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domingo,
06 de
agosto de
2006 |
El viaje del lector
El mágico encanto de la otra Europa
Un argentino planifica un viaje a Europa lo primero que surge en su ruta imaginaria es España e Italia. Razones de piel no faltan. Tal vez la escapada a París esté incluida. En cambio mi propuesta es mostrar, a vuelo de pájaro, algunas ciudades de Europa Oriental, es decir la Europa casi desconocida para nosotros que yo descubrí en pleno verano boreal.
Praga, ciudad postal. Desde sus callejuelas con empedrado hasta las pintorescas torres de los edificios históricos, desde los inmensos parques hasta sus bellísimos puentes sobre el río Moldava, la capital checa no tiene desperdicios. A cada paso uno encuentra la postal perfecta.
Con la música que suena en todos los rincones, las visitas obligadas son el Castillo de Praga pasando ineludiblemente por el Puente de Carlos, de por sí admirable, la Ciudad Vieja y la Nueva, el Reloj Astronómico donde se van a jurar amor eterno los novios prestos a llegar al altar y la Plaza San Venceslao con el Museo Nacional como punto de partida a una caminata rodeada de comercios, restaurantes y bares. A propósito, no se vayan sin probar la excelente cerveza checa. Recomiendo ir a U Fleku donde fabrican y sirven cerveza negra hecha artesanalmente desde hace más de 500 años.
Bratislava, ¿por qué no?
Bastante menos conocida es esta pequeña ciudad, capital de Eslovaquia, república independiente desde 1993. El turista tiene la ventaja de que el casco antiguo e histórico es fácilmente cubierto a pie. Aparecen infinidad de iglesias luteranas y enormes palacios, otrora ocupados por la realeza que hoy son sede del gobierno nacional y de la alcaldía metropolitana. El Castillo de Bratislava preside el lugar desde las alturas con su majestuosidad digna de ser conocida.
Aquí nos topamos con el Danubio, que no es azul como sugiere Strauss en su vals, pero siempre es mágico. Tal vez el desarrollo turístico de Bratislava le quite brillo, pero este río encanta por méritos propios. En la orilla de enfrente la ciudad se torna gris y aburrida al permanecer incólumes los míticos monoblocks que el anterior régimen socialista estableció. Aún así, un último vistazo a la Opera nos termina de convencer de que una escala aquí fue una buena idea.
El Danubio nos persigue hasta aquí pero, por cierto, su romántico curso está mucho mejor aprovechado turísticamente. Puede que sepan aquello de que Buda, con su geografía montañosa quede en un margen y Pest, llana, en el opuesto, separadas por el río. En este último sector encontraremos los mayores atractivos aunque sin olvidar un cruce por los muchos y todos estupendos puentes.
Un paseo por la señorial avenida Andrassy nos lleva al Parque Municipal, céntrico y valioso como oxigenador ciudadano. Ahí nos recibe la Plaza de los Héroes con su imponencia, el Museo de Bellas Artes y uno de los típicos baños termales que abundan en la capital húngara.
Al igual que en Praga son innumerables los sitios a recorrer pero me conformaré con mencionar una escalada a la iglesia de San Esteban que nos regala una excepcional panorámica de 360, el Parlamento, el Bastión de los Pescadores y, obvio, una escapada al Palacio de Buda
Un crucero por el Danubio permite observar esto y mucho más. Si uno es amante del sol puede disfrutarlo a pleno en la isla Margarita, verdadero oasis en medio del curso de agua. Budapest, una ciudad imprescindible.
Sin el relieve turístico de la anterior, la capital de Rumanía -por favor con acento en la i- no muestra en principio sus mejores galas, aunque poco a poco y con cierta timidez va quitando su manto monótono que debió soportar durante décadas y deja a la vista una serie de paseos, parques y monumentos que hacen cambiar totalmente la opinión inicial. Además no es costosa, lo cual siempre es tentador.
Eso si, si uno se aventura a caminar, por favor a cuidarse del tránsito que se parece demasiado al nuestro. El comienzo del raid podría ser el Arco del Triunfo, curiosamente parecido al de París y coronado por la elegante avenida Kisseleff, aún más larga que los Champs Elyseés y con vegetación en lugar de mercantilismo. En el otro extremo nos espera la Plaza de la Victoria y el Palacio de Gobierno.
El Paseo de la Unión merece ser transitado así como otras avenidas anchas y coquetamente escoltadas por edificios históricos. El Parque Cismigiu es el lugar elegido por los bucarestinos para hacer una pausa, con el incesante trinar de los pájaros y el perfume de las flores que aparecen a cada paso. El Jardín Botánico es otro lugar ideal para el relax.
Ciudad con historia reciente, quizás aún esté en la búsqueda de su identidad. No por ello nos privaremos de su visita. Las iglesias ortodoxas, la Opera custodiada por la estatua de George Enescu, músico genio, y el Ateneo Nacional con su estilo neoclásico son otros puntos para detenerse. A Bucarest le dicen la Pequeña París. Mientras encuentra su propio perfil, el rótulo le queda bien.
Sofía, convivencia religiosa
Otra ciudad para caminarla sin esfuerzo. Con la curiosidad de poseer fuentes naturales de agua mineral en pleno ejido urbano, en forma de termas. Lo primero que se percibe son las iglesias ortodoxas, religión predominante. Son innumerables, casi una cada 100 metros. Por supuesto la Basílica Alexander Nevski es la sede principal del patriarcado búlgaro y cuenta con una arquitectura para retratar.
Otra cuestión destacable es que la mezquita y la sinagoga están prácticamente juntas, algo casi inadmisible en algunas latitudes. Al existir también la iglesia católica, a Sofía se la conoce como la Nueva Jerusalem.
Podría hablar de los monasterios en las afueras, en pleno monte Vitosha, pero quisiera dedicar un párrafo al Palacio Nacional de Cultura, el Museo Nacional de Historia -ex residencia zarista- y a la universidad, construcciones que ameritan un vistazo.
Tentadores mercadillos callejeros con frutas y especias recuerdan la enorme influencia turca. El Imperio Otomano dominó a Bulgaria durante cinco siglos. La actual Sofía está construida sobre una anterior y eso se nota en las ruinas que súbitamente aparecen en las obras del metro.
Una buena copita de rakía, aguardiente de 40, es bebida obligatoria aquí. Se la puede acompañar con Kebabcheta (rollos de carne asada) y un tazón de tarator (sopa fría en base a yogurt, trozos de pepinos y cebolla).
Si se animan a visitar esta ciudad con nombre y encanto de mujer no se arrepentirán. Todas estas capitales son fácilmente accesibles por tren o carretera y para el traslado interno encontrarán ómnibus, trolebuses, tranvías y metros. Las calles son limpias, están bien señalizadas y son seguras. El idioma no es impedimento para comunicarse, mucha gente habla inglés y está bien predispuesta a ayudar.
Europa Oriental es un destino diferente, bastante menos costoso que la parte Occidental y con buena hotelería y variada opción gastronómica. Yo lo recomiendo.
Hugo Longhi
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Fotos
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El Palacio Nacional de Cultura se levanta imponente en Sofía, capital de Bulgaria.
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