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domingo,
18 de
septiembre de
2005 |
La casa de la lucha
La casa de los Ponce está a pocas cuadras de la calle principal de Patagones y también muy cerca del río. Es un chalecito cuidado. Tiene un living, cocina-comedor, tres dormitorios, baño y patio. Después de la masacre en la que murió Federico, cada espacio tomó un nuevo significado. En el living lo que debe haber sido el juego de muebles ahora sirve para sostener los carteles que se usan en las marchas y sobre sus paredes están apoyados rollos de naylon que serán pancartas para la próxima convocatoria: la del aniversario.
Hay fotos de Fede por todos lados, hasta una notita pegada en la campana del hogar que está en el living donde avisa a quien llegue a la casa adónde había ido.
En una habitación que se encuentra pegada al dormitorio de sus hermanos, están las zapatillas que Fede usó el fin de semana anterior cuando ayudó a su padre a limpiar un galpón. Junto a ellas, una pelota de Boca que le había regalado Tomás en esos días. La pieza de Fede sigue igual como el día en que partió rumbo a la escuela.
La mesa del comedor es como la de un cuartel general en plena guerra, allí hay carpetas, recortes, papelitos que sus padres archivan. En la casa hay una nueva atracción, una zorrina que Tomás y su hijo Gonzalo encontraron por octubre pasado cuando realizaba un viaje por la zona. "Se llama Zor-rina", explica Tomás entre risas jugando con que el negro y blanco del animalito se asemeja al de una monja.
Mientras, Marisa revisa papeles y acerca un texto que será el que propondrá para convocar la próxima marcha: "Mañana, tal vez, tenga que sentarme frente a mis hijos y decirles que fuimos derrotados, que no supimos cómo hacer para ganar. Pero no podría mirarlos y decirles que hoy ellos viven así porque yo no me animé a luchar".
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Fotos
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Los regalos. El recuerdo de Federico invade la casa de los Ponce.
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