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 domingo, 10 de julio de 2005  
Primera persona. Bernardo Atxaga
El universo de las palabras
Llegó a la Argentina para presentar una novela, "El hijo del acordeonista". Nacido en el País Vasco, escribe en euskera y traduce sus libros al castellano

Fernando Toloza / La Capital

Nacido en el País Vasco en 1951, Bernardo Atxaga escribe en euskera y luego traduce sus libros al castellano. El éxito de su volumen de cuentos "Obabakoak" le dio visibilidad internacional y entre sus libros más apreciados en la Argentina se cuenta la novela "Esos cielos", con la que el autor se sintió en su momento decepcionado. "El hijo del acordeonista", que acaba de presentar en Buenos Aires, es la historia de dos amigos que desde la vida campesina pasan a hacer atentados con la ETA para luego abandonar el terrorismo.

Seudónimo de José Irazu, Atxaga comenzó a escribir bajo ese nombre por una cuestión de cuidado elemental cuando en 1972 publicó su primer texto en vasco. "Pensé que era mejor que ficharan a un fantasma que me ficharan a mí", contó el escritor, quien también adelantó que el mundo de Obaba, que supuestamente se cierra con esta novela, llegará al cine en octubre con una película de Montxo Armendariz.

-Se dice que tu novela "El hijo del acordeonista" cierra el ciclo de Obaba, ¿cómo nació esa región y por qué concluye ahora?

-Muchas veces es difícil ver lo cercano; lo evidente, lo que está en el zaguán de tu casa puede ser lo más invisible para ti. Al ver los textos de escritores jóvenes encuentro un poco una explicación: ellos corren hacia los grandes temas, casi nunca empiezan por sí mismos. A mí me costó mucho llegar a mí mismo, entender en qué tipo de lugar y con qué tipo de personas había convivido yo en la infancia, y cuál era la historia o el misterio de ese grupo de escolares que aparecía en la foto de mis años de escuela.

-Te preocupaban al principio los grandes temas.

-Un día me puse a pensar sobre la vida, sobre los grandes temas, pero no como si estuvieran allá lejos y tuviera que correr hacia ellos a través de un novelista rosa. Empecé a pensar en eso a través de mis compañeros de escuela, que pertenecían a un mundo al que me gusta ver como anterior a la Ilustración y al psicoanálisis, en el que las causas y los efectos no respondían a lo que es la lógica actual. La bisabuela de uno de los chicos de la foto escolar había dejado un testamento donde pedía que, antes de ser enterrada, se le sacara del cuerpo la serpiente que indudablemente había entrado en él cuando ella se había quedado dormida. Al mundo de esos compañeros míos lo denominé Obaba, y lo que más me llamaba la atención es que estuvieran tan cerca de otro mundo, donde las causas y los efectos eran por completo distintos, o inexistentes.

-Lo de la bisabuela parece haber pasado a algunos de los relatos de "Obabakoak" en los que se cuenta la historia de ese chico que supuestamente sabía cómo introducir lagartijas en los oídos de la gente para que enloquezcan, y también hace pensar en "El horla" de Maupassant.

-A eso iba. Y en cuanto a Maupassant, es un autor al que admiro mucho, pero te diré algo más de Obaba: me empecé a preguntar qué es lo que hace de un lugar un universo y la respuesta fue que un universo es un lugar donde las palabras son iguales a las que usa el vecino pero significan otra cosa. Para amor y muerte las palabras eran iguales, pero el concepto de amor que yo percibía y veía en ellos era distinto al que yo podía tener. Era gente realista pero su realidad era muy distinta, parecía fantástica.

-Como si fuesen gentes de otro tiempo.

-Una vez vi mosaicos de Pompeya tal como estaban en una casa de hace dos mil años, y mostraban a una familia jugando a las tabas, que es un juego que jugaban las niñas de mi pueblo. Sentí entonces que en casi dos mil años el mundo parecía no haber cambiado, y que en los últimos cincuenta años se produjo un cambio que supera a esos dos mil años. En "Obabakoak" he tratado de mostrar ese contraste. Y llamé a ese universo Obaba porque creo que los primeros sonidos corresponden a la letra "b", en muchos idiomas, por eso lo de bebé, bambino, baby, para nombrar al hombre que recién comienza a hablar. El cambio en las palabras de Obaba llega cuando se cambia el léxico y aparecen las palabras como maoísmo, lucha de clases, guerrilla.

-Recién explicaste por qué usaste el nombre de Obaba para tu universo narrativo, ¿por qué elegiste el nombre de Bernardo Atxaga para ser escritor en vez de tu nombre civil José Irazu? ¿Atxaga significa algo especial en vasco?

-No tiene un significado especial. La primera razón que puedo dar es que sentía la necesidad de un alter ego. Después creo que está la parte de tontería, que no confesamos, y que pensábamos que si teníamos el nombre de pluma, la mitad del camino para escribir ya estaba hecha.

