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domingo,
18 de
septiembre de
2005 |
Reflexiones
Todo a favor: ¿algunos argentinos también?
Carlos Duclós
Decía Maquiavelo que "es un defecto corriente en los hombres no hacer caso de la tempestad mientras dura la bonanza". Y en este marco, aún cuando en la Argentina no se pueda decir que hay bonanza, sino un repunte de ciertos sectores económicos y una excelente propaganda de los logros, aunque estos no sean para todos, no puede negarse tampoco, así sin más, que sopla cierta brisa favorable. Una brisa que refresca a algunos sectores y especialmente al gobierno que, como nunca en muchos años, encuentra dinero en sus arcas para hacer frente a sus obligaciones.
Pero este repunte cesará si la confiabilidad y credibilidad no retorna a ser patrimonio de los dirigentes políticos nacionales. Y son muy pocos, en rigor de verdad, quienes pueden ostentar este tesoro. Uno de ellos, entre otros y dicho sea de paso, Carlos Reutemann, quien acaba de vivir una experiencia impensada: El presidente de la primer potencia del mundo, George Bush, relegando a un segundo plano al propio Kirchner, fue a saludar primero al senador nacional y le adelantó que estará presente en nuestro país para la Cumbre de las Américas. Todo un mensaje para los miembros del gabinete nacional quienes invirtieron gran parte de su tiempo en coqueteos con Chávez y Putín en el reciente viaje a las Naciones Unidas. Quedó así refrendado el reconocimiento que tiene Reutemann -especialmente en Europa-, y para un país como Argentina el hecho de hay líderes confiables para el resto del mundo no es poca cosa.
La situación mundial, los sucesos que son por todos conocidos de los últimos años y que afligen a buena parte de la humanidad, vienen a significar, además y paradójicamente, una ventaja para nuestro país. No sólo la devaluación, por ejemplo, benefició al campo, sino las sequías que se produjeron en diversas partes del planeta. Y tal parece que se cumple así en el universo el principio metafísico sustentado por algunos de que para que otro ría es menester que otro llore, principio, desde luego, que no compartimos, pero que al menos nos deja pensando en que durante la Segunda Guerra Mundial también Argentina se benefició, sin quererlo por supuesto, a partir de tanta sangre derramada.
Hace pocas horas un economista y ex funcionario del Fondo Monetario Internacional dijo también que la devastación provocada por el huracán Katrina en Estados Unidos beneficiará a Argentina y como ejemplo señaló que desde allí se importará seguramente mucha madera de eucalipto, entre otras materias primas, para la reconstrucción de la zona afectada. Es decir, no sólo una medida devaluatoria, sino la propia naturaleza parece estar de parte del país que atrevesó y sigue atravesando una crisis muy aguda. La duda, sin embargo, es saber si los líderes argentinos en general saben y sabrán aprovechar la situación -no deseada para aquellos que deben padecer desastres naturales- y sacan despojados de egoísmos a toda la sociedad de esta encrucijada tremenda o si, por el contrario, harán como los príncipes italianos a los que aludía el florentino y se dormirán en los laureles o haciendo, como históricamente hicieron, burda política con el mero propósito de perpetuarse en el poder.
Hasta ahora, y han pasado algunos años desde que se produjo la famosa devaluación que impulsó el crecimiento económico, no se puede decir que todos en el país se han visto beneficiado por el crecimiento. Se habla mucho del desarrollo económico, pero las estadísticas plasmadas en el papel y en las pantallas de las computadoras por los organismos especializados ¿en la realidad cotidiana a quiénes benefician?
Se habla mucho, por ejemplo, de la recuperación de fuentes de trabajo y el crecimiento del empleo. Esto es cierto, pero no deja de ser cierto, también, que en tales índices se cuentan a los anotados en los planes Trabajar -muchos de los cuales no trabajan sino para el puntero del barrio en las campañas- a los subempleados, es decir a los que tienen trabajo temporario y a los empleados que han sido empleados pero con pagas que son vergonzantes.
Se habla mucho, además, de que el riego país ha mermado y que los inversores financieros ven con buenos ojos ahora a los bonos argentinos. Pero según dicen abogados especialistas en cuestiones tributarias que asesoran a grandes grupos de empresas, incluso extranjeras, a nadie se le ocurre invertir en fábricas aquí, pues sigue siendo este un país impredecible, poco fiable, en donde los dirigentes siguen peleándose impune y públicamente por el poder ¿Acaso no es cierto?
Ni siquiera, como lo han reconocido los propios gobernantes y como lo sabe la propia ciudadanía, las mismas empresas extranjeras que se asentaron en el país hace unos años invierten. El ejemplo más claro son, sólo para mencionar a algunas, las encargadas de suministrar el servicio de agua (que al fin parece que se van) y las empresas de telefonía a las que lo único que les importa es vender cada día más líneas aunque no se hayan encargado de invertir en tecnología y antenas para que el servicio sea eficiente. Las descargas, cortes y diversas complicaciones en las comunicaciones no dejan lugar a dudas. Si las propias empresas foráneas que aún quedan aquí no están dispuestas a invertir ¿Se puede creer que vengan otras a hacerlo? Lo más sensato es pensar que en los estudios que se realizan internacionalmente aparezca que no es buen negocio, ni mucho menos, invertir en argentina.
La verdad es que, más allá de la inescrupulosidad de algunos capitales extranjeros que han venido como aquellos descubridores de antaño a llevarse el oro y la plata y a denigrar a los nativos, no es posible dejar de tener un acto de sinceridad y decir que aquí hubo cipayos que por mezquindad, por querer salvarse ellos y sus amigos, dejaron a un pueblo hambriento. Es decir, los inversores extranjeros no vieron, con toda seguridad, a dirigentes serios, responsables, decididos a defender los intereses de la Nación en su conjunto. Y si el dueño de casa no defiende a su familia ¿Puede pedírsele la responsablidad de la tarea a un lejano vecino y negociante?
Aun cuando pueda decirse que este cipayismo comienza a atenuarse (es posible, quien sabe) la inversión genuina y seria que hace crecer a las comunidades parece lejana, porque está más viva que nunca la desesperación por el poder y en aras de ese poder hasta las acciones más asombrosas se llevan a cabo. Por ejemplo: se asombrará el lector si alguien le cuenta que a una abnegada mujer, que fue a pedir cinco colchones para un geriátrico a una secretaría de Estado de ayuda a la comunidad le respondieron sin más: "No se lo podemos dar porque usted no trabaja políticamente para...". Si esto ocurre con cinco colchones para unos ancianos que no tienen donde dormir ¿Qué no sucederá cuando se habla de otras y grandes cosas? Las peleas, aun entre dirigentes del propio partido gobernante, están a la orden del día aunque a veces (sólo a veces) no trascienden a la comunidad. Claro que estas diferencias son bien conocidas por los operadores económicos nacionales e internacionales .
De todos modos, los dirigentes argentinos, especialmente los llamados peronistas que son los que gobiernan, aun tienen la maravillosa oportunidad de mostrar un cambio que debe ser primero propio y de orden cultural. Los que leen "El Príncipe" deberán tener en cuenta también esa parte que dice: "Las únicas defensas buenas, seguras y duraderas son las que dependen de ti mismo y de tu virtud". La economía, el clima y otras circunstancias en el mundo ayudan a la Argentina, ojalá que algunos argentinos no atenten contra ella.
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