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 domingo, 28 de mayo de 2006  
Con el fusil y la palabra
Fue guerrillero y ahora, con trece novelas, el escritor angoleño es uno de los grandes narradores lusitanos. Una tradición literaria que vale la pena conocer

Eduardo Sguiglia(escritor y embajador argentino en Angola)

El capitán portugués Diogo Cão desembarcó en las riberas del río Congo en 1482. Diez años antes que Colón pisara suelo antillano. Desde entonces -y por cuatro siglos- los nativos de Angola, como se bautizó aquella tierra, soportaron vejaciones y exterminio. Más de cuatro millones de bantús, la etnia mayoritaria, fueron vendidos como esclavos a las plantaciones que se instalaban al otro lado del Atlántico. Una cifra enorme si se piensa que la población argentina alcanzó ese número recién a principios del siglo XX. Descendientes de aquellos hombres y mujeres son reconocibles hoy en las calles de Brasil, Cuba, Santo Domingo, el sur de los Estados Unidos y también, según los registros históricos, en la cuenca del Plata.

Angola, la madre negra de América, es el quinto país de Africa por extensión. Posee riquezas naturales -sobre todo petróleo y diamantes- y los ríos y los bosques surcan buena parte de un territorio que está poco habitado. Apenas catorce millones.

Pero también tiene una singular tradición literaria. Agostinho Neto, el primer presidente luego de la independencia, era poeta. Luandino Vieira, José Eduardo Agualusa y Ana Paula Tavares se destacan desde hace años en la narrativa lusitana. Y Artur Pestana dos Santos, más conocido como Pepetela, es autor de trece novelas -entre ellas los primeros policiales angolanos- y dos obras de teatro, está traducido a varias lenguas y en 1997 ganó el premio Camões. Es mestizo, amable, risueño y su aparente fragilidad desaparece tan pronto comienza a hablar.

-¿Cuándo comenzó a escribir literatura?

-Comencé a escribir historias cuando niño, en la escuela. Pero aprendí a narrar escuchando a un amigo que vivía en la casa de mis padres. Se llamaba Thor, como el dios de los vikingos, aunque era angolano y provenía de una tribu del interior del país. Con Thor nos sentábamos a la sombra de una acacia de color rojo (se decía que el árbol tenía ese color porque sus raíces habían sido regadas por la sangre de un hombre y un león que se enfrentaron a muerte) y a través de sus largos relatos, la mayoría vinculados a episodios y peripecias de su pueblo, supe cómo y qué se podía contar. Más tarde tuve alguna influencia de la literatura portuguesa, era obligatorio estudiarla, aunque el mayor impacto lo viví entre los quince y los dieciocho al acceder a los autores brasileños, especialmente los del nordeste porque describían una situación muy semejante a la nuestra. Eran libros prohibidos en Portugal, publicados por editoriales brasileñas, pero que se conseguían en Angola. Luego, con el tiempo, pude disfrutar a norteamericanos como Faulkner, Dos Passos o Steinbeck.


Militante y escritor
Angola obtuvo la independencia en noviembre de 1975. Portugal, desde tiempos remotos, había enviado a la región a decenas de forajidos y marginados sociales. Angola era en los hechos una penitenciaria, un lugar de destierro. Pero la lucha por la liberación nacional comenzó a tomar cuerpo hacia mediados del siglo XX. Por entonces se fundó, entre otras organizaciones, el gobernante MPLA (Movimiento Popular para la Liberación de Angola) y se iniciaron las acciones guerrilleras.

-Pepetela, pestaña en lengua umbundu, era un nombre de guerra. ¿Qué recuerdos conserva de su época de guerrillero?

-Pienso que todos los que vivimos aquella experiencia -me refiero a la guerra por la independencia, no a la guerra civil que se produjo después y que tal vez se podría haber evitado- tenemos la misma opinión y aludimos a esos tiempos como buenos tiempos. Fueron años difíciles, peligrosos, de mucho esfuerzo físico, pero teníamos la certeza, la certidumbre de estar haciendo lo que se debía hacer. Era una entrega total. Había mucha solidaridad y amistad entre nosotros, de las que ya no se encuentran. Luego, cuando conseguimos la independencia, cometimos errores porque no teníamos, a diferencia de otros países, una elite preparada para gobernar. Claro que Portugal, una nación atrasada, nunca se preocupó por este aspecto. Pero aquella época fue la mejor de mi vida, me horroriza decirlo, pero es la verdad.

-¿Pudo escribir durante la guerra?

-En tiempos de guerra es difícil escribir. Pero cuando estaba en una zona segura me las ingeniaba de noche, mientras los demás dormían, con una linterna de petróleo. En las zonas calientes, en cambio, escribía de día, en algunos momentos libres, porque durante la noche no se podía siquiera encender una hoguera. Además había que hacer trabajos políticos, alfabetizar, organizar las poblaciones, dar clases y lo más complicado era preservar el papel de las lluvias y cuando se atravesaban los ríos. El papel pesaba, y mucho, en la espalda. Nada era fácil pero tuve la suerte de terminar dos libros y parte de un tercero que concluí después.

