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domingo,
18 de
septiembre de
2005 |
Tema del domingo
Una historia a los tumbos, la Argentina y el país Maradona
Un pensador argentino definió alguna vez al país diciendo que era como un bebé gordo y drogadicto. Se basaba en nuestra permanente condición infantil, en ese no madurar nunca; en la enormidad del territorio y la generosidad natural y en esa tendencia a vivir en paraísos artificiales que tarde o temprano terminan en el infierno.
Esta caracterización le cabía como anillo al dedo a Diego Armando Maradona, quien desde su grandeza deportiva, sustentada en un talento innato imposible de abarcar en su genialidad, vivió tirando su existencia por la borda, saturado de drogas y de mentiras. El ídolo construyó un personaje que podía hablar de todo y lo hacía, que podía hacer piruetas con sus relaciones y pasar de besar el anillo papal a hablar pestes del Vaticano, a la defensa cerrada de Menem o Guillermo Coppola al denuesto, sin nunca perder la compostura o ponerse colorado.
Maradona es el símbolo máximo de la Argentina en el mundo y es, sin dudas, el argentino más reconocido en el planeta. De allí que el proceso que está viviendo con su programa televisivo genere tantas expectativas y valga la pena desmenuzarlo en sus significaciones profundas. En primer lugar Maradona siempre fue el objeto de admiración, ocupó el centro de atención por ser una estrella del fútbol y su espacio era el del entrevistado, el criticado, el analizado. Con su programa televisivo ese espacio simbólico se ha invertido porque ahora él es el entrevistador, aunque su presencia es tan fuerte que hasta ahora cada emisión ha sido una batalla para mostrar algo en medio de una casi ridícula exaltación de su figura.
Esta nueva posición le ha dado un elemento que Maradona había perdido y que siempre estuvo en segundo lugar de su talento: el trabajo. Para estar en este espacio nuevo de conductor televisivo ha debido, en función de su nulo talento artístico, estudiar y prepararse. Lo bueno es que no le sale tan bien, con lo cual ha debido asumir rasgos de una humildad que no le es propia, pero que se le impone, porque no es tonto.
Este último es un elemento interesante para la cultura argentina, acostumbrada a esconderse detrás del talento de los Borges y los Piazzolla y enarbolar con exitismo esos íconos individuales como justificación del fracaso colectivo. Pues es muy bueno a la facilidad natural para hacer las cosas agregarle el trabajo y la humildad de la que solemos carecer como nación.
A partir de esta visión es interesante seguir la recuperación de Maradona, pues ese hombre incontrolable, dañino para su entorno familiar, drogadicto, gordo, desaprovechado, desordenado, en síntesis, fracasado a pesar de haber tenido el máximo talento para jugar a su juego, hoy ha mutado en una persona todavía joven que ha enflaquecido, se ha desintoxicado, intenta reconstruir su familia, ha vuelto a vivir en la casa de sus padres y no se basa sólo en su capacidad natural sino que ensalza el valor del trabajo y el esfuerzo. Y asume sus culpas.
Hay claves que no se pueden obviar. La bondad de su familia, encabezada por sus hermanas, personajes fundamentales en esta trama, su ex mujer Claudia y sus hijas, a las que él adora, han cumplido un papel básico pero que no habría dado resultados si el propio Maradona no hubiera puesto lo suyo. Ya son muchos los que dudan de la recuperación del ídolo y están esperando su caída, incluso cuando se le va la lengua no dudan en decir: “ese es el verdadero Maradona”.
Esta actitud tiene mucho que ver con la desconfianza argentina, pues cuando existe una posibilidad de encarrilar el país suele preferirse, ante la duda, apostar por lo negativo. Lo de Maradona, entonces, puede ser un ejemplo. Si le va bien y su recuperación es sustentable y se proyecta en el tiempo la lección será muy buena, sobre todo teniendo en cuenta que su peso simbólico es tan grande dentro de la Argentina. Quedará en evidencia que la falta de trabajo, el buscar atajos mediante estimulaciones artificiales como las drogas, traicionar siempre la buena fe y los sentimientos de los seres queridos no lleva a nada bueno y que el generar ámbitos de inclusión, de trabajo, el abandonar los caminos fáciles, el construir sobre la base del esfuerzo y sin especular con la improvisación que permite el talento dan buenos resultados.
Si el símbolo individual se pudiera transformar en un proyecto de regeneración nacional sería un paso esencial para dejar de ser un proyecto que nunca se concreta.
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