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domingo,
06 de
agosto de
2006 |
sobre gustos
El ocaso de la función crítica
El ensayista Carlos Gazzera embiste contra los intelectuales convertidos en funcionarios. "Fueron ccoptados", dice
Carlos Gazzera es docente e investigador de Literatura Argentina en las universidades nacionales de Córdoba y Villa María, dirigió la revista "Tramas para leer la literatura argentina" (1995-2001), publicó un libro de ensayos, "Panorama de la literatura brasileña" (Recovecos, 2004), y desde hace tiempo trabaja como periodista cultural, en los diarios La Voz del Interior, de Córdoba, y La Gaceta, de Tucumán, entre otros medios. Desde Córdoba, donde reside, contestó a las preguntas de esta columna.
-¿Cuál es el mejor libro para llevarse a la cama?
-No suelo leer libros en la cama. Por lo general me gusta leer algún diario, algún suplemento literario o, mejor, una revista. Prefiero dormirme con música o escuchando radio. Lo que ocurre es que me agrada comenzar un artículo o una nota y terminarla. La sensación de que dejaré un capítulo o una historia a mitad de camino me desalienta a practicar la lectura de un libro en la cama.
-¿Qué libros o autores de literatura argentina están sobrevalorados y por qué?
-Creo, definitivamente, que un autor sobrevalorado es Ernesto Sábato. Creo que su literatura es muy pobre. Su único buen libro, por momentos, claro, es "Sobre héroes y tumbas". Sus ensayos están, también, lejos de otros grandes libros de la ensayística argentina. Cuando uno recorre su obra descubre que ha sido una escritura llena de golpes bajos, con oportunismos miserabilísimos. Es un escritor injustamente valorado que, a su vez, tapó la emergencia de otras escrituras, de otras voces en la literatura argentina. Más acá, la novela histórica en general, me parece otro pico de la sobrevaloración, un efecto de mercado que delata el empobrecimiento de la crítica en los medios y de la crítica académica. Tiendo a pensar que ya se pasará esa moda como han pasado otras pestes en la literatura argentina. ¿O acaso hoy se lee a Martínez Zuviría, a Manuel Gálvez y sus interminables culebrones? Esos autores, recordémoslo, invadieron en su época los espacios de circulación de la literatura y construyeron un tipo de lector incapaz de reconocer escrituras -anteriores o contemporáneas- de altísimo valor estético y que pasaron desapercibidos. Pienso, por ejemplo, en Norah Lange, que recién ahora, después de una pila de años, nos ha sido recuperada gracias a ediciones como la de Beatriz Viterbo.
-¿Qué fue de los intelectuales críticos en la Argentina?
-Los intelectuales críticos fueron cooptados, amordazados o acallados. Los mecanismos que imperan en este país no son muy diferentes de los que funcionan en otros países del mundo. Nada de lo que ocurre en Argentina es, creo, un fenómeno local. En Brasil, en Chile, en Uruguay, en México, para hablar de nuestra región, los intelectuales se comprometieron con las funciones del Estado desde adentro. Subestimaron el poder de corrupción de la dirigencia política y la mugre se les vino encima. Y hoy, cuando no son cómplices, son inofensivos a la estructura de poder. En Argentina, donde floreció una corriente crítica vigorosa después del peronismo clásico y que se extendió hasta el golpe de Estado de 1976, los intelectuales críticos bajaron los brazos, "bajaron las banderas", como solíamos decir en los fervorosos años 80. Una imagen que aún me queda grabada en la mente es la de Ricardo Piglia abrazado a ese cheque de la Editorial Planeta... Esa imagen, creo, fue para mí tan desconcertante, tan profundamente dolorosa como la caída del Muro de Berlín. Y no porque piense que el Muro estuviera bien o la plata no fuera necesaria para un escritor como Piglia. No. Lo digo en el sentido figurado de lo que creó ese cheque y esa caída del muro significaron: la sepultura -por la peor de las vías- de eso que sentimos como la utopía.
-¿El periodismo cultural existe o hay una contradicción en los términos?
-Creo que languidece. Las razones son complejas y sería difícil de sintetizarlas en unas pocas líneas. Sospecho que si Rodolfo Walsh, por nombrar a alguien significativo del mejor periodismo de este país, entrara a la redacción de cualquier gran diario se vería en la dificultad de convencer a un editor o a un jefe de sección de que es posible escribir noticias con un léxico que supere los 100 vocablos, de que es posible escribir con oraciones subordinadas y que el uso de la primera persona del plural o del singular son formas válidas para generar una confianza entre el comunicador y el lector. Existe un periodismo (en sentido amplio) pobre en gran medida porque la prensa ha claudicado del mandato de "educar al soberano". Se ha dejado ganar por la lógica de que el medio es el mensaje y no hace ningún esfuerzo por romper con esa imposición o mandato. El periodismo cultural no está fuera de esta órbita. Los intelectuales que participamos del periodismo cultural chocamos con esa estructura consolidada por las empresas que, en nombre del lector (¿qué lector?), editan nuestras notas, reducen nuestro vocabulario, coartan nuestras búsquedas del lenguaje. Entonces ¿qué queda? ¿O te adaptas/reciclas o te vas?
-¿Cuál es su evaluación del estado actual de la crítica literaria argentina?
-La crítica literaria argentina es buena. Diríamos es casi mejor que la literatura argentina misma. Sin embargo, pienso, hay dos niveles que se han distanciado y emancipado uno del otro. Hablo de la brecha que separa a la crítica literaria académica de la crítica literaria mediática. Una brecha que resulta abismal. Yo mismo me leo escribiendo para la academia y para los diarios y no me reconozco. Es, creo, parte de la colonización capitalista que, como decía Deleuze, nos ha colonizado el deseo y el gusto a tal punto de volvernos maquinalmente esquizos. Me reprendo a mí mismo tratando de no caer en esas aporías pero ¿cómo sobreponerse a las tachaduras, a la catalogación de "académico" en el trabajo de la prensa y de "periodístico" en sede de la escritura académica?
-¿Qué cosas necesita para ponerse a escribir o trabajar sobre un texto?
-Voy a decirlo sin eufemismos: ¡que me caliente! Necesito que un texto me transmita que detrás de su escritura hay algo genuino, que hay algo que fue escrito con pasión, con vocación y con convicción. Si algo me lleva a permanecer aún en el periodismo cultural, en el trabajo de la enseñanza, creo, es por una razón casi excluyente: querer compartir con otros la felicidad de leer.
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Advertencia. Gazzera dice que Sábato es un escritor sobrevalorado, que opacó otras veces.
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