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domingo,
10 de
julio de
2005 |
Historias de la Chicago Argentina
Las pensionistas del café Royal
Fue uno de los prostíbulos más importantes de Pichincha, aunque su origen es
todavía desconocido. En 1930 fue escenario de una insólita huelga de prostitutas
María Luisa Múgica
En la historia de los prostíbulos de Pichincha, los nombres del Madame Safo y del Petit Trianon, con las numerosas leyendas que evocan, han terminado por dificultar la visión del conjunto. Entre las casas de tolerancia que no gozan de tanta fama, pero que tienen una historia que también debe ser contada, se encuentra el café Royal.
En 1918 Elena Ribak y Elena Smith, domiciliadas en Suipacha 142/150, solicitaron permiso a la Municipalidad de Rosario para ampliar el café Royal anexando el vecino Montecarlo con el fin de establecer una Casa de Pensión para mujeres dedicadas al ejercicio de la prostitución legalizada llamada Royal o Café Royal. Una propuesta similar aunque más lujosa había sido presentada anteriormente por la regenta Elena Zelzer, del Moulin Rouge, de Jujuy 2961.
Las regentas señalaban que no había precedentes en el país pues se habían inspirado en los establecimientos europeos en los cuales se evitaba el encierro forzoso y ciertas restricciones que vulneraban la libertad de movimiento de las prostitutas. La principal novedad que encerraba el proyecto apuntaba a cambiar las formas de trabajo en el interior de los burdeles reglamentados modificando prácticas vetustas como entregar la mitad de las ganancias a la regenta.
Reglas de juego
En calidad de pensionistas libres o independientes -munidas de sus correspondientes libretas- las prostitutas ocuparían una habitación pagando por el alojamiento y pensión 3 pesos diarios en las habitaciones de primera y 2,50 en las de segunda. En el Moulin Rouge los precios oscilaban entre los 5 y 6 pesos diarios. Las pensionistas podían recibir a quien quisieran y entrar o salir de la casa y hasta abandonarla avisando con 24 horas de antelación a fin de informar a las autoridades pertinentes.
Por su parte, los concurrentes podían frecuentar la casa en los horarios estipulados por la municipalidad, dirigirse directamente a la habitación de la pensionista, penetrar en el bar, donde tocaba una orquesta, en las horas reglamentarias o bien utilizar las dependencias de la casa pagando sólo lo consumido.
El cliente abonaba el importe a la mujer -sin que la casa tuviera nada que ver- de modo que la ganancia era exclusivamente suya. La casa de pensión estaría gobernada por las dos regentas que eran responsables del cumplimiento de las ordenanzas, del pago de los impuestos y si alguna mujer eludía la visita médica.
La Dirección de la Asistencia Pública decía que si bien era un caso no contemplado en las ordenanzas municipales reglamentado en la forma propuesta y con algunas modificaciones -como que cada habitación tuviera lavatorio, bidet y buena ventilación- no tenía inconvenientes en autorizarlo. De esta manera se independizaba a las mujeres que allí trabajaban evitándose situaciones de explotación y se aseguraba la higiene con la instalación de una sala reservada para los exámenes sanitarios que estaban a cargo de los médicos del Dispensario y Sifilicomio, los que debían ser pagados por la casa.
En 1918 Obras Públicas sostenía que nada se oponía a lo solicitado y las dos casas podían convertirse en una. Por su parte, la Inspección General advertía que si se concedía el permiso era necesario reglamentar su funcionamiento interno, ya que no existía ordenanza para estos establecimientos. En 1920 las regentas solicitaron el pronto despacho del expediente, a fin de abrir el lugar que estaba acondicionado sin producir renta alguna.
Finalmente, el 27 de septiembre de 1920 se resolvió el asunto autorizándose a la casa de pensión Royal, situada en la calle Suipacha 150.
