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 domingo, 13 de agosto de 2006  
Interiores: despertares

Jorge Besso

Todos los días en todo el mundo en horarios variados, una enorme legión de gente se va a dormir y otra tan enorme como la anterior se despierta. Pocas operaciones son consideradas tan naturales como la de irse a dormir y su opuesta, la de despertarse en los centros, en los rincones y en los costados del planeta. Dicha operación tan sólo aparentemente natural se renueva cada día en una inmensa variedad de culturas, lenguas, costumbres y gustos. También de rituales que son aberraciones para algunos, y que por el contrario son tradiciones para otros, en los más variados dormitorios desde los extremos de la riqueza hasta los extremos de la pobreza, además de los sin dormitorios de la miseria más indigna.

Sin embargo, esa compleja mezcla de arraigo y desarraigo con relación a la naturaleza que muestra la humanidad resulta que para muchos, y para casi todos en algunas ocasiones, no sea fácil dormir ni despertar, o ninguno de los dos momentos. Es que el humano está inserto en dos teatros: el teatro nocturno u onírico y el teatro de la vigilia. En el primero de los escenarios muchas veces todo transcurre sin sobresaltos de tal forma que el individuo en cuestión cae muerto en la cama y duerme como un "lirón", según reza el dicho. Esto viene a cuento porque el lirón es un mamífero roedor de extraordinaria agilidad para treparse a los árboles y una gran capacidad para dormir, ya que se pasa todo el invierno dormido o semidormido.

En el segundo de los escenarios, al igual que el lirón, (pero no sólo en el invierno) hay humanos que si bien se despiertan circulan semidormidos o semidespiertos. Una mitad que duerme y otra mitad que despierta. Esto en el sentido de que se puede soñar despierto, en sueños y ensueños muy variados, que van desde ganar el quini hasta tener otra esposa o esposo. O quizás ser libre si se está atado, o a estar atado si se está libre.

Sea como sea por lo general se sueña despierto y se sueña dormido (aunque no siempre se recuerde), y cuando se sueña durmiendo se enciende la realidad psíquica que con su particular intensidad logra cualquier milagro placentero con un grado de realidad mayor que la realidad diurna. O acaso la peor pesadilla con muertos que viven o con vivos que mueren. Sin embargo, el que despierta del milagro placentero tiene que soportar de pronto el peso y las asperezas de la realidad de la vigilia, mientras que el que despierta de la pesadilla siente el alivio de la realidad que en ese punto parece mucho más liviana, luminosa y confortable, despejada de los fantasmas que viven acechando en la oscuridad.

Lo cierto es que en general el humano tiene ciertas dificultades para despertar, más que nada cuando es joven, y la prueba de ello está a la vista con la cantidad de despertadores existentes en el mercado y que pueden ser mecánicos, electrónicos, telefónicos, televisivos, radiofónicos o lisa y llanamente humanos cuando alguien se ocupa para sacar a otro de la confortabilidad y tirarlo a la aspereza de las obligaciones. Es cierto que hay despertares que son muy distintos, o bien porque son muy tranquilos, o por el contrario porque son muy apasionados, pero en cualquiera de los dos casos son despertares que no necesitan de despertadores impuestos o programados.

Si el humano, en términos generales, necesita de tanto despertador no podemos menos que concluir que es un dormido crónico. Es decir un ser que a lo largo de su existencia se lleva bastante mal tanto con el tiempo como con el espacio. Con el tiempo porque suele pasar demasiado rápido o demasiado lento, y con el espacio porque nunca encuentra su lugar, o por el contrario cree que lo son todos. Por su parte la sociedad llena el tiempo con todo tipo de relojes que lo fraccionan incesantemente, eso sí, sin lograrlo, salvo cuando en la historia general o en la particular se instala lo que se suele llamar un "antes" y un "después".

Tantos relojes sociales no significa sin embargo que la sociedad esté demasiado despierta. Que es como decir que la sociedad duerme, o bien se hace la dormida, entre otras cosas, con relación a la nefasta consolidación de una paradoja: hacen de la injusticia una ley. Semejante ley deviene en pesadilla para las legiones de marginados sociales, en tanto y en cuanto unos pocos deciden el destino de unos muchos, y esos muchos no pueden alterar el destino de riqueza y poder de esos pocos.

Hace alrededor de 2.300 años el filósofo Epicuro hacía una reflexión más que interesante sobre los humanos con relación a su alejamiento de la naturaleza y su pasión por la posesión: "A la vista de lo que basta a la naturaleza toda posesión es riqueza; pero a la vista de los deseos ilimitados, incluso la mayor riqueza es pobreza". Como se puede ver, hace siglos que el hombre se aleja de la naturaleza, ya que su propia esencia es más social que natural. Por otra parte a los humanos no siempre les resulta posible seguir el ritmo natural del día y la noche que la naturaleza sigue puntualmente. De forma que en tantas ocasiones y situaciones hacen falta pastillas o bebidas para dormir, además de distintos artilugios para despertar.

Poder dormir y poder despertar lo más naturalmente posible es una de las claves de la salud mental, para lo cual se hace necesario un doble desprendimiento: primero desprender el día, y segundo es imprescindible poder desprender la noche. Este sencillo pero también complejo movimiento, se vincula con la difícil aceptación de la realidad que muestran los humanos en circunstancias tantas veces repetidas. Es que el despertar más importante es precisamente el despertar a la realidad, y lo menos que se puede decir con respecto a la tan manoseada realidad es que lo primero que hay que hacer es aceptarla. Sobre todo para poder transformarla.
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