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sábado,
24 de
junio de
2006 |
José María D'Angelo: eterna cruzada
El arqueitecto rosarino recibió el premio a la trayectoria que entrega La Capital
Aníbal Fucaraccio
El primer viaje en tren. La locomotora a vapor. Mil novecientos cuarenta y siete. La llegada a Retiro. El edificio y su extraordinaria espacialidad. La contemplación. La fascinación. Un pie en Buenos Aires. Un horizonte limpio y la figura estratégica del Kavanagh. "Yo quiero hacer algo como eso", le dijo a sus padres sin titubear José María D'Angelo a los seis años.
Así fue el despertar arquitectónico de este reconocido arquitecto rosarino. Prematuro y vocacional. Sus albores inventaron su profesión. Nunca dudó. Y eso lo llevó a transitar una extensa carrera que fue reconocida recientemente por La Capital, a través del Premio a la Trayectoria entregado durante la última Megamuestra, en el Patio de la Madera.
Pero también hubo postales locales que confirmaron aquella precoz determinación. El edificio de La Comercial de Rosario como cartel de fin del oeste. Oroño y su adorable señorío. El Museo Castagnino y los nuevos Tribunales. La forestación y la olvidada homogeneidad de Pellegrini. Una avenida con altura uniforme y arquitectura anónima. El pavimento de quebracho y brea. Un tranvía de ida y vuelta. Y las remembranzas del viejo Normal Nº3 y la Escuela Industrial.
Aquellas lecturas urbanas lo condujeron axiomáticamente a ser arquitecto. "Lo que siempre me interesó fue el objeto urbano y su puesta en el lugar", comentó D'Angelo, quien se recibió en 1968 y así pudo cumplir su objetivo germinal. Luego forjó una inagotable búsqueda profesional que aún hoy alimenta su eterna cruzada.
-¿Fue un buen estudiante en la facultad?
-Estaba en el pelotón del medio. Pero era una facultad distinta, más complicada. Había mucho rigor pero eso no significaba valor. Siempre digo que la facultad de hoy es mucho mejor.
-¿Las enseñanzas universitarias de aquella época llenaron ese mundo de inquietudes que traía de pequeño?
-Fue un proceso muy largo. Hubo cosas de aquel momento que me parecían valiosas. Tuve algunos maestros con los que no coincidía y hoy, mucho tiempo después, les doy la razón.
-¿Con quién le pasó?
-Con Jorge Borgato. En aquella época todos se enrolaban a defender muy especialmente los intereses de su taller y el de Borgato promovía una fuerte inclinación hacia el aspecto técnico. Yo no estaba tan de acuerdo con eso. Pero pasó un largo tiempo y algunas cosas que decía se volvieron ciertas.
-¿Por ejemplo?
-En estos días estoy releyendo a Wright, que plantea la arquitectura como un arte muy endeble. Y eso no pasa con la pintura, la escultura o la música. Porque las otras disciplinas son protegidas, repetidas y se llevan a museos o salas especializadas. Con la arquitectura eso no se puede, entonces queda muy expuesta. No solamente a la agresión del paso del tiempo y del clima, sino también de la inveterada costumbre de los hombres de reinventar, reciclar y actuar sobre las obras. Y eso Borgato ya lo decía, con otras palabras.
>>>-¿Qué otras cosas rescata de ese taller?
-También hablaba de la instrumentación. Recuerdo la primera clase con Borgato. Dibujó en la pizarra una perspectiva central y de manera intencionada, comenzó a ubicar dentro del dibujo la instrumentación. Aparecían elementos como portarrollos, calefactores, vigas que excedían el límite del muro y transformó ese espacio puro en una cosa monstruosa. Y eso sucedía porque no había un dominio de la instrumentación. Eso lo dijo en primer año de la facultad, en 1959, y en ese momento nos molestaba mucho porque suponíamos que manejábamos todo. Hoy me doy cuenta de que Borgato tenía razón.
