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domingo,
28 de
mayo de
2006 |
Interiores: tolerancia cero
No está demasiado claro si la tolerancia es una facultad, una virtud más bien escasa o acaso un valor depositado en la vitrina de algún museo como la casi totalidad de los valores. La misma falta de claridad se puede observar en el diccionario de la lengua que en una de sus clásicas entradas dice en forma inefable que se trata de la acción y efecto de tolerar. Los académicos aclaran que se trata de una acción, y sin duda que se trata de un efecto en el sentido de que los efectos estarán a la vista según la tolerancia o la intolerancia que alguien despliegue en un acción concreta. En la siguiente acepción, tolerar se refiere a aceptar las ideas, creencias o prácticas de los otros cuando son contrarias a las propias. Lo que inmediatamente lleva al reconocimiento de inmunidad política a las religiones que no sean la oficial, para extender luego el sentido a los márgenes de tolerancia respecto de lo estipulado de algo, y de la realización o la construcción concreta de ese algo.
Sea como sea, una simple mirada al concepto muestra de una punta a la otra que cuando se habla de tolerar se está hablando de tolerar las diferencias. Algo tan sabido como olvidado. Algo tan dicho como contradicho. Desde hace unos años se ha acuñado una expresión dura, una especie de proclama que no deja de ser inquietante: tolerancia cero. La expresión se refiere concretamente a una política de erradicación de la delincuencia que en particular hizo famoso a un alcalde de Nueva York. Ahora se ha sumado a las huestes de la tolerancia cero el nuevo Papa que pontifica cero de tolerancia con respecto a la pederastia. Que se sepa, la Iglesia ni ninguna institución, ha tolerado jamás semejante atrocidad. Ocurre que oficialmente el Papa condenó al ostracismo al sacerdote mexicano Marcial Maciel, fundador de la poderosa congregación de los Legionarios de Cristo. El padre, que hoy cuenta con 86 años, acumula decenas de denuncias (con nombre y apellido) por abusos sexuales con niños. Más allá de la gravedad y la complejidad del caso, por lo que parece el nuevo papado tiene una política de tolerancia cero con las prácticas sexuales desviadas. Por cierto, aberraciones bastante frecuentes en las religiones como muestra el caso de marras.
En general la política de tolerancia cero aparece como una muestra de "autoridad", que en el caso de la Iglesia está referida a lo que se considera "toda práctica sexual desviada", muy especialmente a la homosexualidad que siempre ha tenido a mal traer a la Iglesia y a todas las instituciones derechas. Como se sabe el revuelo actual se produce a partir de las bodas gays que pueden suceder en San Francisco (EE.UU), ciudad de película, también de películas y de vicios varios. Pero el agravio es que las bodas desviadas sucedan nada menos que en España que en los buenos años franquistas era una sucursal muy derecha del Vaticano. Desde luego no está aquí en discusión la potestad de la Iglesia en determinar lo que es derecho y lo que es desviado, al menos para sus fieles. Sino, en todo caso, lo inquietante es ver cómo cada vez más estos son tiempos de tolerancia cero con respecto a casi todas las diferencias. Especialmente con las diferencias de raza, nacionalidad, o religión; tiempos (en realidad probablemente desde siempre, pero también más que siempre) en los que las diferencias políticas muchas veces se tramitan con una pseudo tolerancia.
Notablemente y curiosamente hay, sin embargo, una gran tolerancia universal, se podría decir una maxi tolerancia con relación a unas diferencias cada vez más irritantes: las desigualdades sociales en la indistribución de la riqueza. En definitiva tolerancia cero quiere decir, obviamente, intolerancia con respecto a quienes esté dirigida la tan mentada tolerancia cero. Y ese es el mensaje más contundente y más redundante ya que si la preocupación prioritaria es la seguridad, tal vez convenga tener en cuenta que nunca hubo tolerancia manifiesta o explícita con los delitos, aunque pueda haber formas mejores o peores de combatirlo, tanto aquí como allá. En cuanto al visible aumento de la tolerancia, a la tolerancia cero en el mejor de los casos le preocupan los efectos de la marginación pero para nada sus causas.
En el campo del amor, la intolerancia es más que frecuente ya que si el amor tiene la enorme capacidad de borrar diferencias, de lijar las aristas de las formas de ser que suelen lastimarse en la convivencia cotidiana, además de la fantástica facultad de "aceitar" las pasiones hasta convertirlas en recíprocas, también es cierto que el maravilloso amor cuando gira hacia la cara del odio no acepta la más mínima diferencia al punto de aplastar al otro o de borrarlo de la existencia. La tolerancia nunca se ha situado muy alto en el pedestal de los valores, más bien es vista como un desvalor asociado a ceder o a resignar, y por lo tanto como una manifestación de debilidad. Con lo que la intolerancia es una suerte de epidemia social capaz de impregnar individuos, grupos, partidos y naturalmente a los gobiernos.
Hay que poder distinguir, pero más que eso no habría que asimilar la intolerancia con la no tolerancia. Las múltiples formas de la intolerancia tienen en común el desconocimiento del otro y de todo lo que sea otro. Mientras que la no tolerancia se refiere a una disposición activa en contra de la multitud de mensajes destinados a la construcción de una sociedad sumisa al poder. En suma, el sentido es mantener siempre viva la capacidad de cuestionar cualquier poder que se vuelva aplastador, a lo que son muy proclives todos los poderes. Pero algo bien distinto es la inquietante tolerancia cero, en tanto y en cuanto es un culto de la intolerancia, por cierto muy lejos de la práctica de la justicia. Todo lo contrario, en esencia es una violencia ejercida desde arriba con el propósito de barrer con los efectos de la injusticia generalizada.
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