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sábado,
18 de
febrero de
2006 |
EDITORIAL
La seguridad en los boliches
Dos casos de violencia con armas en locales bailables de la ciudad deberían ser el motivo de una completa revisión de lo que hasta ahora se ha hecho en materia de seguridad. Más y mejores inspectores y sanciones implacables contra los empresarios transgresores pueden ser un buen comienzo.
En los últimos 60 días la violencia dentro de los boliches de la ciudad causó la muerte de un adolescente y heridas gravísimas a otro joven. Los dos casos se produjeron en locales del macrocentro, donde momentos antes de las tragedias inspectores municipales habían comprobado que todo estaba funcionando según las normas vigentes. Sin embargo no era así, ya que en La Diosa acuchillaron a un chico de 15 años y lo mataron. Y en La Zona, un muchacho de 20 años recibió un tiro en la cabeza: su vida está en peligro.
En ambas circunstancias fallaron, evidentemente, los controles para impedir que armas blancas o de fuego ingresaran a los boliches. Los detectores de metales son precisos y no fallan; lo que falla es la atención de los custodios o personal de seguridad. No es posible que sea tan fácil burlar los chequeos. La responsabilidad mayor es, sin duda, del empresario dueño del boliche. Pero el municipio y sus inspectores también tienen una gran cuota de culpa por lo que viene ocurriendo.
En declaraciones a La Capital, el intendente Miguel Lifschitz había manifestado tiempo atrás la inviabilidad de asignar un inspector a cada boliche, bar o lugar de diversión de la ciudad y apeló a la seriedad de los comerciantes para evitar este tipo de situaciones.
Es entendible que la ciudad no puede lanzar a cientos de inspectores a las calles todas las noches, pero a juzgar por los resultados debería reevaluar la calidad de sus controles. Por ejemplo, en Rosario es absolutamente sabido que los menores no tienen inconvenientes para ingresar a los boliches para mayores, donde se vende alcohol. También que el factor ocupacional no siempre es cumplido y que en muchos locales las salidas de emergencia no son las adecuadas. A todos estos interrogantes ahora se suma la detección de armas dentro de los locales. Alcohol, armas, mucha gente y controles lábiles: una conjunción peligrosa que en cualquier momento puede derivar en una tragedia mayor. No hace falta recordar lo que ocurrió en Cromañón.
El gobierno municipal debería encarar una doble acción para intentar contrarrestar este pico de violencia. Por un lado, asignar más inspectores a la noche rosarina y revisar la conducta de cada uno de ellos, en una especie de "mani pulite" doméstica. Por otro lado, modificar las ordenanzas para sancionar con más rigor a los empresarios que transgreden las normas, en una suerte de "tolerancia cero". Tal vez así se pueda contener lo que por ahora es sólo la punta del iceberg.
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