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 martes, 11 de octubre de 2005  
candi
Charlas en el Café del Bajo
-"Old love, leave me alone, old love, go on home".

-¿Está escuchando a Eric Clapton? ¿Recuerda un "viejo amor"? ¿Hay acaso un recuerdo que no lo deja en paz?

-Sabe una cosa Inocencio, hace algunos años, no crea que muchos, en la tristeza de mis atardeceres, en un segundo piso de una casa con un amplio ventanal que miraba el cielo (rojizo por la despedida), el crepúsculo solía encontrarme escuchando esta canción, esta suerte de blues tan triste como hermoso, que canta y ejecuta con su guitarra el incomparable Eric Clapton: "Viejo amor".

-¿Sobre una batería?

-Sobre una Pearl roja, bastante bien afinada. El golpe sobre los "tomtones" o tambores graves (para que se entienda mejor) despertaba un sonido bien profundo y nostálgico. A veces, es cierto, el toque era rudo, excesivo y se remataba con un cierre sobre el plato Paiste que se extendía hasta el campo, y llegaba hasta el lejano río, más allá de la avenida.

-Había, además de la nostalgia, cierta bronca. ¿Por qué?

-Muchas cosas se mezclaban entonces, y confieso que algunas se siguen mezclando todavía en mi espíritu: la injusticia, la incertidumbre ante la existencia, algunas cuestiones irresueltas y esa eterna lucha interior que siempre es más dura para algunos seres. A pocos metros de aquella casa, en otra vivienda, sus habitantes alimentaban más mis reflexiones sobre el destino del ser humano, sobre el derecho a la paz y a la felicidad. Los dos tenían cáncer. Ella, a pesar de su fe, y su fortaleza, murió. El fue dejado aquí. La vida tiene cosas que resultan incomprensibles. Una vez esa mujer le comentó a ese viejo amor -a ese que yo solía decir fastidiado por la confusión que me arremolinaba como a una débil hoja de otoño "déjame en paz" ("leave me alone")-: "Lo escucho en los atardeceres". Seguramente esa mujer, joven aún, percibía el mensaje de mis parches, toda mi confusión, todo mi miedo, toda mi bronca por tantas injusticias y todo mi disgusto por mi propia injusticia.

-Hoy, señoras y señores, confesiones de primavera; las de Simon y Garfunkel eran confesiones de invierno.

-Yo, que había crecido amparado por el más "Grande Amor", estaba allí entonces diciendo: "Viejo amor, déjame en paz" (Old love, leave me alone), claro que una parte de mí se presentaba en el campo de batalla profundo, abismal y se preguntaba: ¿por qué? La verdad es que ese guerrero (que a todos nos acompaña desde el mismo instante de la fecundación y hasta el último hálito de nuestra existencia) a veces ya no necesita prepararse tanto para la batalla, pero siempre está atento en mí, porque nunca se sabe cuándo aquello que los religiosos llaman demonio querrá entrar de nuevo en mi vida y sojuzgarme enteramente.

-¿Debemos aguardar una conclusión?

-Hay ideas a las que no les siguen conclusiones, sólo son eso: ideas que otros pueden a veces transformar en conclusiones para ellos mismos y para nosotros. Sin embargo, y mientras se va terminando el blue de Clapton, esta triste y bella melodía que estoy cantando como puedo, aceptaré que hay una suerte de conclusión. Sí, porque mientras escucho y canto esta canción (claro que sin los parches de la Pearl -¿dónde estarán sonando?-) me he permitido modificar la letra de esta maravillosa música.

-¿Cómo es eso?

-Sí, mi letra difiere hoy bastante de aquella de Clapton. Ya no digo, como antes, como en aquellos atardeceres de cielos rojizos que se filtraban por el gran ventanal para hacer más rojo el rojo de la "bata" y de mi vida: "Viejo amor, déjame en paz, vete a tu casa".

-¿Y qué dice ahora?

-El tiempo, las circunstancias y ese "Old love" universal que espera siempre, a pesar de nosotros y de nuestros actos, nos modifican con frecuencia la letra de la vida. Ahora mi canción pide constantemente: "Viejo amor, dame tu paz, quédate en casa" (Old love give me alone, come to my home).

-Señoras y señores, perdónenlo, hasta mañana.

Candi II

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