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sábado,
17 de
septiembre de
2005 |
Entrevista
Cautivante osadía
Benedetta Tagliabue pasó por Rosario, brindó conferencias magistrales, realizó
un trabajo social en Las Flores y contó cómo asumió el legado de Enric Miralles
Aníbal Fucaraccio / Arquitecto
Su espíritu inquieto le otorgó una amplitud poco habitual. En su paso por Rosario, Benedetta Tagliabue brindó una conferencia magistral en el Parque España para un auditorio calificado y a las pocas horas visitó Las Flores para participar de un proyecto benéfico para el barrio. Todo con la misma generosidad que emana de su inagotable caudal disciplinario. Es evidente que esta arquitecta italiana, que fue esposa y socia de Enric Miralles, siente en la actualidad una profunda inclinación hacia el aspecto social. Al menos, eso es lo que reclama su etapa profesional y ella responde con un gran compromiso.
A pesar de comandar uno de los estudios más importantes a nivel internacional, sigue reparando en situaciones marginales. Eso no es habitual y dignifica el polifacético perfil de una profesional cautivante, que parece no responder a límites ni fronteras. Así, con extrema facilidad, puede vincular su trabajo en el Parlamento de Escocia, con la escuela de Nepal o con las necesidades emergentes de un barrio como Las Flores.
Al momento de repasar su visita a Rosario, Benedetta dijo que las charlas que brindó recientemente junto a Félix Arranz, Patxi Mangado y Ramón Sanabria en el Parque España, la hicieron sentir como en un grupo de teatro. "Es que pareció que íbamos de ciudad en ciudad haciendo un espectáculo. Era como una función larga ya que los cuatro queríamos explicar al máximo nuestros trabajos. Pero en las charlas que dimos en Rosario ya nos encontramos más sueltos y realmente nos emocionó la cantidad de público que asistió. Fue un contacto muy personal", señaló Benedetta.
-¿Notás la avidez que existe en Rosario por las obras de tu estudio?
-Hay un amor fantástico. Ya cuando Enric (Miralles) venía a esta ciudad siempre me lo contaba. Hablaba de Rosario como un lugar muy divertido, donde lo trataban muy bien, mucha gente se interesaba y se mostraban muy atentos con él.
-¿Qué pudiste ver de Rosario?
-He visto muchas obras de los últimos años, de 1996 en adelante. Hay una arquitectura donde se nota muchísima atención. Aunque sean obras pequeñas, una casa o un bar, se observan una serie de detalles, de atención y de amor por el acto arquitectónico, que se puede llegar a pensar que Enric influyó para que este renacimiento pudiera empezar.
-¿Qué rol cumple el juego a la hora de proyectar?
-En el estudio todavía estamos como jugando, sobre todo cuando armamos las maquetas. Enric era una persona particularmente simpática y genial. Además jugaba siempre a despistarte. Cuando ibas de una manera de pensar demasiado única, él siempre era capaz de hacer ver la realidad de otra forma. De eso no sé cuánto queda. Seguramente se ha transformado debido a las diferentes personalidades que tenemos cada uno de nosotros pero intentamos mantener ese espíritu lúdico.
-¿Hacia qué lugar va la arquitectura actual?
-Es difícil precisarlo. En la última bienal se escucharon críticas que decían que hemos perdido nuestro papel social como arquitectos y que parecemos formalistas y superficiales debido a la capacidad y la facilidad que brindan las computadoras. Yo también salí espantada de esa bienal porque había muchas obras que se parecían mucho desde el punto de vista de la forma, y eso me pareció aberrante. Pero eso no significa que sea nuestro futuro, al revés. Lo que viene en adelante es ser más conscientes del mundo.
—¿Por dónde debe pasar hoy el compromiso profesional?
—Repito siempre una frase que utilizaba Enric: “como mínimo debemos dejar el lugar mejor de lo que lo hemos encontrado”. Eso es fundamental.
