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 domingo, 06 de agosto de 2006  
Rompió el silencio uno de los hermanos procesados por los ataques del "Loco de la escopeta"
"Mi vida iba diez puntos hasta que me acusaron y todo se derrumbó"
En una sala de la cárcel de Rosario, Lino Bertuzzi desmintió todas las imputaciones que vinculan a él y a su hermano "Pepo" con el tirador serial. Confía en que pronto saldrá en libertad y volverá a su oficio de fletero

Ariel Etcheverry / La Capital

Lino Bertuzzi tiene un sueño recurrente que parece tan real como demoledor cuando abre los ojos. Cada noche se ve en libertad junto a su hermano Alberto haciendo una de las cosas que más le apasionan: trabajar de fletero, un oficio al que se dedican desde hace 20 años. En esas visiones nocturnas se descubre manejando su camión y reconoce las caras de sus compañeros. "Ando contento", dijo al describirse en esas imágenes. Pero al despertar se reencuentra con la fría realidad de estar en prisión y ese regreso a la conciencia lo deja sin aliento. "Ese es el momento más duro del día. Despertar y ver que estoy encerrado. Eso me destruye por completo", afirmó el hombre que está acusado junto a su hermano Alberto de tentativa de homicidio agravado en uno de los hechos atribuidos al Loco de la escopeta.

Bertuzzi habló con La Capital el viernes, antes del almuerzo, en una sala de la cárcel de Rosario. Fue el primer reportaje que concedió desde que lo detuvieron el 23 de mayo de 2005 junto con su hermano como sospechosos de haber disparado un escopetazo contra un ómnibus de la línea 107 que circulaba por el viaducto Avellaneda. Desde ese día ambos quedaron pegados a la saga del maniático que tuvo a maltraer a la policía durante más de una década.

"Me iba diez puntos en mis cosas hasta que ocurrió esto. Entonces todo cambió, mi vida se derrumbó y perdí lo que tenía. Que a mí y a mi hermano nos vinculen con todo esto es algo espantoso, intolerable, que me pone muy triste porque tenemos una conducta intachable. Que se venga encima todo esto es muy desesperante", sostuvo en un pasaje de la charla.

Mientras espera que el juez de Sentencia Antonio Ramos dicte el fallo, este hombre de 52 años ocupa una celda en la Unidad de Detención Nº3, de Riccheri y Zeballos. Por cuestiones de seguridad, está aislado del resto del penal. Sólo mantiene contacto con dos o tres compañeros "evangelistas", con los carceleros de turno, con un pastor de ese credo y con una psicóloga, además de las visitas familiares. Dice que lee lo que "tenga a mano, como revistas, artículos científicos y fundamentalmente el Evangelio". Menos los diarios.

El sospechoso de ser el Loco de la Escopeta es un hombre de mediana estatura y cabello entrecano. Su rostro se veía imperturbable y muy pocas veces miró de frente. Cuando habló, sus ojos celestes nunca se quedaron fijos en un mismo lugar. Tampoco dejó de mover las manos. Cuando creía que no tenía nada más que agregar, cerraba con un seco "eso es todo".

"Nosotros somos tanos, de chicos nos enseñaron a trabajar como buenos tanos. Yo laburo desde que tengo 12 años. De entrada, trabajé diez como zapatero y cinco como pintor de obra. A la noche fui a la escuela de oficios Pablo VI, donde aprendí a revestir interiores, a colocar azulejos, cerámicos y mayólicas. Después empecé con los fletes. Hace 20 años que estoy en (la empresa de transporte) La Sevillanita. Ahí me respetaban porque siempre les cumplí, nunca falté. Era mi vida, llegué a trabajar 16 horas por día", remarcó Bertuzzi.

-¿Qué hizo el 23 de mayo de 2005?

-No tuvimos nada que ver con lo que pasó ese día. A la hora en que ocurrió el ataque (al colectivo de la línea 107) estábamos en casa o ahí cerca. Después de trabajar en La Sevillanita fuimos a un surtidor y pasamos por lo de un electricista. Luego llegamos a casa. A los diez minutos, a eso de las cinco menos veinte, nos llegamos hasta lo de un garrafero que está a ocho cuadras de casa. Ese hombre declaró que estuvimos con él esa tarde, a esa hora. También hay una vecina de al lado que nos vio salir a esa hora. Estábamos lejísimos del lugar del hecho. Son como cuarenta cuadras. Las pruebas nos favorecen en un 90 por ciento, por lo menos. Creo que dentro de muy poco nos tenemos que ir de aquí.

