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 domingo, 18 de septiembre de 2005  
El cazador oculto: "Nostalgias del ensueño de Londres"

Ricardo Luque / La Capital

La vi parada ahí. Sí, igual que el hit de los Beatles. ¿Se acuerdan? Claro que sí, cómo olvidar aquellos días de twist y gritos. La agitación contagiosa de Carnaby St., los paseos en Fusca por Abbey Road, las tardes perdidas en Camdem Town, tomando cerveza y mirando las aguas del canal que bajan mansamente desde Little Venice. Londres. La ciudad de los sueños. Algo de esa magia se respira en O'Connell. Más esa oscura noche de invierno que, vaya a saber por qué curioso avatar del destino, en los altos del pub irlandés se inauguró el Club del Whisky. Entre los primeros en llegar estuvo Carlos Jaskelioff, que a tono con la ocasión lució un saco de cuero negro "very british". El problema era la camisa, que al volante un micro de la línea 60 le hubiera sentado de perlas, pero en una velada paqueta desentonaba. Tras sus pasos apareció César Moreno, que con la nariz enrojecida por el frío lucía como Piñón Fijo en una película de Wes Craven. Pese a los ruegos de sus fans, la pareja se negó a reeditar el número cómico "Los ositos cariñosos" que estrenaron durante su "viaje de negocios" a Neuquén. Ni los mohínes de Paola Brussa, inquietante con su look de ama de casa glam de "Desperate Housewives", ni los ríos de scotch en los que se fueron hundiendo con el correr de las horas los persuadieron de volver a ponerse los pijamas con los que hicieron furor en el sur patagónico. La insistencia del público despertó la curiosidad de la pequeña Melisa Rizzo, que enfundada con un ajustadísimo catsuit negro lucía más peligrosa que la Gatúbela de Michelle Pfeiffer. Prudente, no abrió la boca, pero su mirada clara pedía a gritos que le contaran de qué se trataba. Daniel "Sting" Perea, que al tercer Manhattan estaba para tirarse del puente, se ofreció a explicarle, pero se resbaló con las vocales y se dio de bruces contra un amable "no, gracias". Con la crueldad de un villano de una película de Disney Channel, Carlitos González, que había llegado al bar siguiendo el aroma de los blends importados, festejó la derrota más que los hinchas de Newell's. Fue entonces, cuando la vi parada ahí. Junto a la barra. Con la elegancia de una starlet de Hollywood y una copa en la mano. Era ella, Nora Nicotera, que había desaparecido de los lugares que solía frecuentar y que, si un buen samaritano no le daba una mano, iba a volver a desaparecer. En un mar de alcohol.
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