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domingo,
11 de
diciembre de
2005 |
Aquella
calle
Leonardo Levinas
Hasta ahora, esto es lo único que leí de Emilia. Claro, si no cuento lo que me dejó escrito en el bollo de papel. "Ayudame". En el museo, escuché algo que era suyo. Un fragmento de su novela; ella misma lo leyó. No le presté mucha atención, aunque pensé que jamás compraría su libro. Seguramente Emilia escribió lo que ahora acabo de leer en el mismo día, o sea ayer por la noche, en su cuarto blanco, mientras yo estaba aquí, en casa, con Laura. Ahora que pasaron unos momentos, la impresión es diferente. Supongo que parte de lo que escribió lo habrá tomado de algún diario hoy mismo a la mañana. Recién después me lo habrá dejado en el buzón. Es escritora, pudo reproducir algunas cosas y adaptarlas a su estilo. Y seguramente le habrá agregado algunos hechos que ella jamás presenció.
He decidido que esta historia se acabe el 4 de enero. Será viernes, según creo. Solamente faltan dos semanas. Uno debe terminar las cosas. Desconozco lo que haré, pero concluiré la historia pase lo que pase el 4 de enero del año que viene. Año capicúa. El 2002 será el último año capicúa de mi vida; el próximo será el 2112, dentro de ciento diez años...
De la Rúa dijo que no sabía nada de los muertos. Eso es increíble, como todo en estos días. ¿No podré acostumbrarme? No quiero. Tan sólo cuando lo recuerde. Cuando relea esto mismo que escribo. A veces no sé en qué momento del tiempo estoy, creo haberlo dicho y escrito. Es como viajar a un lugar en el que uno siempre estuvo y al que de repente desconoce o al que recordaba de manera diferente. Los bancos, por ejemplo, atienden los sábados; la gente puede hacer algunos trámites, abrir cuentas de ahorro con el dinero retenido en el corralito o sacar los doscientos cincuenta pesos que se permite extraer por semana. Y justo mañana es sábado. Los bancos abrirán, a pesar de que ya no hay gobierno. Aquí, los bancos tienen vida propia.
Fue hoy de mañana. De la Rúa regresó a la Casa de Gobierno e hizo esas declaraciones increíbles: que nadie le había dicho que hubo muertos. Dijo no haber dirigido el estado de sitio, dijo que nadie es responsable de nada. Que lo sucedido, sucedió de acuerdo con la ley, o sea que la responsable es la ley, y pidió que se reconociese su lealtad. Y también su profunda convicción por haber hecho lo que creyó necesario. Es más hijo de puta que boludo; se nota cuando uno repite sus palabras en el orden en que las dijo aunque en su boca se dispusieron de una manera gangosa, repulsiva. Ah... que la historia lo juzgará en perspectiva, dijo.
(Fragmento de "El último final")
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