—¿Te pesa la relación permanente con la figura de Miralles?
—Es que yo he aprendido muchísimo de la arquitectura de Enric. El fue la persona que me despertó profesionalmente y creo que hizo lo mismo con mucha gente. Vivir con él fue algo increíble, era como estar con un mago que siempre te daba la posibilidad de creer que las cosas se transformaban en arquitectura.
—¿Te enamoraste antes de Miralles o de su obra?
—En realidad, él era su obra. Pero seguramente me enamoré primero de su espíritu porque era muy especial. Era un loco total.
—¿Cómo fue el momento de plantear la continuidad del estudio sin Enric?
—Es que hay una riqueza tan grande de todo lo que intentó hacer y no pudo, que se puede trabajar durante décadas con lo que dejó. Tratamos de ir en el camino que trazó, investigándolo. No se trata de imitar sino de ir adelante en la misma dirección.
—¿Fue complicado tomar la decisión?
—La muerte de Enric fue algo inesperado. Era como estar volando altísimo y en un determinado momento desaparece el avión. Entonces mi actitud fue intentar ir adelante pero con continuidad. Fue muy importante no cerrar el estudio, hacer un archivo de Miralles y catalogar los dibujos. Me pareció que la mejor manera de homenajearlo era dejar vivo todo ese material y seguir trabajando. Algún día seré capaz de abrir una Fundación Enric Miralles, pero todavía no me es posible porque siento el deseo de dejarlo todo vivo.
—Ahora como líder del estudio: ¿cuál es el desafío?
—Quizás sea seguir divirtiéndonos mientras trabajamos. No me gusta eso de ser los verdaderos herederos porque creo que los herederos son los que entienden mejor a alguien. Y a veces, los mejores intérpretes no son las personas que están al lado. Nuestra ambición es continuar con una arquitectura que nos divierte y que mantiene la premisa de dejar el lugar mejor de lo que lo encontramos. Y eso no es nada fácil.
CONCIENCIA PARA EDUCAR Y AYUDAR Cuando las autoridades de la Facultad de Arquitectura de la UNR le propusieron la realización de un proyecto con los estudiantes, Benedetta respondió que quería hacer algo “con un fin social”. Fue así como surgió el trabajo en el barrio Las Flores, una zona muy necesitada que ha sufrido el flagelo de la exclusión. “Lo que estamos haciendo es una especie de atelier”, contó Tagliabue, quien presentó el ejercicio junto al entrerriano Gustavo Barba, que colabora con ella en Barcelona desde hace tiempo.
“Me gustó mucho el tema de trabajar en un barrio difícil, donde existe una problemática complicada y tratar de pensar alguna resolución. Lo mejor fue que gracias a la facultad, a los asistentes sociales y a la Municipalidad, pudimos entrar. Entonces, pudimos verificar con nuestros propios ojos que es un lugar muy cerrado. Por eso vamos a trabajar fuertemente con los estudiantes sobre las conexiones que necesita con el resto de la ciudad para romper el verdadero problema de ese barrio que es que está aislado. Parece una especie de tribu que vive como si el resto del mundo alrededor no existiera”.
—¿Cuáles serán los siguientes pasos para reurbanizar la zona?
—No creo que se pueda hacer nada radical. Primero debíamos observar la situación para luego proponer algo. Entrar, pasear y empezar a conocer el barrio con un grupo de 60 personas fue fundamental. Allí te das cuenta de muchísimas cosas, por ejemplo, de cómo se divierten los chicos en las calles. Estoy segura que esos niños se notan más libres que los míos, porque utilizan su ciudad y su ambiente de una manera más natural.
—¿Qué otras cosas pudieron constatar?
—También hay distinciones sociales muy fuertes dentro mismo del barrio. No es un lugar homogéneo. Es una zona que cuenta con las mismas relaciones complejas de la ciudad pero en un micro mundo. No sé si podremos brindar una solución a todo eso pero queremos documentarlo para abrir más los ojos.
