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 domingo, 18 de septiembre de 2005  
Educación
Escuela e inteligencia emocional

La expresión "inteligencia emocional" fue acuñada por Peter Salovey y John Mayer en 1990. Sin embargo, fue a partir de la publicación del libro del psicólogo Daniel Goleman, en 1995 "La inteligencia emocional" que el concepto comenzó a recibir más atención.

Se la define como la aplicación inteligente de las emociones, determina cómo nos manejamos con nosotros mismos y con los demás. Se trata de un conjunto de destrezas, actitudes, habilidades y competencias que inciden en nuestra conducta, en nuestras reacciones; es la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los de los demás, de motivarnos y de manejar adecuadamente las relaciones.

Generalmente se habla de la inteligencia como la capacidad heredada genéticamente. A menudo, suele asociarse a personas brillantes con aquellas de una gran inteligencia académica. Sin embargo esta última no ofrece prácticamente ninguna preparación para las dificultades u oportunidades que acarrea la vida. La vida emocional es un ámbito que, al igual que la matemática y la lengua, por ejemplo, requiere manejarse con destreza y un singular conjunto de habilidades.

Según Albert Mehrabian, la inteligencia emocional incluye la habilidad para percibir adecuadamente las emociones, propias y ajenas, responder de manera adecuada, relacionando la expresión honesta de las emociones con la cortesía, considerar y respetar a los demás, seleccionar tareas que sean emocionalmente compensatorias, balanceando el trabajo, el hogar y la vida de ocio, entre otros.


Dos ámbitos posibles
Si bien la escuela, en general, tiene tendencias reproductivistas, esto es, repetir contenidos y metodologías año tras año, muchas veces descontextualizados, hay formas de ayudar, al menos desde cada lugar, por pequeño que fuere, para el desarrollo de la inteligencia emocional.Como la percepción de las necesidades, las motivaciones e intereses de los alumnos, ayudarlos a que establezcan objetivos personales, facilitar a los procesos de toma de decisiones y responsabilidad personal, orientación personal, establecimiento de un clima emocional positivo, ofreciendo apoyo personal y social para aumentar la autoconfianza.

Para ello el docente deberá conocer y reconocer las emociones de los alumnos, ayudar a gestionar la emocionalidad, prevenir conductas de riesgo, desarrollar la resiliencia, adoptar una actitud positiva ante la vida, prevenir conflictos interpersonales y mejorar la calidad de vida escolar.

Para conseguir esto quizás hace falta la figura de un nuevo docente o tutor, con un perfil distinto al que estamos acostumbrados a ver comúnmente, que aborde el proceso de manera eficaz para sí y para sus alumnos. Deberá convertirse en modelo de equilibrio de afrontamiento emocional, de habilidades empáticas y de resolución serena, reflexiva y justa de los conflictos interpersonales como fuente de aprendizaje para sus alumnos.

Sin embargo, el desarrollo de la inteligencia emocional no es sólo una tarea de la escuela, sino que depende, también, del ámbito familiar en el que se encuentran los niños.

Los padres pueden ayudar a identificar debilidades y conflictos internos, reconocer y controlar las propias emociones y sentimientos, desarrollar la tolerancia a las frustraciones diarias, promover el cambio y la transformación personal, generar o aumentar capacidades y competencias alentando a sus hijos en lo que les gusta; encontrar formas de enfrentar temores, ansiedad, ira, tristeza, soledad, culpa, vergüenza y ayudarlos a crecer aprendiendo a enfrentar las crisis.

El aprendizaje no es algo lineal, impuesto de arriba hacia abajo, rígido. Partir de la idea de inteligencia como la disponibilidad afectiva al aprendizaje, podrá cambiar la mirada para nuevas consideraciones.

Familia y escuela podrán confluir a formar en los niños confianza en sí mismos, curiosidad por descubrir y fomentar la sensación de sentirse capaces de hacer, de comunicar lo que piensan y sienten.

Hay formas de ser en el hogar y en la institución escolar que los niños irán incorporando, especialmente en los primeros años de vida. Padres y docentes, principales responsables de esta etapa, no deben dejar pasar esta oportunidad.

Carina Cabo de Donnet

Pedagoga

www.carinacabo.com.ar
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