-Usted también se graduó de sociólogo y, después de haber sido combatiente y miembro del Estado Mayor, ocupó cargos relevantes en el gobierno independiente. ¿Como se identificaba entonces?

-Como militante. Pero quería ser escritor, siempre lo quise. Como militante hacía lo que era necesario: la guerra, ir para el gobierno, dar clases, periodismo, lo que fuera. Pero sabía, de un modo consciente, que mi objetivo era dedicarme por completo a escribir, a la literatura.


Un caos creativo
Luanda, la capital de Angola, está situada al borde de una bahía del litoral atlántico. Otrora, durante la colonia, estaba dividida en barrios de asfalto y musseques. En la ciudad europea, de acuerdo al modelo medieval portugués, había una zona alta -donde se localizaban las residencias y las instituciones administrativas y religiosas- y una zona baja dedicada al comercio. En los musseques (arena roja en umbundu), verdaderas chozas de barro y paja, habitaban los africanos.

Más tarde, durante la guerra civil que siguió a la independencia, la ciudad creció en número y diversidad. Y a cuatro años de firmada la paz pocos son los refugiados que retornaron a sus lugares de origen. Baldíos y edificios populares conviven, en imperfecto desorden, con modernos condominios privados.

-¿Qué ha cambiado en Luanda en los últimos años?

-Más que cambios, continúa la oposición entre la ciudad del asfalto y el musseque. Con la diferencia que hoy el musseque creció inmensamente y, al mismo tiempo, aparecen situaciones nuevas como la llamada Luanda Sul, que es una urbanización exclusiva para la clase media. Esta urbanización, y otras, son territorios marcados, defendidos, separados del resto de la ciudad, por esto creo que las diferencias sociales de la ciudad se agravaron.

-Su novela "Los deseos de Kianda" se puede inscribir en el llamado realismo animista africano. Esta corriente alude a una realidad cotidiana donde los espíritus de los ancestros y las fuerzas de la naturaleza están en permanente contacto con los seres humanos. ¿Es posible definirla?

-Creo que es posible -sin exagerar ni tomar demasiado en serio las categorizaciones- distinguir una literatura africana vinculada al mundo rural, a su civilización, a su cultura y a las historias y fábulas de animales, hechizos, magia y otras vivencias. Además, y como un aspecto sobresaliente, creo que las culturas africanas tradicionales tenían -no sé si aún los tienen, pero es motivo de preocupación para mí- algunos valores muy importantes que deberían haber sido preservados o deberían preservarse y que con el avance de la llamada globalización están desapareciendo completamente. El respeto a los más viejos, por ejemplo, era un pilar de las sociedades africanas. El viejo era la fuente de la sabiduría, de toda la experiencia del pueblo. Hoy, aunque en especial en las ciudades, los viejos no sirven para nada, sus consejos están superados y las nuevas generaciones se ríen de ellos. También había comunidades, como en el este de Angola, donde no existía la palabra ni el concepto de huérfano. Cualquier niño que no tenía padres era adoptado de inmediato por un grupo de adultos. Además nadie moría de hambre porque cuando alguien llegaba a esas aldeas lo primero que se le ofrecía era comida. Eran valores de solidaridad, de hospitalidad. En la revolución pensábamos superar la contradicción entre lo moderno y lo antiguo, y crear una sociedad nueva, una sociedad diferente, relacionada con la historia y la cultura de nuestros pueblos. Pero terminamos ayudando a consolidar una sociedad con moldes occidentales, una copia subdesarrollada, en realidad, de las sociedades occidentales. Por todo esto estoy de acuerdo en que el rol del escritor, del intelectual es presentar los problemas y dar voz, sin pretender sustituir, a quienes no la tienen.

-Confusão es una palabra clave en Angola. Refiere a los pensamientos, al sentir, a la perplejidad y a la impotencia. Pero también a cuestiones cotidianas. ¿Para usted qué significa?

-Confusão es lo mismo que maka, en umbundu. ¿Qué quiere decir? Si digo confusão digo conflicto, digo discusión. Confusão es un caos, un caos creativo (risas).

-¿Y Argentina?

-Para mí Argentina es un poco el tango, la pampa, Borges y el fútbol. ¡Ah! Y también quilombo, tambo y milonga que son algunas de las palabras que les prestamos nosotros. Milongo en umbundu, significa hechizo, una danza hechizada.

(Traducción: Mariano Mujica)

Eduardo Sguiglia es escritor y embajador argentino en Angola.
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"Como militante hacía la guerra. Pero quería ser escritor", dice Pepetela.

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