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domingo,
11 de
junio de
2006 |
[Lecturas]
Un mundo subyugante
Cuentos. "El vuelo de la noche", de Marta Ortiz. Editorial de la Universidad de Puerto Rico, San Juan de Puerto Rico, 2006, 221 páginas.
Irma Verolin
Desde las tapas del libro la imagen de una mujer que improvisa con sus propias manos un largavista nos anticipa el dominio de unos ojos que se tragan el mundo o la voracidad de este narrador que alarga su mirada para captarlo todo. Frente a la vastedad del espacio interior, desde la que habla el narrador, se extiende, deslumbrante, la exuberancia del mundo. El mundo es percibido como un espacio poblado y denso, rico, tan rico que resulta inabarcable. Se tiene la impresión de que existe una distancia insalvable entre esa voz profunda que narra y el despliegue de objetos, seres, colores, enjoyamientos que el mundo exterior impone. Es en esa profundidad de la voz ante el contraste de lo múltiple, variable, apabullante, donde el efecto literario crea la solidez de estos cuentos que nos envuelven con su atmósfera.
Afuera, en el mundo, todo tiene peso, gravidez, importancia, y la voz de quien narra no deja de sentirse afectada por semejante presencia; sin embargo, lo narrado no escatima el silencio, la elipsis, lo apenas sugerido, para que muchas historias concluyan con finales fluctuantes o desenlaces que rozan lo vacío. Entre el variado desfile de personajes, el paisaje del mundo es un personaje más, ineludible, subyugante. Ese mundo exterior es captado en un continuo movimiento hacia fuera que se intercala con un buceo hondo hacia el interior de esa voz que cuenta las historias. Suele haber también un tercer movimiento que es el espacio de lo evocado y que tiene el peso y la jerarquía que presenta la percepción de lo exterior.
De modo que estos dos mundos se disputan el presente del relato otorgando densidad y movimiento a historias que no carecen de un toque de perplejidad, de una cuota de ironía o leve sarcasmo. Aunque, ciertamente, lo que sucede tiene relativa relevancia ante la hondura de la voz y el despliegue del mundo. A pesar de ello o, tal vez precisamente por ello, los acontecimientos de la vida se presentan caprichosos, accidentales o irónicos, posiblemente porque la profundidad de lo interior hace espejo con la profundidad del universo en el que siempre hay algo inexplicable, misterioso o inapresable como esos paisajes casi imposibles de capturar.
No casualmente el último cuento del libro nos hunde en el descalabro, en el desorden del orden del mundo bajo la forma de un tornado y no menos casualmente ese suceso está puesto en duda por el narrador. Aquí, el mundo es y no es lo que parece ser, la voz de quien narra ha intentado capturarlo de mil maneras mediante un despliegue del lenguaje que siempre nos está diciendo que el mundo es fascinante.
En no pocas ocasiones el conflicto del relato se aleja del concepto de línea vertical que cae y detona, según una tradición cuentística de preceptiva ortodoxa, y es de un modo sesgado, oblicuo, que Marta Ortiz plantea la intriga, con una eficacia que afortunadamente distancia los recursos narrativos de la receta del cuento clásico, ya que los textos están sostenidos literariamente por la construcción de un clima absorbente, la profundidad de un tono personal, el desmenuzamiento de la percepción, de una mirada única que sostiene de esta forma algo muy valioso en los tiempos que corren: un concepto de literatura en el mejor sentido de la palabra.
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