos del devenir.

Algo más corre a favor del Frente Progresista: el socialismo ha superado la barrera del 50% de los votos en Rosario. Para que esa diferencia se torne remontable, el justicialismo deberá ganar con comodidad en la ciudad de Santa Fe (opción que hoy está lejos de ocurrir) e imponerse ampliamente en departamentos que siempre le fueron muy favorables. La ausencia de un candidato del centro-norte es toda una originalidad: los postulantes son todos rosarinos. Por ende, el futuro gobernador, tras el período 1983-1987, será de esta ciudad. No queda demasiado tiempo para instalar a un desconocido que provenga del otro sector de la bota. Lo sabe Omar Perotti, lo mensura Horacio Rosatti.

Lo disfruta el socialismo, que, encima, logró esmerilar la denuncia de Héctor Cavallero sobre graves irregularidades en la administración de Binner con un aliado inesperado: el peronismo rosarino, que cerró su boca. Jorge Obeid y María Eugenia Bielsa se despegaron de las acusaciones del Tigre, que al fin pareció quedar enjaulado como el oso de Moris.

"No solamente en Santa Fe sigue viva la Alianza. El gobierno nacional está lleno de frepasistas", se planta un diputado del PJ. En verdad, lo de Chacho Alvarez (más allá de sus 10.000 dólares de sueldo por su cargo en el Mercosur) es toda una epopeya. Nilda Garré (Defensa), Jorge Taiana (Cancillería), José Octavio Bordón (embajada de Estados Unidos), Darío Alessandro (jefe de la diplomacia argentina en Cuba) ocupan hoy lugares de privilegio en el gobierno nacional. En pocas horas más los radicales K también se subirán al tren.

"A veces me parece que estamos ladrándole a la luna", fue el comentario amargo que hizo uno de los pocos peronistas que recurrentemente intentan meter una cuña en la entente de socialistas y radicales. Hay que volver a la agenda nacional. Lo único que desvela por estas horas al presidente Kirchner es la marcha que Juan Carlos Blumberg tiene decidido encabezar a fines de agosto.

Lo que menos quiere el santacruceño es ver la Plaza de Mayo colmada para una causa que no sea suya. Pero el laboratorio de Olivos hizo sonar el clarín y convirtió al padre de Axel en "candidato de Macri" en provincia de Buenos Aires, algo que aún no sucedió.

Blumberg se convirtió en un referente social por ponerse al frente de las protestas por la inseguridad, pero perderá esa condición apenas los independientes que lo respetan y lo siguen crean que esa lucha tiene un destino político.

Con la oposición consumiéndose en su hoguera de vanidades, Kirchner tiene la reelección al alcance de la mano. Hay una frase (que se convirtió muchas veces en dato empírico) que lo sobresalta: es esa que dictamina que segundas partes nunca fueron buenas.
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