|
domingo,
11 de
junio de
2006 |
Interiores: acoso
Jorge Besso
Desde hace algunos años el acoso y la figura judicial del acoso han adquirido cierta popularidad, conformando una novedad negativa en los finales del milenio pasado en las relaciones intersexos. Con bastante coherencia el fenómeno parece seguir una tendencia que bien podría calificarse de "normal", en el sentido de que tuvo un clásico comienzo en tanto primero se deslizó por el mundo heterosexual en la aproximación abusiva de un hombre hacia una mujer. En una lógica evolución social, luego se incorporó la mujer a la modalidad del acoso, (no sé si antes o después del de Glenn Close a Michael Douglas). No deja de ser curioso que la popularidad de la palabra contraste con la escasa polisemia que se observa en el diccionario de la lengua, ya que encierra dos acepciones, aunque por cierto muy elocuentes, y de una atrocidad muy contemporánea.
El primer sentido se refiere a la persecución y el acorralamiento a caballo sobre una res vacuna. El segundo ya aborda directamente uno de los tantos abusos humanos sobre humanos, esto es el acoso sexual a partir de una posición de poder. De todos modos se podría pensar que ambas acepciones no están totalmente desvinculadas ya que después de todo el acosador/a (con toda probabilidad lo más frecuente son los acosadores) trata de forzar a la acosada a lo que bien se podría llamar su corral erótico, haciendo del otro, otro vacuno. Como se puede ver lo que hace que el acoso sea un acoso es el poder, sin el cual el despropósito tomaría otras formas o en todo caso otros calificativos, lo que en definitiva hace que el acoso sea en primera y en última instancia un abuso de poder. Donde la cuestión sexual, siendo la de mayor importancia, no deja de ser una de las formas del tan extendido abuso de poder.
La costumbre con relación a una expresión y el hábito de escucharla nos produce, sin que podamos advertirlo, la sensación de que lo que decimos o lo que escuchamos tiene un sentido claro y obvio, razón por la cual no es necesario aclararlo o menos aún preguntarse por lo que estamos diciendo o escuchando. Es lo que ocurre con la expresión "abuso de poder" que tiene una implicancia no analizada y es que, supuestamente, habría un uso no abusivo del poder lo que conduciría a un ejercicio normal y adecuado del susodicho poder. Se puede pensar que semejante normalidad de uso del poder es posible que sea posible. Incluso puede que sea imprescindible de pensar.
Con todo, un uso diferente del poder equivale a pensarlo en un sentido opuesto al que los cuentistas políticos llaman la "construcción del poder", por el peligro inmanente que tiene tal construcción, esto es, que una vez que se tiene se tiende a conservarlo. En suma el poder es conservador. Por manifiestas razones ideológicas, y por las no tan manifiestas que hacen a la condición humana en tanto condición social. Al humano el poder lo fascina, del mismo modo que a los neuróticos les producen cierta fascinación las maniobras perversas, pues en algún rincón más o menos oculto de su alma sueñan con un poder sin censuras ni inhibiciones para disipar alguna de las impotencias que surcan por las neurosis.
Visto de otra forma, el humano es un ser más bien frágil que cuando alcanza el poder suele hacer desastres de magnitudes variables. La fragilidad es patente desde los mismos inicios en que recalamos en esta tierra donde esa miniatura humana que es el bebé está a merced del acoso de los adultos, muy proclives a todo tipo de exclamaciones y baboseos, frente a los cuales el niño sólo cuenta con la defensa de su llanto con el que suelen con frecuencia poner bien en jaque a los benditos y supuestos adultos. Bien mirado el humano es un acosador que la mayoría de las veces es un acosado. No tanto y no sólo por las determinaciones económicas de nuestras sociedades que han terminado por colocar los incontables objetos de la economía en el centro de la existencia: sueldos volátiles, ingresos que se esfuman, dineros varios, acciones, porcentajes, intereses, cheques, débitos, créditos, cajas variadas con cajeros automáticos o con tracción a sangre, ofertas, promociones, liquidaciones y demás creaciones de la imaginación económica, que es más bien ilimitada; todas destinadas a profundizar la desigual distribución de la riqueza.
Pero el humano es al mismo tiempo un acosado desde el interior, es decir desde su propia psiquis que en ocasiones le resulta extraña, al punto que en lo que nos atañe poseemos un interior que no siempre nos sirve para poder desenvolvernos con comodidad en el exterior. Recuerdos no convocados y sobre todo no deseados se nos presentan de pronto en la pantalla psíquica sin que podamos hacer demasiado al respecto, y que serán disipados por ideas u otros recuerdos sin intervención de nuestra conciencia, en definitiva acechada desde afuera y desde adentro. Este doble desde el interior y desde el exterior convierte al sujeto contemporáneo en un ser con poco espacio y tiempo para la lucidez.
En cierto sentido actualmente se hace cada vez más difícil que el tiempo sea precisamente nuestro, y algo similar ocurre con el espacio, es decir con el mínimo espacio existente para alcanzar las imprescindibles innovaciones políticas y sociales capaces de romper con el predominio de la lógica del mercado y sus segmentos. No obstante el acoso interno y el externo, más allá de la inútil disputa entre el optimismo y el pesimismo (muchas veces disfrazado de un supuesto realismo), conviene recordar que las cosas siempre pueden ser distintas en tanto y en cuanto no todo está escrito de una vez y para siempre. En definitiva, tanto para el individuo como para la sociedad, nunca está todo bajo control. Como se sabe, ese es el sueño del poder y de los poderes que no dejan de soñar con una sociedad en la que caminen sólo reses vacunas que rumian siempre los mismos, adecuados y regulados deseos.
enviar nota por e-mail
|
|
|