Hasta ese momento la forma más extendida de trabajo de las mujeres dedicadas al meretricio en Rosario era el sistema de latas. La regenta entregaba al cliente -luego del pago por el servicio sexual- una ficha conocida popularmente como lata. A su vez, el cliente la traspasaba a la pupila que la canjeaba al finalizar la semana por dinero a la madama, quien se quedaba con la mitad de lo producido.
Todavía hoy se pueden encontrar algunas de estas viejas fichas de bronce como la del Petit Trianon, que en una de sus caras contiene el nombre y dirección del prostíbulo Pichincha 87 y en el reverso, un rostro femenino con el torso descubierto, encerrado por dos términos en francés: discrétion y sécurité.
El Moulin Rouge y el Royal introducían como variante el alquiler por pieza, modalidad a través de la cual el trabajo perdía el carácter de clausura o encierro permitiendo una mayor libertad de movimiento para las prostitutas que podían entrar, salir, abandonar la casa y elegir el cliente y era más rendidor porque la ganancia les pertenecía de modo íntegro.
Se suele decir que el sistema de lata se usaba exclusivamente en el barrio Pichincha, en tanto que en los prostíbulos clandestinos se trabajaba a pieza. Los casos del Moulin Rouge o el Royal permiten relativizar la afirmación, porque los mencionados eran prostíbulos legales y representaban alternativas o flexibilizaciones del reglamentarismo. Claro que el sistema de alquiler podía también ofrecer otras opciones que apuntaban efectivamente hacia la prostitución clandestina, como las casas de citas, hoteles, etcétera.
Huelga en Pichincha
Cuando el poder político municipal autorizó el Royal no hizo ninguna objeción al número de mujeres que iba a albergar, pese a que en las notas de las regentes estaba estipulado que giraría alrededor de 40, debido al número de habitaciones. Resulta interesante señalar que ninguna de las autoridades competentes mencionó que al permitir el funcionamiento de esta casa se transgredía el número de las mujeres autorizadas -que era de 15- y por ende, las ordenanzas municipales, haciendo factible el ejercicio clandestino de la prostitución en un prostíbulo legal.
Recién en 1929, cuando la regenta era Rosa Bluma, los concejales David Abalos y Campana denunciaron que allí trabajaban 35 mujeres, muchas sin libreta, aunque La Capital había afirmado que el número llegaba a sesenta, aglomeración que obligaba a constantes intervenciones policiales.
Aunque el alquiler por pieza apostaba a lograr una mayor flexibilización del reglamentarismo y a mejorar la calidad de vida de las mujeres, esto no se lograba plenamente porque los dueños de las casas -adaptándose a los nuevos tiempos y aún arriesgando menos- solían presionar a las mujeres aumentándoles el alquiler a fin de obtener mayores ganancias.
Esa situación se dio tanto en El Elegante, el Bell Ville y el café Royal como en el Mina de Oro. A modo de reacción, en el primer burdel se inició el 9 de enero de 1930 una huelga que tendió -según el diario La Noticia- a extenderse a los demás prostíbulos ubicados en la sección 9ª.
El mismo medio, refiriéndose al Mina de Oro y al Royal, indicaba que al principio los dueños de lenocinios cedieron a las pretensiones de las huelguistas pero "cuando llegó el momento de cumplir con lo estipulado, se negaron a ello, exigiendo a las mujeres el pago de 12, en lugar de 9 pesos nacionales, en concepto de pensión".
Una de las mujeres, moradora de la pieza Nº 10 (sin especificación del prostíbulo), indignada por "la jugarreta de los rusos", se negó a abonar más de los 9 pesos convenidos y fue amenazada con la intervención de la policía.
Aunque la mujer no se amedrentó porque sabía que la fuerza pública carecía de atribuciones para proceder en esos casos, sucedió algo inaudito: los dueños de los prostíbulos acompañados por la policía consiguieron expulsar a la rebelde de la casa, a las 4.30 horas del día 10 de enero de 1930.
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Fotos
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Latas. Las de bronce son del Petit Trianon, las de aluminio del café Marconi.
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