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 domingo, 10 de julio de 2005  
Perpetua a un hombre que le partió la cabeza a otro por venganza
"Le rompí la cabeza y quedó con el hacha clavada como una sandía", dijo el matador en su confesión. Para justificarse explicó que la víctima lo emborrachaba para robarle

Ariel Etcheverry / La Capital

Miguel Angel Cabrera, de 36 años, asesinó a su amigo Claudio Espíndola. Primero le pegó un mazazo en la nuca y después lo remató con un hachazo en el cráneo. "Estaba de rodilla, con la cabeza baja. Le partí la cabeza y quedó con el hacha clavada como una sandía", declaró descarnadamente al hacerse cargo de lo que había hecho. Para justificarse aseguró que la víctima supuestamente lo embriagaba para robarle herramientas del taller donde trabajaba y vivía en el extremo oeste de la ciudad. Pero esa versión, que esgrimió como para buscar un atenuante de su acción, no llegó a buen puerto. Un juez de sentencia le aplicó la máxima pena, prisión perpetua, porque consideró que actuó con alevosía, con su víctima indefensa, sin ninguna capacidad de defensa.

El hecho ocurrió el lunes 3 de febrero de 2003, a las 22.30, en el interior de un galpón ubicado en Mendoza al 9900, y el fallo fue dictado recientemente por el juez de Sentencia Nº3, Luis Giraudo, aunque no está firme y será revisado por la Cámara de Apelaciones. Los motivos del crimen no pudieron establecerse, más allá de los dichos del propio acusado, quien argumentó que lo hizo para vengarse de una seguidilla de robos. Lo cierto es que el episodio tomó por sorpresa incluso a los familiares de Espíndola, quienes conocían a Cabrera y dieron fe durante el juicio de la amistad que había entre los protagonistas de esta historia.

Cabrera, un hombre robusto al que apodaban Correntino, trabajaba como sereno y cuidador del mencionado galpón. El propietario del inmueble lo había contratado dos años antes para que cuidara las herramientas y máquinas que allí se depositaban a cambio de casa y comisa. Aquella fatídica noche, Espíndola fue hasta allí para visitar a su amigo. Al menos así se lo había dicho a sus familiares un par de horas antes. Los dos hombres solían reunirse a tomar unos tragos por la noche bajo el tinglado.

Ese día, Cabrera reconoció que había tomado algunas cervezas. Según le contó poco después a la policía, estaba convencido de que Espíndola lo emborrachaba para sustraer herramientas y cables de cobre. Por eso declaró que le tenía desconfianza y que estaba dispuesto a terminar con esa situación. Como para apuntalar esa versión, Cabrera manifestó: "Hacía una semana que no venía por el galpón y durante ese tiempo no faltó nada. Hacía siete días que venía haciendo un trabajo de inteligencia sobre los robos en el depósito y descubrí que era él".

De acuerdo a lo señalado por el propio Cabrera, el desenlace se dio de una forma brutal. "Yo me encontraba tomando una cerveza y al verlo (llegar a Espíndola) me transforme en un bicho (sic). Me puse como loco cuando lo vi, ya que sabía todo el daño que me hizo", narró. Cabrera observó cómo su víctima ingresaba al tinglado y buscaba arrastrado por el piso lo que supuso eran unos alambres de cobre. Al observar ésto, el homicida tomó a su víctima "cuando estaba de rodillas con la cabeza hacia abajo, buscando unos cables", contó. "Tomé una maza que tenía preparada -prosiguió- y le dí en la nuca sin decirle nada".

El cuidador añadió que Espíndola quedó tirado en el piso, boca abajo, a lo que añadió: "Escuché que dijo no esperaba esto, por lo que tomé un hacha que tenía a unos dos metros y lo rematé. Le pegué en la cabeza... y se la partí. Quedó con el hacha clavada como una sandía", fue la descarnada confesión del autor del hecho. Según esa secuencia, Cabrera se fue a buscar a un vecino, al que le contó lo que había hecho. "Le dije que había matado a un pibe chorro. Mi vecino se quedó pálido. Yo pensaba que me iba a ayudar a limpiar todo. Es así que salí con mi bicicleta a tomar un trago y al volver al galpón para limpiar todo y tirar el cuerpo a un zanjón, me encontré con mucha gente y con la policía que me agarró".

Cabrera admitió que conocía desde hacía un año y medio a Espíndola, "pero no sabía que era así". Es más reconoció que fue en un par de oportunidades a su casa, pero dejó de hacerlo cuando sospechó que Espíndola y sus primos iban al galpón y lo emborrachaban para robarle elementos de trabajo. "Es por eso que tomé la decisión de matarlo", concluyó.

El juez de Sentencia Nº3, Luis Juan Giraudo, más allá de la confesión de Cabrera y de los motivos que llevaron a cometer el crimen, entendió que el cuidador ejecutó a su víctima en forma alevosa, ya que la tomó por sorpresa y la dejó sin posibilidad de defenderse. Fue por eso que descartó que se tratara de un homicidio en legítima defensa, ya que a su juicio no hubo ninguna situación de riesgo para el sereno.. "Espíndola, lejos de ser un extraño era un asiduo visitante de Cabrera y no hubo lucha previa entre ambos".
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