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miércoles,
14 de
septiembre de
2005 |
Opinión
Exigir, un derecho de todos
Lamentablemente no está internalizado en el imaginario de la población el criterio de exigir calidad en salud. En realidad, se interpreta la palabra calidad como lo más caro o quizá, lo más moderno.
Tampoco la calidad, definida por uno mismo, es suficiente para dar credibilidad a lo que se hace. Es por eso que en el mundo se exige que las entidades de salud, al igual que las de otros rubros, tengan una certificación sobre el sistema de calidad que aplican para realizar sus tareas. En Estados Unidos la más difundida es JCCH (Comisión de Control de la Calidad en Salud); en Europa las normas ISO. Si bien ninguna es exclusiva, son las más conocidas.
Esas normas establecen una forma sistémica y rutinaria de trabajo que, luego, a las instituciones que así lo solicitan, organismos de normatización (como IRAM) revisan y auditan y finalmente extienden un certificado de carácter internacional. Ese certificado comprueba que esa empresa trabaja bajo las condiciones de calidad exigidas.
Año a año la empresa o institución debe demostrar frente a estos organismos la continuidad en su cumplimiento.
Estas condiciones ayudan a ordenar, trabajar y controlar la calidad de las prácticas asegurando los resultados. Hoy, así como estamos aprendiendo a usar sistemáticamente el cinturón de seguridad, deberíamos aprender a exigir estos aseguramientos para los distintos campos de la salud.
Por Rubén Rozín,
bioquímico
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