-¿Cuáles fueron sus primeras aproximaciones al trabajo?
-En el Congreso "La construcción del pensamiento", en 1991, dije ante dos mil personas que yo era un carpintero porque realmente trabajé en ese oficio. Diseñaba y gestionaba la construcción de interiores y objetos que se producían en la carpintería de mi padre. Ayudaba en mi casa produciendo cosas. Y en mis primeros dos años como arquitecto trabajé de esa forma.
-¿Fue complicada su inserción laboral?
-Fue difícil, como para todo el mundo. La Argentina siempre fue complicada. Lo más usual era involucrarse con pasantías en algún estudio y luego incorporarse al mismo. Por ejemplo, los integrantes del estudio H fueron estudiantes de mi generación que se involucraron con Hilarión. Pero yo trabajé de carpintero y luego comencé a realizar obras en los alrededores de Rosario. Trabajé en Uranga, Santa Teresa, Villa Eloisa y Máximo Paz. Así estuve más de 15 años.
-¿Cuál fue su primera obra en Rosario?
-La hice a fines de los •70. Fue una tienda de muebles de un amigo, ubicada en Salta y Oroño. Hoy fue transformada y agredida. Y el hijo de mi amigo está cursando arquitectura.
-¿Cuándo se empezó a relacionar y trabajar con otros arquitectos?
-Uno es lo que es por lo que le pasó en la vida y por la gente que lo acompañó. Conmigo trabajó mucha gente que luego se independizó y forjó su propio estudio. Entre ellos recuerdo con cariño a Danilo Samutini, con quien hicimos la plaza central de Villa Eloisa.
-¿Cuál fue la primera obra de porte?
-Un edificio de Presidente Roca al 200. Fue un concurso privado que ganamos. Eso dio comienzo a una serie de edificios llamados "Eugenio".
-¿Cuál es la obra que más disfrutó hacer?
-Todas. Pero guardo un afecto especial por aquella mueblería que fue mi primera obra urbana y todavía está en pie, aunque modificada. Soy tan viejo que ya tengo obras demolidas (risas).
-Jorge Scrimaglio siempre plantea un cuidado muy especial de sus propias obras. ¿Puede un arquitecto actuar sobre la obra de otro profesional cuando es una realización de valor patrimonial?
-Yo lo estudié a Scrimaglio y otros lo han copiado. Es un profesional que se preocupa muchísimo por lo que hace. Pero me parece que esto es un fenómeno inevitable. Hay arquitectos que pueden intervenir sobre una obra de otro arquitecto. Simplemente tienen que mirar y luego involucrarse.
-¿Cómo surgió la relación con Fernando Boix?
-Fue en 1978. Hicimos un relevamiento objetivado para el proyecto del Parque de España. El trabajaba con otro arquitecto y a partir de esa tarea que nos pedían desde España comenzamos a hacer algunas cosas juntos. Nos llevamos muy bien porque somos distintos. Yo trabajé con muchos profesionales asociados, nunca oculté a ninguno y el más importante de todos fue Boix. Lo último que hicimos fue el hotel Holliday Inn.
-¿Ese hotel es la obra donde se ven mejor representados sus conceptos?
-Esa obra fue un problema a resolver. Y fue resuelto de esa manera. Siempre digo que se muestra como una gran maqueta urbana, con gran fuerza. Porque nuestra arquitectura fue siempre así. Aunque también me interesan determinados conceptos relacionados con la liviandad y la sutileza debido a mi origen como diseñador de muebles.
-Su última nota con Estilo generó un acercamiento con el Grupo R. ¿Cómo están hoy las cosas?
-Están mejor gracias a la enorme generosidad de Gonzalo Sánchez Hermelo y Pitu Fernández. Lo que pasa es que cada uno está involucrado en lo suyo y se complican las tareas en conjunto. Además hay una diferencia de edad.
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