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 sábado, 17 de junio de 2006  
Editorial
El mundo, con dirección equivocada

El año pasado se batió el récord histórico de gasto mundial en armamento, de acuerdo con recientes informaciones. Mientras gran parte de la humanidad se debate en la más cruel de las miserias las potencias dominantes en el globo continúan aplicando la brutal receta de apagar los incendios con nafta, poniendo en riesgo a la civilización entera.

El número resulta impensable para quien no sea un experto en la materia: 1,12 billón de dólares. Esa es la cifra que el mundo gastó -aquí no se puede utilizar el sinónimo "invirtió"- en armamento durante el año 2005, en lo que constituye un nuevo récord histórico. Los representantes de los mismos Estados que han destinado fortunas a tan penoso rubro son los que después intentan mostrarse preocupados por el futuro de Africa, el auge del sida y el hambre en el Tercer Mundo, los mismos que cuando la Argentina se debatía en la peor de sus crisis sociales ignoraron corresponsabilidades y dieron vuelta, convenientemente, la cabeza. Durante la última década, el presupuesto mundial armamentístico creció un treinta y cuatro por ciento de acuerdo con el Instituto Mundial de Investigación para la Paz (Sipri). Trasladado a guarismos concretos, el porcentaje equivale a 173 dólares por cada habitante de la Tierra.

Resulta difícil pensar que el mundo haya aprendido la lección después de haber accedido al conocimiento de tan lamentables datos. Adjetivar se torna redundante: el hombre continúa conspirando contra sí mismo.

La finalización de la Guerra Fría pareció abrir un paréntesis esperanzador, pero el auge del terrorismo fundamentalista y la nueva concepción de Estados Unidos -la potencia dominante en un mundo unipolar- de invasiones punitivas han vuelto a desequilibrar el fiel de la balanza hacia el peor lado a comienzos del siglo veintiuno. Según las informaciones proporcionadas por el Sipri, es justamente EEUU el principal responsable del aumento del gasto en armas: cuarenta y ocho por ciento le pertenece, sin dudas motivado en las acciones bélicas que tienen lugar en Irak y Afganistán. Muy lejos en la siniestra tabla quedan otras potencias como Inglaterra, Francia, Japón, India y China.

Se sigue apagando, en síntesis, el incendio con nafta. Inmensos ámbitos geográficos y culturales sumergidos en la más brutal pobreza, en ostentosa desigualdad con el omnipotente Primer Mundo, se erigen en obvio caldo de cultivo para el odio ideológico y la violencia integrista. La sociedad civil de las naciones desarrolladas debería abandonar el sopor que parece invadir a poblaciones enteras -concentradas exclusivamente en la defensa del confort individual- y entrar en acción para revertir un rumbo al cual resulta leve calificar de preocupante.

"Me rehúso a aceptar el fin del hombre", expresó el gran escritor norteamericano William Faulkner en el discurso que pronunció al recibir el premio Nobel. El mismo país que ha dado creadores de la talla de quien dio a luz obras maestras como "Palmeras salvajes". "Absalón Absalón" y "Santuario" es el que contribuye, con la irracionalidad de sus políticas, a poner a la civilización otra vez al borde del abismo. Sin que sea necesario rendirse ante el terror organizado, tal vez debería de una vez por todas llegarse a la conclusión de que la erradicación de la miseria a nivel planetario es el primer y fundamental paso para suprimir la violencia.


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