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domingo,
10 de
julio de
2005 |
Perfiles. Edgardo Rodríguez Julía
Esa sed de realidad
Vino desde Puerto Rico como invitado para el Congreso de Literatura Iberoamericana que se realizó en Rosario. Aún poco conocido en la Argentina, es uno de los escritores más importantes de su país.
Irina Garbatzky
Edgardo Rodríguez Juliá es uno de los escritores puertorriqueños más importantes del siglo XX. Desde novelas como "La renuncia del héroe Baltasar" (1974) y "La noche oscura del Niño Avilés" (1984) hasta sus crónicas funerarias "Las tribulaciones de Jonás" (1981) y "El entierro de Cortijo" (1983) -ambas sobre personajes puertorriqueños de importancia política y popular, respectivamente- ha logrado desarrollar una narrativa que entrevera de un modo muy particular la tensión realidad política-narración ficcional tan característica de la novela latinoamericana de los últimos años. Entre el 23 y el 25 de junio pasados estuvo en Rosario, como invitado en el Congreso de Literatura Iberoamericana que se realizó en el Centro Cultural Parque de España.
Un destacado trabajo sobre la crónica como género que condensa la historia de la colonia, los giros políticos, los elementos de la cultura popular, los éxodos y las emigraciones sitúa a Rodríguez Juliá cerca de escritores como el chileno Pedro Lemebel o el mexicano Carlos Monsiváis, quienes dan cuenta de la realidad del continente no desde los ideales de la nacionalidad sino desde los despojos y fragmentos que constituyen la compleja identidad latinoamericana. Si, al decir de Julio Ortega, lo caribeño no es otra cosa que "la crónica de una mezcla incesante", la prosa de Rodríguez Juliá despliega los conflictos de la subjetividad puertorriqueña en su paradigmática condición nacional.
Las crónicas reunidas en "Caribeños" (2002) y las novelas mencionadas dan cuenta de una cultura imposible de concebir por fuera de los factores internos y externos que la disgregan. Conflictos que en la obra de Rodríguez Juliá atraviesan la lengua utilizada por sus personajes y situaciones, en donde las jergas populares y el spanglish son recurrentes. En sus últimas novelas como "Sol de medianoche" (1995) o "Mujer con sombrero panamá" (2004) retoma, desde el humor, historias que transcurren en la marginalidad de la sociedad puertorriqueña, recurriendo al policial negro norteamericano como puntapié de la narración.
-¿Reconoce en "Sol de medianoche" y "Mujer con sombrero panamá" influencias del policial negro norteamericano?
-Pues sí, principalmente de Raymond Chandler. El género policial norteamericano estrenó esa figura del detective fallido, conocedor de las calles, de corazón cínico y a la vez tierno. Es una figura literaria, comparable con la del caballero andante. Paul Auster es otro de mis favoritos; es el policial negro pasado por la astucia metafísica de Borges.
-¿Qué funcionamiento tiene para usted la narración en primera persona?
-Es esa visión del hombre metido en el laberinto que nos cuenta la aventura de cada esquina. En un sentido es lo contrario de la visión panóptica de la tercera persona. Ver la ciudad desde las calles, conocerla a través de esa mirada, todo ello está implícito en esa primera persona.
-¿Cómo se realiza en su escritura el pasaje de lo referencial propiamente dicho hacia la crónica y hacia la narración?
-Todo tiene que ver con esa sed de realidad que debe tener todo escrito. La buena crónica es un comentario iluminador sobre los detalles significativos de una sociedad, en mi caso de una sociedad que ha sufrido cambios violentos. En el caso de la novela esa mirada sedienta de concreciones se origina en torno a un argumento narrativo. La materia prima es la misma, el punto de llegada es diferente. La crónica debe provocar con su inteligencia, la novela policial nos debe acariciar con una trama intrigante.
-¿Qué elementos brinda la crónica como escenario novelesco? Y al revés: ¿qué elementos brinda la novela como documento histórico?
-La novela es documento histórico en tanto reflejo de una sociedad en un momento determinado. Es un método de conocimiento siempre parcial e incompleto, concebido, pero que podría obrar un prodigio que sólo la máquina de la novela es capaz de lograr: la travesía en el tiempo.
-Narrar en términos de una jerga marginal, intervenida por el inglés, ¿tiene que ver con los personajes únicamente, o hay otros motivos que lo llevan a utilizarla?
-Jerga marginal es la calle puertorriqueña, o la calle bonaerense, como quieras, y ese es el espacio a ser recorrido por el detective. El spanglish va convirtiéndose en una especie de lingua franca de los países latinoamericanos obligados a la emigración, como el mío; es una especie de puente entre la marginalidad que conocemos en el Norte y esa loca presunción del campesino que ostenta una jerga recién adquirida.
-¿Qué vinculación tiene su literatura con lo nacional? ¿Cuál es la función de la literatura en la problemática de las identidades en Latinoamérica?
-En tanto mi literatura ha deseado reflejar los cambios sociales en Puerto Rico durante los últimos cincuenta años, tiene un vínculo evidente con lo nacional. Eso sí, jamás me he propuesto formular una literatura de la "identidad nacional". Lo que escribo está muy apegado a los detalles, a las especificidades y concreciones, para pretender aportar mi visión de una "identidad" latinoamericana, caribeña o puertorriqueña. Escribo sobre lo que mejor conozco, hilvano los datos de mi experiencia.
-¿Qué función cumple el humor en "Sol de medianoche"?
-Es un humor negro muy apegado a los modos del callejeo puertorriqueño. El humor es siempre lo más vulnerable en un planteo novelístico. Es como plantear el sexo con claves completamente distintas para la seducción. Cumple la función de la veracidad, de ser una especie de ensayo para lo irónico, lo absurdo, el cinismo que a veces brota en la sátira. El detective usa el humor para protegerse de la realidad.
-¿Cuál es el interés de los elementos de la cultura popular para la novela?
-Son puntos de llegada y referencia para esa sátira implícita en cualquier novela -o crónica- que tenga ambición de realismo. Los llamados "íconos" de la cultura popular son agregaciones, consolidaciones de elementos semióticos que podrían representar una cultura en un momento dado. Evita, Maradona, Iris Chacón, Daniel Santos, son instancias elocuentes de las sociedades que los proclamaron. Para la generación de escritores de mi generación esa iconografía de significados sociales se hizo bastante evidente; veamos el caso de Monsiváis en México: su indagación en los íconos de la cultura popular en un particular acercamiento a México.
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"Hilvano los datos de mi experiencia", dice Rodriguez Juliá.
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