—¿Cuál es tu actitud al momento de observar un lugar como Las Flores?
—Trato de no reparar en lo más evidente. Todo lo que hay alrededor a veces es más importante. Vas captando una serie de signos o de huellas que explican las cosas más profundas. No miraba sólo cómo estaban construidas las casas sino cómo vive la gente o cómo eran sus ojos. Y me encontré con ojos que no parecían nublados o desesperados, sino que denotaban inteligencia. Eso brinda la posibilidad de actuar con más facilidad.
—¿Qué más te llamó la atención?
—Que no es un lugar de los más desesperados. Tiene algunos aspectos positivos. Es un barrio creado artificialmente, con leyes urbanísticas que como mínimo le permiten tener grandes espacios y calles amplias. Teniendo en cuenta eso, se hace más fácil trabajar.
—¿Por qué decidiste volcarte a lo social?
—Oriol Bohigas, uno de los referentes más importantes de Barcelona, nos recuerda siempre que la mitad del mundo vive en condiciones de pobreza y nosotros como profesionales debemos tener esa conciencia. Los arquitectos tenemos que ayudar en la organización de un pensamiento mejor para la sociedad, no debemos ser frívolos. Yo no sé si conseguiremos hacer algo importante para ese barrio pero es importante empezar a pensarlo.
—¿El trabajo con la Fundación de Escuelas de Niños de Nepal te ayudó para tener esta concepción?
—Es que la mayoría de los encargos que llegan al estudio piden edificios simbólicos o representativos, o algo especial en la ciudad. Sin embargo, este tipo de proyectos también son algo simbólico, pero para una situación social muy diferente. No hay que perder de vista que la arquitectura tiene que educar, pero además se tiene que adaptar a las circunstancias que rodean a cada emprendimiento.
—¿Qué te significó el trabajo en Katmandú?
—El mensaje que le quisimos transmitir a los niños de Nepal es que pueden tener una educación de calidad, que se merecen aprender a pensar. Hay que recordar que es un lugar donde la mayoría no tiene acceso al conocimiento y existen castas sociales muy diferentes con una base que es prácticamente esclava. Todo eso debido a una falsa imposición religiosa. Entonces, el edificio también tenía que transmitir ese reclamo.
—¿Cuál es el mensaje que intentaron proponer con el Parlamento de Escocia?
—Es un edificio institucional muy importante, el segundo más visitado en ese país y entonces le adjudicaron un presupuesto muy alto. Pero lo que intentamos transmitir es que un edificio institucional también puede ser familiar. Entonces a las personas que se acercan, sin necesidad de que esté escrito en las paredes, ese mensaje les llega igual porque es un lugar que se ofrece al público.
—¿Por qué creés que esa obra recibió tantas críticas?
—Es que fue un edificio muy caro y nos decían que era una arquitectura sólo de espectáculo. Pero es algo sobre lo que reflexionamos. Yo creo que es un edificio importante que ha producido una transformación de la ciudad, que sirve para comunicar algo a la gente. Además, este símbolo de tener un Parlamento para los escoceses es muy significativo. Y a la gente le interesó todo el proceso constructivo desde el principio porque representaba su independencia y eso es algo que han perseguido por centenares de años.
Así, entre construcciones de mensajes, interpretaciones del legado y nuevas concepciones del rol social de la profesión, pasó Benedetta por la ciudad. Probablemente cerrando un ciclo que inició Miralles a principios de los ‘90 en el Patio de la Madera con “La construcción del pensamiento”. Las vueltas de la vida dispusieron que su socia y esposa, su mágica heredera, nos refresque con su cautivante osadía la impulsiva arquitectura de aquel genial español al que Rosario le rendirá eterna pleitesía.
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"Miralles hablaba de Rosario como un lugar muy divertido".
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