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domingo,
18 de
septiembre de
2005 |
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Pudor
Jorge Besso
La bolsa de valores viene en caída libre desde por lo menos las dos últimas décadas del siglo pasado, y a diferencia de la otra bolsa, la de los valores del capitalismo, la de los ideales no tiene altibajos, sólo bajos. Por su parte el pudor nunca tuvo demasiada cotización, ni tampoco fue un valor en alza, o acaso de moda. En todo caso formaba parte de los usos y costumbres, con bastante más uso que en estos tiempos, y sin embargo nunca alcanzó el estatus de un ideal con chapa y del cual, por ejemplo, se hablaba con cierta profusión en los ambientes en los que se reflexionaba.
El pudor y su pariente próximo el recato, formaban parte de la vida cotidiana constituyendo un exigible en la mujer en épocas de mayor desigualdad entre los sexos. Sobre todo en tiempos en los que se creía que los sexos eran dos y nada más, a la vez opuestos y complementarios, es decir "la naturaleza" recubriendo de una punta a la otra la naturaleza humana. En definitiva eran tiempos de los cuales se podría decir que en apariencia "la casa estaba en orden", según resonó la frase de Alfonsín (aquella desdichada metáfora). Más que nada por la implicancia de gobernar un país como se manda en una casa, amén de que si ya es difícil que una casa esté totalmente en orden, en el caso de un país es más bien imposible.
En estos tiempos el pudor no trama los lenguajes, mucho menos en los medios donde no se escatiman producciones destinadas a producir nada. Como podría ser el caso del último invento argentino, o acaso habría que decir porteño, que en la cita de los lunes por la noche presenta el Maradona Show, el Bo Derek nacional configurando un despliegue máximo de recursos con un resultado mínimo: mucho dulce de leche afectivo hacia el ídolo y del ídolo a los invitados ídolos en una danza redundante donde no podía estar ausente la tan transitada familia Maradona.
Y por si algo faltaba, un rumor delicioso emerge desde los alrededores de Adrián Suar que dice que en el último capítulo se produciría la reconciliación de Claudia y Diego. Maravilloso. Una trayectoria de amor que en tal caso iría desde el Luna Park al estudio de la televisión, y que dejaría al balcón de Romeo y Julieta reducido a la insignificancia.
Con toda probabilidad se produciría una explosión del rating, de forma que Diego terminaría de poner las cosas en orden: la Maradona adicción en lugar de la adicción de Maradona que en su momento resultó la adicción más publicitada del planeta, es decir un síntoma con un nivel de pudor 0. El pudor es como el rubor o el sonrojo, algo que se desliza en el límite entre lo interior y lo exterior, una zona del humano muy especial, una frontera esencial entre lo de adentro y lo de afuera que permite resguardar tanto lo de adentro como a los de afuera.
El pudor es el que evita que mucha gente se acerque todo lo que pueda para poner sus ojos en los accidentados en ese extraño regocijo en el dolor ajeno. La inhibición pudorosa no sólo evita a los dolidos el impudor de los espiones, sino que a la vez no deja salpicada de sangre el alma del voyeurista, luego del regocijo inicial. El trabajo que realiza el pudor en esa zona de frontera representa una doble protección:
u Constituye y preserva un interior del exterior. Es decir lo que se conoce como intimidad.
u Preserva al exterior, que es de todos, del interior de cada uno. Lo protege de los monstruos que nos habitan.
El pudor está ausente en los extremos de las locuras humanas. En los extremos de la perversión y en las certezas más extremas. De por sí las certezas son extremas, pero algunas extreman más todavía ese fluir imparable de la psiquis en el que alguien queda atrapado, y que en muchas ocasiones le hace padecer al otro los fantasmas que lo habitan. Es el caso de los celos. Los celos, aun cuando se apoyen en algún elemento de la realidad, no dejan de tener una estructura delirante, al punto que el celoso/a pierde todo pudor y por lo tanto toda compostura.
Arrastrado en el fluir de su psiquis donde pasa de una certeza a otra, las cosas se encadenan en una dirección de forma que la realidad, que siempre es inabarcable, adquiere un sentido único. Cuando el sentido es único es porque absorbe a los demás, es decir los múltiples sentidos que nos rodean quedan desvanecidos en la olla interior de los celos donde se cocinan las pasiones más extremas. El celoso/a es un torturado/a que tortura, que no escatima medios que están subordinados a un solo fin: espiar al otro. Por lo mucho de morbo que siempre flota en los celos.
Antes se contrataban detectives, ahora existen variadas formas y trucos destinados a violar los mensajes emitidos o recibidos por el otro. En otro terreno, nada como la pornografía para ver la falta de pudor con lo que la sexualidad pornográfica logra un milagro que no deja de ser curioso: su falta o su escaso erotismo en medio de tanto despliegue de órganos, movimientos ampulosos y sonidos ensayados configurando una película más bien aburrida. Por el contrario, el pudor es una condición del erotismo en tanto y en cuanto hace posible un guión atrapante en el acercamiento y en la penetración entre cuerpos y almas.
En suma, el pudor lo tienen o lo pierden tanto las sociedades como los individuos, y los ejemplos abundan en distintos rincones o centros del planeta. Entre nosotros el menemismo fue una época especialmente impudorosa. De una estética fiestera de pizza y champán que nos hizo creer, no que estábamos en el primer mundo, sino que el primer mundo existía. Más allá de la diversidad, el mundo es uno solo: el que no distribuye la riqueza para lo cual no existió, ni existe el más mínimo pudor.
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