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domingo,
10 de
julio de
2005 |
Tema del domingo
Kirchner y el peligroso hábito
de confrontar con la prensa
El estilo de conducción de Néstor Kirchner, según ya se sabe, es muy particular. Tendiente a producir conflictos más que a atemperarlos, a confrontar más que a componer, el primer mandatario no suele elegir el silencio como táctica comunicacional y muchas veces vierte conceptos de indudable peso sobre blancos tan inesperados como disímiles. Sin embargo, a la hora de manifestar en público discrepancias fuertes tiene contrincantes predilectos. Uno de ellos, extrañamente, son los hombres de prensa. Un nuevo ejemplo de esa preocupante tendencia se registró durante el transcurso de la semana pasada, cuando trató genérica y sucesivamente de “esquizofrénicos” e “histéricos” a periodistas que lo habían criticado.
Tal vez se trate de una simple cuestión de estilo; de forma, más que de fondo. Pero en este caso como en tantos otros no resulta sencillo separar a la una del otro. Es que la palabra del jefe del Estado posee una resonancia vasta y profunda a la vez: crea climas sociales, determina situaciones políticas, estimula o desalienta inversiones extranjeras. De allí que si existiera la necesidad real de polemizar con expresiones vertidas por el periodismo, lo ideal sería que la mesura presidiera el debate.
Pero lamentablemente no es así. Por el contrario, la tensión suele gobernar durante el transcurso de tales intercambios y hasta cuando se intenta descomprimir se incurre, desde la esfera oficial, en ironías de gusto dudoso. Todavía se recuerda el mensaje enviado por el gobierno con ocasión del Día del Periodista, que comenzaba así: “Hoy estamos apretando a los periodistas (con un fuerte abrazo)”. Abundar en las calificaciones sería redundante: la broma distó de ser oportuna.
Kirchner ha fundamentado de manera reiterada sus embates. “Ser gobierno no significa callarse la boca y aceptar” y “lo importante es decir lo que uno piensa y no ver cómo queda parado mediáticamente” son dos frases suyas que señalan con nitidez los rasgos de su pensamiento. Pero lo que se cuestiona —se insiste— no es el tanto el “qué” sino el “cómo”. Es que el último puede ser tan determinante del primero que el concepto termina siendo devorado por el destemplado modo en que se lo expresa.
Uno de los pilares principales sobre los que se asienta una sociedad democrática es el respeto irrestricto al trabajo de la prensa. Existen maneras directas de influir o presionar sobre ella, y también fórmulas indirectas. Cuando un presidente de la República —desde la altura del estrado que simbólicamente ocupa— descarga munición de calibre grueso sobre el periodismo el efecto es inmediato y riesgoso. Y se parece, por cierto, al que podría ejercer un acto de censura.
La actual gestión de gobierno —tal es el verificable consenso— es buena. La notoria recuperación que exponen los principales indicadores económicos, la recuperación de la confianza colectiva y el avance en el crucial tema que constituyen los derechos humanos son tres puntos clave a la hora de exponer méritos. Sin embargo, tales virtudes resultan a veces opacadas por gestos políticos tan intempestivos como intemperantes, producidos justamente por quienes deberían ser ejemplo de comportamiento civilizado y modelo de tolerancia. Es una verdadera pena que así sea, y tal vez no resultaría complejo modificar esa actitud.
Todos los argentinos saldrían ganando.
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