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domingo,
12 de
febrero de
2006 |
Brasil: Paritinis, ciudad entrañable
Daniel Molini Dezotti
Existen ciudades grandiosas, monumentales, contaminadas; ciudades oscuras, altas, frías; ciudades con un pasado guerrero, indigestas de cemento o entrañables. Parintins pertenece a este último grupo, esas que se descubren por casualidad, gracias a un viaje que las propone como etapa, en un camino donde la meta se encuentra en otro sitio.
Decir Parintins es decir Brasil, interior, tuétano. Decir Parintins es nombrar un poblado hecho a fuerza de río y selva, en un recodo del Amazonas donde uno espera encontrar cualquier cosa menos una isla donde el euro cotiza a 2,7738 reales.
Fundada hace más de 200 años en los límites de los estados de Pará y Amazonas, entre Santarém y Manaos, Parintins podría presumir de belleza, pero no lo hace. Sin embargo, ofrece reclamos: unos de agua y otros de tierra. Los de agua en forma de ríos, lagos y lagunas; los de tierra con troncos, fronda y una fauna prodigiosa, abanderada de la biodiversidad.
Si los atributos económicos pudiesen deducirse de acuerdo a lo que uno ve, con los ojos cómodos de un ciudadano que viaja con pasaporte de privilegio, Parintins debería definirse como pobre. Sin embargo, en cuanto el observador se pone las gafas de filtrar prejuicios, descubre riqueza por todos lados.
A bordo de una barcaza fluvial llegamos, prácticamente, al centro de la ciudad. Todas las naves son iguales, de tres pisos, austeras, con ventanales enormes, convertidas por un día en vehículo de turistas, debiendo regresar -cuando concluya la escala- a sus funciones de trasladar gente, animales y cosas por los rincones más perdidos del Amazonas. En el nivel superior se instalan los que viajan sentados, en sillas de plástico que parecen de bar; en el centro los que duermen en hamacas, y en el inferior, más cerca del agua, las mercancías.
En tierra nos esperaban con banda de música, banderas y un mercado de artesanía donde palpitaba el negocio, insignificante para el que llega comprando y tan importante para el que recibe vendiendo.
El Boi Bumba
Nuestro programa incluía una celebración, la misma que "atormenta" a los nativos y convoca cada año, en la última semana de junio, a miles y miles de furiosos del ritmo, la danza y el color: el Boi Bumbá. Aunque sus orígenes datan de una leyenda del siglo XVIII, el festival se realiza desde 1913. La historia es simple, rara y con un argumento que parece de ópera por lo increíble. Francisco y su mujer embarazada, Catarina, viven como esclavos en una hacienda. Presa de un "antojo" singular y ávida de nutrientes Catarina le dice a su esposo que necesita comer lengua de buey, pero no de cualquiera sino del más preciado, del mejor ejemplar de la explotación, el favorito del patrón. Para que el niño no naciese con cara de lengua de buey Francisco accede a satisfacer el deseo de su esposa, sacrificando para ello al animal. El enredo continúa cuando el propietario descubre su muerte, la investiga y amenaza con graves represalias.
La aflicción de Francisco desaparece cuando un brujo, dispuesto a remediar lo irremediable, vuelve a dejar todo en su sitio resucitando al animal. Entonces comienza la fiesta de la resurrección del buey, y el pueblo de Parintins la representaba para nosotros, fuera de calendario. En la celebración del Boi Bumbá participan todos los paritinenses, y lo hacen desde dos agrupaciones rivales: Garantido y Caprichoso. Ambas son "irreconciliables", no se hablan ni se citan por su nombre, usan y visten colores distintos que prolongan hasta las fachadas de sus propias casas, y cuentan con legión de admiradores que pugnan por pertenecer al cuerpo de baile o de músicos entregándose en los ensayos.
En el "Curral do Boi Garantido", donde llegamos con escolta de lujo, Garantido nos recrea su función anual, un derroche coreográfico donde los decorados y la puesta en escena parecen de otra galaxia. Figuras enormes, con plumas o sin ellas, elevándose junto a bailarines con el único fin de demostrar quién "vuela" más alto, con más colorido, quién baila más y mejor en una competición en la que todo el mundo sale beneficiado.
Cada año se repite lo mismo, 35000 personas en el "Bumbódromo", mitad Garantido, mitad Caprichoso, que aguardan en silencio o participan del éxtasis según intervenga el grupo contrario o el propio.
Cada año, a finales de junio, el buey es devuelto a la vida y Parintins lo festeja, tanto, que hasta las cabinas de teléfono llevan cuernos y jorobas. La fascinación que produce el lugar no necesita de ningún brujo para renacer, se mantiene intacta avivando las ganas de regresar.
Si eso ocurre no podrá obviarse una nueva visita a la catedral de Nuestra Señora del Carmen, la iglesia del Sagrado Corazón o la de San Benedicto, entre otras cosas porque son consideradas, por los nativos, sus mejores atracciones.
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