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sábado,
18 de
febrero de
2006 |
Análisis
La lección de arquitectura
Una intuitiva aproximación a la Casa Siri, una de las obras emblemáticas del arquitecto Jorge Enrique Scrimaglio ubicada en General Lagos
Ignacio Almeyda / Arquitecto
Aquél que recorra la ruta provincial 21 (antigua ruta 9) en dirección sur a Buenos Aires, bordeará inadvertidamente la localidad de General Lagos, departamento Rosario. Una mirada a tiempo, sobre la derecha, permitirá apreciar el orden de la naturaleza enmarcando pequeñas construcciones rurales que salpican una y otra vez el paisaje horizontal de la "pampa gringa", del cual verá emerger otro orden (o acaso el mismo): el de una estructura que se mimetiza con el follaje de los árboles que, en salteadas cadenas, definen las calles de acceso. Sentirá entonces la inquietud provocada por el hallazgo, la sensación propia del descubrimiento.
"Los góticos llamaban fábrica a una obra en construcción" (1).
Un descenso en la ruta y, paralela a la misma, la calle Quilicci conduce hasta la esquina de la calle Belgrano, una antes de Lisandro de la Torre (la principal, también denominada calle de acceso). Doblando en la primera, sigue el sendero de grava en dirección oeste, que a pocos metros permite una cómoda aproximación visual a la construcción. Una vez al pie de la misma, un breve lapso de tiempo dedicado a la contemplación hará deducir que se trata de una obra aún en gestación, en la que a partir de una primera construcción consolidada en un sólo nivel de planta ha crecido, en otro tiempo, una estructura superior que se va escalonando hasta alcanzar el tercer nivel.
El sugerente estímulo por descubrir "el detalle", sin más, lo hará ingresar. Advertirá de que se trata de una vivienda, donde el espacio interior lo cobija en sombra.
Una abertura inmediata y de reducida altura practicada en la pared indicará un lugar contiguo luminoso; asimismo, un plano de madera de gran espesor parcialmente embutido en uno de los muros de borde de la abertura guiará hacia adentro, el "espacio de cocina".
"Todos los elementos de una obra deben contribuir a generar la verdadera estructura orgánica en la que el todo es a las partes lo que cada una de ellas lo es respecto al equilibrio del conjunto" (2).
La observación detenida del contexto en que se halla ubica en una casa de campo, donde la técnica constructiva empleada en la fabricación de las partes remite directamente al legado heredado de los oficios rurales de los primeros pobladores de la zona. Aquél plano, convertido en una mesa construida con listones de madera de pinotea encolados y colocados sucesivamente en forma perimetral, definen el dibujo alargado de una espiral que, reforzada por la línea de las vetas, marca la tensión de las piezas hacia el centro.
El observador también identificará nueve cuadrados insertos en esa trama, como la sección de los listones que indican el empotramiento del plano de la pata, que hace lo propio en el piso, revestido con baldosas cerámicas (también de formato cuadrado). El ejercicio visual lo alentará a seguir indagando.
"Son los mismos principios de las grandes culturas vitales y creadoras del pasado y del futuro" (3).
El interior del espacio ha sido completado recientemente: es donde se percibe la enseñanza del maestro. Emplazada en el fondo se encuentra una estructura metálica de chapa de acero plegado que corre de pared a pared, despegada del suelo como si flotara ingrávida, conformando el mueble de cocina.
"Todos estos factores no remiten a una solución tipo amoblamiento de cocina, tal como aparece en los comercios especializados y en las revistas, porque ella responde a la naturaleza intrínseca de la obra de la que forma parte; mientras que en el otro caso, su incorporación a determinada obra implica una adaptación tal como si fuera un trasplante" (4).
Recordará que indagar en los detalles siempre fue el camino más sabio hacia la solución, donde uno realmente percibe la maestría en la materialización de la idea creadora.
"La técnica constructiva es la herramienta que materializa una idea poética -arquitectura- nacida en el corazón y definida en la mente. Es como la prolongación del brazo del hombre" (5).
Una misma sección, fruto del estudio del plegado de la chapa, conforma la manija de los cajones que se prolonga en toda su extensión completando el frente del mueble. Podrá proponerse otro ejercicio: un recorrido visual (el que prefiera) a través de los bordes y verificar que el plegado construye sin interrupciones el conjunto, integrando todos los elementos en uno (contenedor y contenido: la estructura y los accesorios de uso doméstico).
El ritmo ajustado del sector de cajones se completa con la tapa de mesada, una continuación del plano de la mesa construida con la misma madera y que, a través de tapas individuales, descubre la pileta de doble bacha y el anafe de cocina. Al sector superior lo verá desplegarse hasta el techo, definiendo los estantes recedidos, el volumen de la campana y los nichos destinados a los artefactos para calentamiento y cocción, que quedan plenamente incorporados al conjunto. Una ventana, en el muro de apoyo y a la altura de la pileta, comunica el ambiente con el espacio lindante (la cochera), integrándolo con el resto de la casa.
"Un espacio se articula así con el contiguo, y la obra toda adquiere un carácter continuo, con muros iguales por dentro y por fuera como si se tratase de un organismo en crecimiento, y tomando el ritmo del paso del hombre, que no es a saltos sino articulado y cadencioso" (6).
Dejándose llevar por la trama del piso, una cuadrícula de marcada guía a través de un angosto pasillo, experimentando la incertidumbre de estar en un reducido laberinto, mientras esa trama se cuela en otras dependencias aglutinando los servicios, y trepa por los muros definiendo los zócalos. También los planos de las estanterías servirán de guía, ubicados a uno y otro lado y por sectores (embutidos o empotrados), que se ajustan en intervalos rítmicos a los trazos dictados por las aberturas.