-¿No hubo motivos políticos?

-Sí, había un sentido elemental de cuidado. Recuerdo que el párroco de mi pueblo natal decía: "Todos hablan mal de la serpiente pero la Biblia dice que es un animal prudente y la prudencia es una gran virtud". Llevado por esa recomendación de prudencia, en plena dictadura en 1972, escribí mi primer artículo en vasco, y yo sabía que los que publicábamos en esa revista en lengua vasca éramos fichados. Pensé que era mejor que ficharan a un fantasma a que me ficharan a mí y tomé el nombre de Bernardo del amigo que me prestó la máquina de escribir, que me la cedió con la condición de que firmase con su nombre. Y Atxaga en castellano quiere decir roble.

-"El primer americano de Obaba" y "Toshiro" son dos cuentos que se pueden leer en forma independiente dentro de "El hijo del acordeonista". ¿Qué te llevó a plantearlos de esa manera?

-La primera vez que usé esa idea fue en un libro para jóvenes, "Un espía llamado Sara". A veces en la narración surge un personaje que no tiene demasiado peso en lo que cuenta, pero una vez terminado el asunto, dedicarte a ese personaje puede ser una forma de epílogo, de darle un nuevo sentido a lo que has terminado de leer. Esos cuentos son como una relectura. Después de leer "El primer americano de Obaba" creo que ya no es lo mismo el peso que tiene el hotel en la historia de "El hijo del acordeonista". Los cuentos para esa novela eran muchos más, pero finalmente los dejé fuera.

-Traducís tus libros al castellano siempre en compañía. ¿Cómo te sentís al trasladar tus obras desde el vasco?

-En los escritores bilingües es difícil encontrar una razón que justifique el autotraducirse. Surge el argumento de que con la traducción lo leerá más gente, y eso está muy bien, pero como escritor creo en la escritura más que en la reescritura aunque la traducción, es cierto, da una gran oportunidad de corregir. Los escritores de una sola lengua cuando acaban un libro, se van a cenar. Yo, apenas termino, traduzco. En mis últimos libros mi mujer hace la primera versión al castellano y yo, la reescritura.

-En el texto final de "Obabakoak" decías que la vida era como el juego de la oca. ¿Seguís pensando así?

-Sí, tanto es así que "Doce casas en Francia", mi próximo libro, tiene algo de relato iniciático, formativo, y el juego de la oca es, simbólicamente, ese viaje de la vida, de los trabajos y los días que nos tocan en este mundo.

-Se dice que no hablás mucho de tu novela "Esos cielos", la de esa mujer que sale de la cárcel y de regreso en un colectivo a Bilbao repasa su historia vinculada a la violencia. ¿Qué lugar le das en tu obra?

-Es cierto, no hablo mucho de ella, pero ahora la estoy reviendo porque se está haciendo una película para televisión de una hora y tengo el guión para leer.. Cuando salió esa novela tuvo una recepción tibia, no tanto de la crítica, sino de mis amigos, que me la echaron por tierra. Creo que tampoco gustó porque habla de la traición. Ahora me estoy acercando otra vez a ella.

-A la vez "Esos cielos" parecía sugerir tu vinculación a la poesía, por los poemas que leía la protagonista, de Emily Dickinson, Carl Sandburg y otros.

-La persona que sale de la cárcel no ha tenido otra vía de conexión con el mundo que la lectura, por eso hice que la protagonista leyese poesía, y también hay una canción de Violeta Parra a partir de la cual el personaje sueña con una Arcadia, una pampa y bandadas de loros como en Córdoba.

-En "El hijo del acordeonista" uno de los personajes principales pasa sus días en Estados Unidos. ¿Cómo fue tu estancia en ese país? ¿Se puede encontrar un paralelismo entre ficción y realidad en este caso?

-A lo largo del libro pensé que no iba a utilizar material que no hubiese probado, y de allí lo de Estados Unidos. Hice dos estancias en ese país y me afectaron muchísimo. Paisajísticamente hablando, es muy desolado. Los paisajes de desolación me traen desolación. Volviendo al material de la novela, lo primero fueron los viajes y después la experiencia de haber hecho lecturas sobre algunos sitios de Estados Unidos. Todo eso me daba la seguridad de que mi material de trabajo estaba probado.

-¿La conexión que en "El hijo del acordeonista" hay entre ETA y la Guerra Civil es algo novedoso?

- Creo que lo es. No sé cuánta gente puede pensar así pero para mí no ha habido un correlato escrito de ese pensamiento. Pero entendámonos: no es que yo tenga esa tesis y la plasme en los personajes. Yo estoy de acuerdo con las ideas de los personajes pero son de ellos, no se trata de que yo me haya puesto a hablar a través de ellos. En España esta conexión de la que hablas y el tema de la traición no han gustado nada.
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Bernardo Atxaga. (Gentileza Editorial Alfaguara)

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