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 domingo, 18 de septiembre de 2005  
El viaje del lector: hacia el país hermano

Nos fuimos al Uruguay. No porque esté de moda, si no porque él, Milton, es de allá. Más precisamente sanducero, nacido en Paysandú, "la heroica". Para allá arrancamos por el puente Rosario-Victoria un viernes después del mediodía, con un calor espantoso, en el Fiat bordó, aire acondicionado, radio y mate en mano.

Después de casi 4 horas de viaje cruzamos el Puente Internacional y arribamos a Paysandú (al margen: cómo se nota la diferencia entre los baños argentinos mmm.... y los uruguayos, impecables). Al entrar a esa histórica ciudad se pueden ver los antiguos edificios muy bien conservados alternando con carteles de neón, turistas de paso con los lugareños sentados en la vereda tomando mate como acostumbran allá, cada uno con el suyo y el termo bajo el brazo que no dejan ¡ni para andar en moto!

Desempacamos en la casa de los padres de Milton y nos fuimos para el balneario sobre el río Uruguay (río oscuro, tranquilo, pesado), lleno de gente entre la arena y la arboleda que disfrutaban de la puesta del sol.

A la noche fuimos a comer pizza a la pala al Metro. No son redondas sino cuadradas (no hay muzzarela como la de allá), acompañada con un buen tinto Castel Pujol.

A la mañana siguiente partimos hacia Atlántida (entre Montevideo y Piriápolis) a través de esas rutas uruguayas llenas de subidas y bajadas bordeadas de eucaliptus, palmeras y cada tanto un arado a tracción a sangre.

Por fin llegamos. Alquilamos una linda casita y nos fuimos a cenar (sí, mediodía para llegar y mediodía para alquilar), a una parrilla en pleno centro (no hay asados como los de acá) con un desfile incesante de turistas jóvenes y no tanto, murgas, autos, motos, y gente de vacaciones sin apuro y ¡sin celular!

Al día siguiente... nublado, inestable. Paseamos, conocimos, tomamos mate. Esa noche de domingo fuimos a Montevideo a ver los famosos parodistas. Empezó a llover. Todo suspendido. ¡Ni el parque Rodó estaba abierto! Nos comimos unos chivitos al plato y volvimos despacio.

La lluvia y el viento duraron 2 días. Paseamos, fuimos a la Tienda Inglesa (muy british, un placer comprar allí), tomamos mate.

Pero cuando nos levantamos esa mañana y vimos el cielo totalmente despejado, con un tremendo sol y un viento amable, fuimos a la playa inmensa, sinuosa, con un mar increíble casi salado a veces verdoso, escoltado por blancos médanos y abruptos acantilados, clavamos la sombrilla en la arena y vivimos tres días fantásticos, disfrutando en pareja el sol, la tranquilidad, (elegíamos lugares dónde no había casi nadie), caminatas por la orilla, jugar con las olas, la sensualidad de la piel bronceada, el silbido del viento, el rumor del mar y ¡ni una sola nube!

Una noche fuimos al casino a las maquinitas tragamonedas. No tuvimos suerte. Desafortunados en el juego... Partir es ver el mar al atardecer juntar todo e irse. Uno cree que no deja nada, pero algo queda, entre esas paredes prestadas y esas playas que están ahí desde siempre guardando el recuerdo de esos días...

Volvimos contentos, cansados, cada uno a su casa, sus hijos sus ocupaciones. No sin antes volver a pasar por Paysandú, volver a ver a sus padres, su familia, comer la pizza en el Metro y volver para acá, hasta el próximo verano, tal vez...

Mariana Buchin (ganadora de la semana)
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