"Desentrañar su ley de crecimiento y seguirla. Esto nos dará la verdadera libertad de acción" (7).
"Ver cómo todos y cada uno de esos imponderables que convergen en procura de la definición de la obra, son finalmente amalgamados por una idea unificadora y libre, en la cual todos aquellos factores no son sus condicionantes sino su fértil terreno de experimentación e inspiración" (8).
Una vez fuera, en planta alta, uno seguirá estando dentro: una construcción dentro de otra, donde los límites no se perciben como tales. Aquella estructura que a la distancia parecía pequeña, ahora se ha agigantado, redibujada continuamente por la luz, como una forma de culto a la naturaleza del material (el ladrillo), totalmente despojado de cualquier artificio; un juego experimental en todas sus facetas posibles: entonces a sus pies verá erigirse una antigua construcción del medioevo, levantada a través de los siglos, donde la totalidad de los trabajos eran realizados en el sitio, y los vacíos lo bañarán de luz cenital, como en las sublimes catedrales.
Contemplará esos cuadros (donde no existen muros), proyectando imágenes vivas en movimiento, atributos del lugar; encontrará el piso cubierto de musgo, una alfombra verde, la pátina del tiempo; sentirá el peso vasto de la historia. Lo sorprenderán sus sentidos, escuchando una tenue melodía: el susurro provocado por la brisa del viento mientras agita los pelos de los hierros de la estructura, y por un instante creerá estar transitando la avenida de los eucaliptus; o tocando las columnas, verticales, para experimentar la textura del mampuesto; lo invadirá el aroma del campo, de la mies segada; el sabor de la semilla del cereal: del maíz, del trigo y la soja.
Verá el rojo del ladrillo, inyectado por la luz del atardecer, y también verá dentro del mismo el rojo de la flor de ceibo; recordará el color de la estructura de mesada de la cocina: rojo terracota, como la pintura antióxido empleada en las maquinarias agrícolas; como el barro cocido, la tierra de América. Recordará también el nombre de ese color: "rojo Scrimaglio", según lo advierte el catálogo de Sherwin Williams, la marca de pintura utilizada.
"Puesto a imaginar allí una obra, es posible que al concebirla haya desaparecido él mismo, convertido en esa corporización de materiales, formas y colores que comenzará a ser parte de ese entorno que la incluye" (9).
Descifrará entonces las huellas del Constructor (10) impresas en las superficies: las vetas de la madera, la trama de la mesa; su perfil y el perfil del mampuesto colocado de canto en la estructura; reconocerá a su vez el perfil de los cajones (en saledizos de 5 x 5 cm) en los retranqueos del ladrillo de prensa de las primeras construcciones de inmigrantes que no fueron revocadas aún en los rieles de la línea ferroviaria que se prolonga en la vastedad del paisaje; las tapas de mesada en las tapas de los añosos aljibes, la tapa abatible del anafe en la de un piano de refinada terminación.
Oculta también, descubrirá la campana de cocina, reflejada en las tolvas de las cosechadoras y las guías de las estanterías practicadas en el espesor de los revoques, en los surcos del arado en la tierra.
"Para que una arquitectura nos pertenezca, debemos pertenecernos primero a nosotros mismos" (11).
Verá en suma el "detalle vital", repetirse infinitamente, dibujando senderos que se bifurcan estructurando el espacio. Incluido en ese espacio comprenderá el todo y se sentirá completo y realizado; un lugar donde "vivir", desde donde poder disfrutar del entorno y contemplar los campos, los árboles, los animales pastando, los hombres trabajando; un lugar propio donde poder verse uno mismo, como en las líneas de la mano.
"Entonces la arquitectura brota de la superficie de la tierra como una planta que se desenvuelve en plenitud y armónicamente" (12).
Reconocerá la identidad de un pueblo, los rasgos de culturas milenarias. Adentrarse en la obra habrá significado un pacto solemne; un compromiso suspendido en el tiempo, donde uno descubre las raíces que le dieron forma.
Concebida por el arquitecto Jorge Enrique Scrimaglio, la Casa Siri aún sigue creciendo, como crecen las plantas en la naturaleza, enraizada en la tierra, en forma espontánea y con un sentido de pertenencia al lugar del que forma parte.
"Tome usted su realidad, lo que tiene; no lo que desearía tener. En eso que tiene, en eso de que dispone, sin evasión alguna, está su propia realidad. Tome eso y opere: ya sean ladrillos, maderas, piedras, hierros, columnas, vigas, cal, arena, cemento, clavos, tornillos, vidrios, caños, artefactos sanitarios y de iluminación, implementos para cocinar. Opere siempre rectamente, como opera un paisano isleño con lo que tiene: paja, troncos de sauce y barro; como opera el hornero con lo que tiene: tierra y agua; y además una gran capacidad que Dios le ha dado. Y que al hombre también le ha dado en grado más elevado aún. Sepa valorar lo que tiene: el sol de su país, en este caso. No lo cambie por ningún otro. Después implántese y comience a crecer aquí, en suelo americano, con amor y sentimiento, sin copiar de las revistas ni de nadie. Entonces es posible que usted, sin darse cuenta, ya esté en el camino de una arquitectura argentina" (13).
Uno abandona el lugar convencido de que volverá y, que a su regreso, constatará que aquel pacto sigue vivo, evolucionando. Ahora la mirada despierta del viajero ve la obra, infinita, prolongarse en el horizonte y a la distancia; sabrá con certeza entonces que en él germina la "lección de arquitectura".
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Fotos
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Casa Siri. Belgrano 182, General Lagos.
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