-¿Cómo fue su detención?

-La policía llegó como a las once de la noche. Eran muchos y rompieron algunas cosas. Nos esposaron y nos llevaron. No nos dieron muchas explicaciones. Lo único que dijeron fue: es la policía, esto es un allanamiento. Fue algo muy fuerte. Nosotros, obviamente, no sabíamos nada. Nos cargaron en unos autos y a partir de ese momento comenzó la pesadilla.

-¿Y las armas que había en su casa?

-Hace 25 años que las tenemos. No funcionaban. Estaban oxidadas. Desmiento que hayamos tenido un arsenal. Te explico una cosa: hace muchos años, el lugar donde vivimos era un barrio de quintas. Antiguamente había perdices, liebres y bandadas de todo. Mucha gente tenía armas como escopetas, perdiceros, también galgos, jaulas y redes. Muchos practicaban la caza. Nosotros igual. De chico nos gustaba eso. Las que nos quitó la policía estaban en mal estado, sucias, no funcionaban.

-¿Cómo era la relación con su hermano Alberto hasta ese día?

-Soy cuatro años mayor. Lo quiero mucho y eso no quiere decir que él dependa de mí. Yo lo cuidaba. Nos llevábamos muy bien. Trabajamos juntos de pintor, en la quinta, de fleteros, fabricamos macetas durante 20 años. El vivirá conmigo siempre que yo pueda tenerlo. El tuvo una enfermedad desde los 16 años que le atacó los nervios. Cuando falleció mi papá, yo tenía 18 y él 14. A los seis meses (Pepo) se enfermó y nunca quedó bien. Después lo trató un psiquiátra durante años. No recuerdo qué enfermedad le diagnosticó... Eso es todo.

-¿Cuándo lo vio por última vez?

-Hace ocho meses. Vino a visitarme acá, a la cárcel. Nos abrazamos y hablamos un montón. Me dijo que quiere salir y volver a trabajar conmigo. No piensa en otra cosa que volver al flete. Dentro de todo está feliz. Pepo está en un psiquiátrico, donde lo apoyan. Por suerte está mejor que yo porque no aguantaría un lugar así. Allí lo contienen y le dan buenos consejos, le dicen que dentro de poco volveremos a trabajar como antes. Y que esto no fue más que un momento, una pesadilla que no es eterna.

-¿Cómo lo tratan sus compañeros dentro de la prisión?

-Son buenos. Son evangelistas. Hablo con muy pocos. Yo estoy solo en la celda, pero siempre me visitan con la Biblia. Ellos leen algunos capítulos y yo los acompaño. La verdad es que me dan ánimo porque sino no aguantaría todo esto. En la religión encontré apoyo. También en la psicóloga. Sin ellos esto sería intolerable.

-¿Qué piensa cuando aparecen usted y Pepo como los Locos de la escopeta?

-Me bajoneo, me siento triste por todo. Tengo una conducta intachable, nunca caí preso. En 50 años nunca me peleé con nadie. No entiendo cómo me acusan. Es algo espantoso, intolerable. Mi familia me visita y me pide que no afloje, que dentro de poco me voy. Pero de esto no se vuelve así nomás. Uno queda traumatizado. No me queda otra que aguantar. Me hacen rezar para que no pierda la fe.

-¿Cómo recibió la noticia de la falta de mérito por el crimen de Florencia Rubino? (la chica asesinada cuando viajaba en un colectivo el 19 de abril de 2003, hecho imputado al Loco de la escopeta).

-Eso da la pauta de que no tenemos nada que ver con ninguno de los dos casos. No hay coincidencias, ni en los horarios, ni en los vehículos. Creo que dentro de muy poco nos vamos sí o sí. Con ese fallo, la situación cambió en un 80 por ciento.

-¿Qué le gustaría hacer si queda en libertad?

-Lo primero, abrazar a mi hermano. Después, recuperar el camión, mi trabajo de hace 20 años. Y seguir para adelante porque, no obstante lo que pasó, no queda otra que seguir, bajoneado, triste, diferente. Esto me cambió.
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Lino Bertuzzi da la espalda pero habla frente a sus abogados (derecha) y a La Capital.

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