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 domingo, 18 de septiembre de 2005  
Buenos Aires: bares que son historia

Vilma Lilia Osella

"Es pa' ti. Sólo pa'ti. Nadie más maja que tú pa' componer a Mariana Pineda" dicen que pontificaba Federico García Lorca a Lola Membrives. Se había estrenado "Bodas de Sangre" con un éxito apoteótico. Pero el andaluz quería más y seducía a la eximia actriz sin ambages. ¿El ámbito? El Tortoni, bar al que frecuentaba cruzando la calle, porque se hospedaba en el hotel Excelsior, ahora Castelar. Y consiguió entre palabras y suspiros, que además de "Mariana Pineda", se estrene "La Zapatera Prodigiosa" y que la actriz le ofreciera un homenaje en el teatro Avenida. Seducciones, romances, crímenes, transacciones políticas, charlas con amigos, negocios, lectura, redacción de novelas, poemas, cuentos, notas periodísticas, y hoy hasta cibernética y fútbol se propicia en los bares y confiterías de Buenos Aires.

Del Tortoni, que presume ser el más antiguo, dijo quien fuera durante años presidente de la Academia del Lunfardo, José Gobello: "el turista que llega a Buenos Aires tiene toda la ciudad en el Tortoni: el pasado en las paredes, el presente sentado a las mesas; el futuro en el entusiasmo de la gente que trabaja allí para la cultura".

Es uno de los 50 bares que la Legislatura eligió como "notables", cuando con la ley Nº35, en 1998, la ciudad decidió que se considerará como tal "aquel bar, billar o confitería relacionado con hechos o actividades culturales de significación; aquel cuya antigüedad, diseño arquitectónico o relevancia le otorguen un valor propio".

Por eso Los 36 Billares tiene lo suyo también en Avenida de Mayo: café, medialunas, ginebra y un lustrabotas sentado en un banco bajito que no cesa de cantar, alentado por el ruido de las bolas de billar, una ruidosa costumbre que no se extingue.

Y el London City, refugio de Julio Cortázar, que será siempre sitio de periodistas y políticos que escriben crónicas de actualidad, ensimismados, mientras Florida y Perú se fusionan en la vorágine ciudadana.


San Telmo y Monserrat
En Monserrat está El Querandí donde Jorge Luis Borges terminaba sus paseos con el amigo de turno, después de memorar cúpulas, museos, y las calles que caminaba a diario para no olvidar a Buenos Aires en tiempos en que la amaba. Y "Mitos Argentinos" donde por $12 hay pizza libre con bebida incluida.

"Hoy no se puede hablar de precios, nos inhibe la inflación" afirma Ricardo Montesino, dueño de Bar Sur, con 37 años de permanencia en San Telmo. "Este fue uno de los primeros café concert, que a fines del '60 y comienzos del '70 fundaba la movida de la noche".

Por allí, en la calle Defensa, está el Tangódromo, lugar famoso por las milongas del domingo, con ese clima de show porteño, de los que "sacan viruta al piso". "Olvídese del reuma, la glucosa/ los balances, las pilchas de goruta/ y reparta jaf, jaf su pastacciuta, / de baile y oficina/ no me tosa", recomienda Orlando Mario Punci, honrado poeta lunfardesco. Y el Bar Seddom, donde reina la salsa y el merengue.

En el Parque Lezama, el Británico, sigue siendo patrimonio de Ernesto Sábato, pues desde esas mesas de madera maciza, vecino a señoras gordas que tomaban té, proyectó los poemas que promovieron ese parque a la memoria colectiva.


Corrientes, ahora angosta
La Paz, La Giralda, el Gato Negro, están en Corrientes y son patrimonio cultural, además de notables. La Paz, refugio de artistas e intelectuales progresistas entre los '70 y los '80 , recibe una vez por año a los poetas porteños a recitar en sus puertas. La Giralda, que nace en el 1900, sigue su clásica oferta de café, chocolate caliente y sandwiches.

Pero café de toda clase, variedad y procedencia es el del Gato Negro, que nació como almacén de especias de mano de una familia española, la de Victoriano López Robredo. El gusto por las especias, medicinales, aromáticas, exóticas, lo trajo de su estadía en Singapur, Ceilán y Filipinas. "Luego lo regenteó Angel López Robredo, hijo de don Victoriano. Junto a mis hijas, que ya me ayudan y conforman la cuarta generación de dueños de este bar, pensamos la remodelación", dice Jorge Crespo, su actual dueño, casado con una nieta del fundador.

Pintada por Guaglioni, la vidriera incluye un gato negro que no olvidó la alegría: tiene un moño rojo y un cascabel al cuello. De almacén devino en bar. Conserva los mostradores y los estantes de roble y en antiguos frascos se guardan las preciadas especias que en el sótano pasan por la mágica alquimia de la molienda. Un cuadro con el símbolo de la casa y un reloj de muy buena campanada, presiden el lugar que tiene pisos calcáreos, mesas y sillas Thonet donde se degustan cafés tostados y molidos, y tés aromatizados, de todas las latitudes. Y strudel, cuadraditos de queso, coco, frutas y otras delicadezas.


Retiro y Almagro
"Las mejores medialunas se siguen comiendo en el Florida Garden", dice el humorista Juan Carlos Colombres, Landrú, habitué del lugar que popularizó Jorge de la Vega y su trouppe por los '60 del Di Tella, los hippies, la minifalda y el short pant con maxi tapado. Históricas son sus mesas y la atención personalizada de los mozos que conocen y llaman a los habitué por sus nombres de pila.

Aunque en la misma estación del Ferrocarril Mitre, más precisamente en la estación de trenes Retiro, una confitería rescatada de la historia le pone música y bailarines al encuentro de una de las visitas guiadas gratuitas de la Subsecretaría de Turismo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Bares Notables de San Nicolás.

Fue Irineo Leguizamo a quien el chef de Las Violetas le preparó un postre con su nombre: pionono, dulce de leche, merengue, marrón glacé, crema de almendras, hojaldre, fondán y chocolate son sus explosivos ingredientes.

Pero Carlos Pellegrini, de rigurosa galera y bastón, llegó a esa zona de quintas el 21 de septiembre de 1884 para asistir a la inauguración del bar Las Violetas.

Hoy, Almagro se jacta de haberla restaurado, con sus vitrales y paredes de madera de refinada distinción.

Bares notables. Bares de Buenos Aires. Y son 50. Está La Biela, en Recoleta. Los hay también en Belgrano, Mataderos, Barracas y todo barrio porteño que se precie. Siguen siendo punto de encuentro, y dicen los que saben que nacen mucho antes desde que esta ciudad era barro, niebla y río y los amigos se juntaban alrededor de una ginebra, a contarse sus cuitas y volvían al otro día para no perder la costumbre.
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Como otros cafecitos, el Tortoni es un eterno escenario de seducciones, romances, intrigas y charlas con amigos.

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