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sábado,
27 de
mayo de
2006 |
ANALISIS
Ganó por sólo 5 mil votos, muchos no
lo conocían y ahora piensa en quedarse
Diego Veiga / La Capital
Cuando en septiembre de 2003 ganó la Intendencia por apenas 5.000 votos, a nadie se le ocurrió pensar que tres años más tarde Miguel Lifschitz comenzaría a coquetear con la posibilidad de su reelección. Y si bien durante el transcurso de su gestión al frente del Palacio de los Leones ya negó tres veces los rumores que apuntaban en esa dirección, ayer disipó todas las dudas y no descartó la idea de buscar un nuevo período conduciendo los destinos de Rosario. Envalentonado por los resultados de las últimas elecciones de 2005 y montado en una bonanza económica que despliega en Rosario gran parte de sus efectos positivos, el intendente va por más y empieza a mover sus fichas.
Una calurosa tarde de enero de 2003, camino a unas vacaciones en Córdoba e intentando desenchufarse de su trabajo como secretario de Servicios Públicos del por entonces intendente Hermes Binner, se anotó como candidato. "Sería un orgullo ser intendente", le dijo a La Capital.
Ocho meses más tarde arañó la Intendencia por escasos votos y comenzó a escribir su historia al frente del municipio. La poca diferencia que determinó su victoria y el hecho de que encuestas de su propio partido aseguraban que el 35 por ciento de los rosarinos no lo conocía, no le pintaban un panorama muy alentador.
Así, desde los primeros días de su gestión se preocupó por lograr consensos entre sus opositores y fue tejiendo estratégicas alianzas que le permitieron lograr gobernabilidad.
Comenzó a caminar los barrios y la gente empezó a familiarizarse con la presencia del ingeniero "de apellido difícil de pronunciar".
La recuperación de los índices económicos a nivel nacional le tendió una mano y Lifschitz no dudó en mostrar con orgullo los avances de Rosario.
Había pasado sólo un año desde su llegada a la Intendencia cuando los rosarinos lo descubrieron en la tapa de una tradicional revista porteña junto a los personajes de 2004.
Fue esa coyuntura la que lo obligó, unos meses más tarde, a responder por primera vez una pregunta sobre su posible reelección. "Por ahora no estoy pensando en eso. Cuatro años es un buen período de gobierno", sentenció en julio de 2005.
Después vendrían las elecciones legislativas que obligaron a renovar 11 bancas del Concejo y a las que tomó como "un plebiscito" de su gestión. Los resultados le dieron un fuerte espaldarazo: el socialismo se llevó el 44,9 por ciento de los votos, le sacó 26 puntos de ventaja al justicialismo y se quedó con 7 de las 11 bancas en juego del Palacio Vasallo.
Habían pasado sólo dos años, pero el ingeniero "de apellido difícil de pronunciar" sin dudas había cimentado su poder al frente del Palacio de los Leones. Y así, subido en la fuerza del respaldo popular se animó a tomar medidas paradójicamente impopulares, como el aumento de la tasa general de inmuebles y el retoque de la tarifa de colectivos.
A días de esas elecciones llegó el segundo no. "La renovación es buena. En el 2008 no me veo acá (por la Intendencia)", dijo por entonces. Y para el tercero hubo que esperar hasta el 26 de diciembre del año pasado. "No estoy pensando en mi reelección, falta mucho tiempo para eso", volvió a aclarar.
Ahora, cinco meses más tarde, el escenario sin dudas cambió. De aquel hombre que ganó por pocos votos y a quien el 35 por ciento de los rosarinos no conocía, sólo queda el recuerdo. Hoy Lifschitz parece envalentonado, va por más y empieza a mover sus fichas.
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